Mons. Aguer presidió la Misa de la Asunción de la Virgen en el Seminario platense.
El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, presidió la Misa de la Asunción de la Santísima Virgen María, este martes 15 de Agosto, en el Seminario Mayor San José. Como anunciamos en otra publicación, el prelado platense hizo allí el anuncio oficial de la erección canónica de la nueva parroquia Asunción de la Santísima Virgen, en la zona de Lisandro Olmos y Melchor Romero, en la periferia oeste platense.
En sus palabras hizo referencia a la proclamación del dogma mariano por parte del Papa Pío XII, el 1° de Noviembre de 1950. Habló, también, de la dignidad de la mujer; de la ideología de género en la legislación argentina; de la paradoja entre el culto y el desprecio al cuerpo en la sociedad actual; y el espectáculo cotidiano de la difusión de la pornografía en programas televisivos, y las redes sociales.
Este es el texto completo y oficial de sus palabras:
El misterio de la Asunción y sus proyecciones
Homilía en la solemnidad de la Asunción de María Santísima. Parroquia “Nuestra Señora de la Piedad” (Iglesia del Seminario), 15 de Agosto de 2017
El 1º de noviembre de 1950, el Papa Pío XII, haciendo uso de su autoridad infalible, definió como dogma de fe católica, es decir, como verdad contenida en la revelación divina, que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, completado el curso de su vida terrena, fue asumida a la gloria celestial en cuerpo y alma. La fórmula es de una concisión extraordinaria; simplemente se afirma la presencia actual de María con Cristo resucitado en la comunión de la gloria. No se pronuncia el pontífice acerca de una cuestión discutida a lo largo de los siglos: ¿pasó la Madre del Señor a través del oscuro túnel de la muerte, que nos aguarda a todos? San Epifanio, Obispo de Sálamis, valiosísimo testigo de la tradición, escribía el año 377, en su obra Panárion de las herejías, que la Sagrada Escritura guardó un silencio total sobre ese asunto a causa de la grandeza del prodigio y por reverencia a esa Virgen incomparable; sugiere también que revelarlo habría abrumado de asombro el espíritu de los hombres. Concluye: por mi parte, no me atrevo a hablar; guardo eso en mi pensamiento y me callo. La definición de Pío XII, en la misma línea, no responde a la cuestión de dónde cuándo y cómo ocurrió la asunción de nuestra Señora; no era necesario. Además, esta verdad de nuestra fe proviene de una reflexión sobre el conjunto de la Revelación que se concreta en una explicitación dogmática. Los teólogos podrán discutir sobre aquellos datos secundarios; nosotros no ganamos nada con entretenernos en divagaciones curiosas, cuando podemos gozar de la certeza de que la Virgen gloriosa nos conoce maternalmente a cada uno y ejerce en nuestro favor su intercesión universal, viviente, que procede del amor.
Notemos que asunción es la acción y el efecto de asumir: ser tomado; el verbo hebreo correspondiente suena laqaj, y es usado para significar el fin misterioso del patriarca Enoc, que desapareció porque Dios se lo llevó (Gén. 5, 24), y del profeta Elías, de quien se afirma tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego (Sir. 48, 9). Nuestra imaginación ve una elevación hacia lo alto, una subida al cielo; este procedimiento nos sirve de apoyo, pues es difícil prescindir de las imágenes, que ilustran a nuestra medida realidades misteriosas pertenecientes a otra dimensión. Así, en el Credo, afirmamos que Jesús, muerto, descendió a los infiernos (es decir, al sheol, a la mansión de los muertos) y que resucitado subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre. Son figuras connaturales, razonables en el pensar humano, sería ridículo imaginar que el cielo está abajo y el infierno arriba. Sin embargo, la definición dogmática de la asunción de María las evita intencionalmente.
¿Por qué ocurrió esto, por qué el destino de nuestra Señora debía ser lo que hoy celebramos? El argumento de respuesta son los títulos con que el Papa la nombra: Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen. Su cuerpo, el de aquella que fue preservada de todo pecado, el cuerpo de la Theotókos que engendró al Verbo de Dios, el cuerpo virginal en la concepción y en el parto, no podía quedar atrapado por los lazos de la muerte; su Hijo la llevó consigo en cuerpo y alma, ahora ella está para siempre con él. René Laurentin expresa hermosamente la claridad de ese encuentro eterno: ella lo conocía como Dios a través de su humanidad; ahora conoce su humanidad a través de su divinidad.
