“La llamada vocacional de los catequistas»
En el marco de la celebración de sus 100 años, el Seminario de La Plata acogió un encuentro diocesano de catequistas donde el Arzobispo Víctor Manuel Fernández se refirió especialmente al sentido vocacional del nuevo ministerio de catequista. El objetivo de la jornada era plantear las propias tareas en la Iglesia desde una perspectiva vocacional, y mostrar cómo el llamado al sacerdocio y las demás vocaciones eclesiales se iluminan y enriquecen mutuamente. A continuación la reflexión del Arzobispo.
Un llamado que marca toda la vida
Dejemos que la Palabra nos ilumine en este sentido vocacional que hoy queremos celebrar. La Palabra de Dios hoy nos habla de la gloria de Dios (Ez 43, 17a), pero nos hace ver que esa gloria no es algo altísimo, lejano, ultraterreno, porque el Dios glorioso y bellísimo ha querido estar siempre con su pueblo. Si el pueblo va al exilio, la gloria de Dios va con él, si vuelve del exilio, esa gloria vuelve con el pueblo a Jerusalén. Precisamente cuando hablamos de vocación hablamos de un Dios que se mete en la historia y en nuestra historia, y que al mismo tiempo, al llamarnos, nos introduce en el mundo para llenarlo de su gloria. El Evangelio (Jn 1, 43-51) nos habla de la vocación de una manera más encarnada todavía, en el rostro y la voz de Jesús. Vemos a Jesús pasando y llamando: “sígueme”. Cada uno de ustedes siéntase parte, colóquese en la escena y déjese llamar. Pero tiene un significado especial el llamado a Natanael, porque este joven se desarmó cuando Jesús le dijo: “Cuando estabas allá, debajo de la higuera, yo te veía”. Ese lugarcito, bajo la higuera, era el escondite de Natanael, su pequeño mundo donde se refugiaba y se sentía él mismo. Pero descubrió que allí donde él se escondía, lo encontraba y lo envolvía la mirada de amor de Jesús, su llamado. Era la mirada eterna de Dios, que nos creó con un plan que da un significado precioso a nuestra existencia, y esa mirada eterna se volvía cercana y personal en Jesús. Ese llamado de Jesús lo sacó de su mundillo, que no podía darle ninguna seguridad, y lo envió a dar la vida en la misión, cueste lo que cueste, vale la pena. Catequistas, como me toca enviarlas/os en nombre de la Iglesia, quiero recordarles que la tarea primera y principal es el kerygma, es el primer anuncio que debe atravesarlo todo. Se tiene que notar que detrás de todo está el amor del Padre, el Cristo que se entregó por nosotros y que está vivo. Ayuden a los demás a reconocer ese amor y a encontrarse con Cristo vivo, a conversar con él, a sentirlo a su lado. Si muchos, después de la catequesis, dejan la vida de la Iglesia, desaparecen, es porque no hemos logrado encender ese fuego, y ese es nuestro mayor fracaso. Por lo tanto, si no das alguno de los temas del programa, si hay alguna información que no transmitís, no es la muerte de nadie, pero si no lograr provocar esa experiencia que enciende el fuego todo lo demás es pura cáscara. No digo que tengamos que medirlo todo porque esa persona sigue yendo a Misa todos los domingos. Pero si terminada la catequesis alguna vez aparece en Misa, o cada tanto aparece en el templo a orar, o cada tanto busca ese Evangelio que guardó en un cajón, esos pequeños signos son suficientes para saber que dejaste la llamita encendida, ese es tu triunfo. No importa si ya se acuerda poco de todo lo que le enseñaste, encendiste la llama, y eso será tu mayor alegría. Esta celebración es un reconocimiento al amor, y a la fidelidad del amor en los catequistas que han sido reconocidos como puntales en sus comunidades. Y al mismo tiempo es la respuesta de ustedes a un llamado de ternura de ese amor supremo de Jesús que ha querido que participaran del cuidado de su esposa amada, la Iglesia. Así sea.
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