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Seminario de La Plata: Mons. Aguer y los modelos sacerdotales

El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, al presidir la Santa Misa por el Día del Ex Alumno en el Seminario Mayor San José, evocó las figuras de San Juan María Vianney y del Cura Brochero -próximo a ser beatificado-, como modelos sacerdotales. «Ambos -subrayó- son modelos históricos y siempre actuales. Ambos fueron auténticamente populares; no necesitaron que los hiciera populares la ficción mediática que -por otra parte, y felizmente-, no existía en sus respectivos tiempos».
Concelebaron con Mons. Aguer, el Arzobispo de Santa Fe y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. José María Arancedo, ex superior del Seminario, y con 46 años de Sacerdote y 25 de Episcopado; el Obispo de Gregorio de Laferrere, Mons. Juan Suárez; y los Obispos auxiliares de La Plata. Monseñores Nicolás Baísi y Alberto Bochatey. Y un centenar de Sacerdotes platenses y de otras diócesis.
Este es el texto completo de la Homilía de Mons. Aguer:

Modelos sacerdotales

Homilía en la celebración del Día del Ex Alumno en el Seminario Arquidiocesano.

La celebración del Día del Ex Alumno en nuestro seminario es siempre una gratísima circunstancia. En esta ocasión, todos los años, se reconoce y se expresa una continuidad entre formación inicial y vida en el ministerio, y se nos permite homenajear a quienes cumplen un aniversario particularmente significativo de la ordenación sacerdotal. Hoy nos unimos a la acción de gracias de quienes durante 2013 recuerdan 25, 50 y 60 años de presbiterado y felicitamos a Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, ordenado presbítero hace 46 años y que cumple 25 de episcopado. No olvidemos a los difuntos; pienso especialmente en el querido Mons. Nelson Viola, fallecido hace muy poco, que fue rector de esta casa.
La tradición eclesial nos presenta modelos sacerdotales bellísimos, y muy elocuentes en su testimonio. Nuestra fiesta coincide hoy con la memoria litúrgica de santo Domingo, lo cual nos permite evocar su espiritualidad netamente apostólica. Él vivió su seguimiento de Cristo como sacerdote –originalmente como diocesano– en el empeño de un ministerio apostólico adaptado a las necesidades de la Iglesia en su época: fue la suya una espiritualidad marcada por la pobreza, el diálogo con Dios en la oración y el estudio, la renovación del apostolado sacerdotal con ardor misionero y con un especial relieve del carisma de predicador, consejero y director espiritual.
Nuestra celebración anual en el seminario cae siempre alrededor del 4 de agosto, la fecha de san Juan María Vianney, patrono de los párrocos y tempranísimo patrono del clero platense. Pero esta vez nos encontramos, además, cerca en el tiempo de la próxima beatificación de José Gabriel Brochero. Se me ocurre entonces trazar un paralelo entre ambos, que responden a una misma figura sacerdotal, aunque ambientada característicamente en sus respectivos pueblos. Ambos fueron sacerdotes típicamente católicos, abnegados y de profunda vida interior; representan realizaciones concretas, en medios culturales diversos, de la figura sacerdotal que la Iglesia forjó y promovió a partir de la Reforma Católica.
La pastoral de Ars se apoyaba en la oración y la penitencia del Santo Cura, que se empeñó, desde el comienzo de su ministerio parroquial, en superar la ignorancia religiosa y en sanar las malas costumbres arraigadas en su pueblo mediante la catequesis y la predicación. Pero desarrolló también una obra social. Su fruto predilecto en ese ámbito fue la casa que llamó “La Providencia”, fundada en los seis años de su llegada a la parroquia, para arrancar de la miseria material y moral a las niñas abandonadas. Allí llegó a albergar a ochenta huérfanas, que eran alimentadas e instruidas, educadas por jóvenes consagradas que el mismo Vianney formaba; la casa era orfanato y escuela a la vez. El Papa san Pío X se refirió a esa obra llamándola un modelo de educación popular. Como sabemos, Ars fue una meta privilegiada de peregrinación. De todas partes acudían multitudes para confesarse con el párroco, para recibir su bendición, él recibía y atendía incansablemente a todos.
Nuestro cercano y querido Cura Brochero parece un Vianney “a la criolla” por su predicación y su testimonio del Evangelio, por su amor apasionado a los pobres. A la vez que hablaba de Dios y repartía generosamente la gracia sacramental, construía iglesias y colegios, promovía el progreso de su gente, que necesitaba puentes y caminos, canales y acequias. Sin embargo, podemos decir que su gran obra fueron los Ejercicios Espirituales, que él consideraba el mejor instrumento pastoral. La Casa se inauguró con una tanda de quinientas personas; como buen arriero de almas conducía allí a todos los que podía; entre los ejercitantes hubo paisanos sencillos y gauchos malevos. En sus últimos años consumó su ministerio en la cruz personal de la limitación física y la enfermedad y profundizó su vida de oración contemplativa y de unidad interior. Ahora podremos invocarlo con frecuencia, leer su vida –hay biografías excelentes en circulación– sus cartas y sermones.
Vianney y Brochero son modelos históricos y siempre actuales. Ambos fueron auténticamente populares; no necesitaron que los hiciera populares la ficción mediática que -por otra parte, y felizmente-, no existía en sus respectivos tiempos.
A partir del Concilio Vaticano II la Iglesia ha acopiado un tesoro de doctrina, ensayada en experiencias eclesiales de distinto tipo, sobre la identidad del sacerdocio y sobre la formación de sus presbíteros; en este campo se advierten con nitidez la continuidad con una tradición histórica y una necesaria renovación. No se puede decir que no se sepa hoy en día qué quiere la Iglesia de sus sacerdotes. La cuestión es poner por obra esas orientaciones, en el seminario durante el proceso formativo –es eso lo que tratamos de hacer en esta casa- y luego en el ejercicio del ministerio ordenado. En la base, en la fuente, está siempre la gracia de la vocación y el misterio de la libertad que responde a ella, se deja impregnar por ella y la hace servicio efectivo de todos en el trabajo cotidiano. Pablo VI lo formulaba así en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: Lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal, lo que da unidad profunda a la infinidad de tareas que nos solicitan a lo largo de la jornada y de la vida, lo que confiere a nuestras actividades una nota específica, es, precisamente, esta finalidad presente en toda acción nuestra: “anunciar el Evangelio de Dios” (68).
Se trata, pues, de hacer presente, a través de nuestro ministerio, a Cristo sacerdote y a su obra de salvación, de redención universal. ¡Ni más ni menos! Es la dedicación más honrosa que se podía conceder –porque se trata siempre de una gracia– y la más útil que se nos podía solicitar a gente como nosotros, siervos inútiles pero dispuestos a que el Señor nos asuma, empeñe y emplee. Esto constituye nuestra alegría, nuestra plenitud; esto es ya también nuestro premio.

+ Héctor Aguer

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