Las crónicas relatan que aquel 1º de noviembre de 1950 estalló la alegría en todo el orbe cristiano; la plaza de San Pedro estaba colmada, y la multitud llegaba hasta la mitad de la Via della Conciliazione, y aún más allá. Pío XII proclamó el dogma de la Asunta rodeado de más de setecientos obispos; después hubo salvas estruendosas y suelta de palomas; repicaron las campanas de todo el mundo. Lejos en el tiempo y el espacio de aquellas circunstancias, hoy nosotros nos regocijamos sincera, íntimamente, porque la solemnidad litúrgica tiene por sede nuestro corazón creyente, sacudido de amor filial por la exaltación de nuestra Madre. La inteligencia y el sentimiento, el pensar convencido y la emoción se mueven a la par. Las verdades de la fe nos han sido reveladas para ser creídas y vividas, para que se hagan cultura, modos de vida y costumbres, ciencia, arte, iluminación de cada época, orientación de toda sociedad hacia su auténtico fin. El dogma de la Asunción nos educa, y afianza la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo. Me detengo en algunas de esas consecuencias.
En primer lugar, robustece la esperanza en la resurrección de la carne, de este pobre cuerpo nuestro, hecho de la adamá, del polvo de la tierra, de la arcilla del suelo, cuerpo que a causa del pecado volverá a ella, y a causa de la resurrección de Cristo, que compartió con los hombres muerte y sepultura, está destinado a la gloria. El cielo no será un universo de puras almas. En su Compendio de Teología, Tomás de Aquino nos recuerda: Puesto que el alma se une al cuerpo como su forma, a cada forma corresponde su propia materia. Intercalo: el ser humano no es un pegote accidental de cuerpo y alma; esta alma es para este cuerpo y viceversa, de suyo son inseparables y tal condición se cumplirá cuando también en nosotros la muerte será vencida. Sigue el Aquinate: es necesario entonces que el cuerpo que ha de unirse de nuevo al alma por la resurrección sea de la misma naturaleza y especie de aquel que dejó por la muerte. El alma en la resurrección no tomará un cuerpo celestial o aéreo o un cuerpo de cualquier otro animal, como algunos fabulan, sino un cuerpo humano compuesto de carne y huesos, y con los mismos órganos de que ahora consta (cap. 153). Será este cuerpo, el propio y personal de cada uno, libre para siempre de fragilidades y vergüenzas, traspasado por la claridad de la gloria.
En la cultura actual se registra una contradicción que debe ser denunciada: por un lado se rinde culto al cuerpo- no me refiero al cuidado normal que corresponde-; se lo venera y exhibe con orgullo narcisista en las musculaturas exageradas de gimnasio, en los tatuajes y colgajos, en la obsesión de la moda, en las fotos impúdicas subidas a la red para satisfacer la curiosidad masturbatoria sea de varones, sea de mujeres. Por otro lado se lo desprecia como una carga impuesta al nacer, de la cual es posible liberarse, y se lo acomoda y modifica quirúrgicamente para hacerlo coincidir con el capricho subjetivo de ser lo que “se siente” que cada uno es. Estas desviaciones enfermizas las justifica la ideología de género, que ha infectado el ordenamiento jurídico de la Nación. La ley de identidad de género, otro regalito de la “década robada”, establece que la identidad de género es la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Ya no habría dos sexos, varón y mujer, sino una lista de opciones de género que se alarga día a día con nuevas invenciones. ¡Que la Inmaculada, llevada corporalmente al cielo, libre a los cristianos de incurrir en tales perversiones!
Otra enseñanza de la solemnidad que hoy celebramos es la dignidad de la mujer, tal como la ha conquistado el cristianismo, tal como se muestra esplendorosa en la presencia celestial de María. La segunda estrofa del himno mariano Ave, maris stella concluye con este verso: Mutans Evae nomen; el nombre de Eva se trueca, como una variación admirable, en el Ave de la anunciación. Leemos en el libro del Génesis (3, 20) que el hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes. En el original hebreo se nota una cierta similitud entre el nombre de la mujer, jawáh y los vivientes que son sus hijos, jay, lo que permite un juego de palabras. En realidad, Eva fue la madre de los que mueren, de los desterrados del paraíso. Volvemos a la vida, alcanzamos una vida mejor por la Nueva Eva, Madre del Redentor y de los redimidos.
María es la bendita entre todas las mujeres, el paradigma femenino. En realidad, su precedencia indica que la personalidad humana se halla expresada del modo más adecuado en la personalidad femenina, en el genio de la mujer, porque Jesús queda fuera de toda posible competencia entre los sexos, ya que si bien su naturaleza es masculina, su personalidad es la propia de su persona divina, la segunda persona de la Santísima Trinidad, más allá de toda característica sexuada. Tertuliano, en su tratado Sobre la carne de Cristo, escribió señalando la primacía cronológica de la mujer en el orden sobrenatural de la muerte y la vida: Para que lo que por este sexo corrió a la perdición, por el mismo sexo se reintegrara a la salud. El nombre funesto de la esposa de Adán es ahora el nombre de la alegría: jáire, kejaritoméne, alégrate, llena de gracia. Mutans Evae nomen; he ahí el cambio, la transmutación del nombre Eva.
Es una paradoja tremenda de la cultura actual la pretendida reivindicación de la mujer, tanto en el frío y ateístico feminismo moderado cuanto en el revoltoso y exaltado feminismo extremo. De hecho conviven y son cómplices con la degradación de la auténtica capacidad de amar, de la condición esponsal y materna, con la burla de la castidad y de la virginidad. Se mansilla frívolamente lo más noble y exquisito de la condición humana, que se verifica en el genio femenino. La difusión de la pornografía es espectáculo cotidiano: estoy pensando en el programa de Tinelli, en el que las mismas mujeres festejan su propia decadencia y bajeza.
Una última indicación, entre tantas otras notas que podrían abordarse, como reflejos de la verdad de la Asunción. María fue asumida a la convivencia celestial. San Anselmo llamaba a la Madre del Señor cielo del cielo; ella está en el centro y en la cima de la sociedad de los elegidos, que, como escribió San Agustín en su Comentario al Génesis, gozan con la compañía de unos y otros. El mismo Agustín dijo sencillamente y de manera inmejorable: la vida de la ciudad celestial es de veras social; la cita es un pasaje de su obra La Ciudad de Dios. Convivir, compartir, como corresponde a la condición del hombre; ya no habrá pobres en aquel banquete donde el vino no puede acabarse como en Caná. En una hipótesis disparatada, imposible, digamos: Ella intervendría. En el ábside de la basílica romana de Santa María in Trastevere puede contemplarse un admirable mosaico del siglo XII que representa a Cristo y su Madre, el Rey y la Reina, estronizados, presidiendo la sociedad de los bienaventurados. Jesús extendiendo su brazo sobre la espalda de María, posa su mano sobre el hombro derecho de Ella; majestad y ternura. Los dos nos miran.
Esa realidad final inspira el ordenamiento de la ciudad terrena y el trabajo paciente para vivir y difundir el espíritu del Evangelio. Pero en la realización de ese propósito no está de más cuidarse siempre del error progresista y tercermundano según el cual tendríamos que ocuparnos ante todo de construir el paraíso en la tierra, para pensar luego en el del cielo. No es esa la misión que Jesús encomendó a los apóstoles; además el Reino es una realidad escatológica, y la Iglesia, pueblo de Dios, no debe ser confundida en una visión sociológica y politizada, con un sector determinado de la sociedad. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado en 2004 por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz, explicó con delicado equilibrio en qué sentido se puede anticipar en el presente el Reino prometido: el obrar humano en la historia es un instrumento significativo y eficaz cuando respeta el orden objetivo de la realidad temporal y procede iluminado por la verdad y la caridad (n.58). El mismo Compendio se refiere a María y a su Magnificat, que proclama la misericordia de Dios para los que temen y su amor privilegiado por los pobres. Leo: María, totalmente dependiente de Dios y por completo orientada hacia él con el impulso de su fe, es el ícono más perfecto de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos (n.59). Lo es más todavía, añado a modo de glosa, cuando en Ella la fe ha alcanzado la meta de la visión. La súplica que hoy pone la Iglesia en nuestros labios, en la oración colecta, indica cuál ha de ser nuestra actitud, nuestra postura espiritual: ad superna semper intenti, es decir, inclinados siempre hacia las realidades celestiales, y buscándolas. Buscando y mirándola a Ella, buscando primero el Reino de Dios y su justicia (la justificación, la vida en la gracia); sólo así podemos ser eficaces en el mundo.
Para concluir, les comunico que, en homenaje a nuestra Madre en el misterio de su glorificación, hoy mismo he erigido una nueva parroquia en la periferia oeste de la ciudad, que reunirá cinco centros de evangelización ya establecidos en esa zona: Nuestra Señora de Caacupé, San Blas, Nuestra Señora de Copacabana, Nuestra Señora de Urkupiña y San Joselito Sánchez del Río. La parroquia está dedicada a la Asunción de la Santísima Virgen. Recen mucho para que podamos edificar pronto un templo muy bello como sede. Así, la verdad de la Asunción estará visiblemente representada y podrá dirigir hacia Ella la atención, la esperanza, el amor, de multitudes de católicos platenses. Tengo una intención secreta: que allí se plasme una comunidad eclesial que intente anticipar sobrenaturalmente la sociedad del cielo, por la santidad de sus miembros y por su dedicación generosa, fervorosa, al bien total, del alma y del cuerpo, de los predilectos de Jesús.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
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