Mons. Aguer: «Justicia sin misericordia es crueldad; misericordia sin justicia, es disolución».
Al exponer sobre el Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, del 8 de Diciembre de 2015, al 20 de Noviembre de 2016, el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, citó el comentario de Santo Tomás de Aquino al capítulo 5 del evangelio según San Mateo (Bienaventuranzas. Comienzo del Sermón de la Montaña), y dijo que ‘justicia sin misericordia es crueldad. Y la misericordia sin justicia es la madre de la disolución’. Por lo tanto, este Año Santo debe encendernos como Iglesia, para tomar conciencia de nuestros pecados, y zambullirnos en la Misericordia del Padre».
En la conclusión de la jornada anual de actualización teológico-pastoral, del clero platense, Mons. Aguer, analizó detenidamente la bula Misericordiae vultus (El rostro de la Misericordia), y dijo que «pone de manifiesto la centralidad de la Misericordia en la vida y la misión de la Iglesia… La situación del mundo de hoy es muy grave. Y el corazón del hombre solo puede ser sacudido por la conciencia de la misericordia de Dios».
Añadió que «el Papa propone dos dimensiones: la misericordia de Dios y la misericordia nuestra; la que recibimos y la que damos. El mismo Dios que se quiere dar en el Cielo, quiere ser recibido en la Tierra; especialmente en los pobres, y en quienes más sufren. El ofrecimiento de misericordia es, entonces, un apremiante llamado a la conversión. Y es, especialmente, a las periferias geográficas y existenciales donde debemos llegar; para que tantos hermanos, que no saben para qué están en el mundo y cuál es su fin, puedan reconocer el sentido de su vida».
Pecadores en conversión
Seguidamente apuntó que «debemos reconocernos pecadores para poder experimentar la misericordia. Y aquí nos encontramos con tantas dificultades culturales y sociológicas, que lo impiden. Ya lo decía Pío XII, en 1946, -y esa expresión tiene más actualidad que nunca, en este siglo XXI-: el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado».
Ejemplificó que «hasta las realidades más terribles, como lo que está sucediendo en Medio Oriente o el drama de los emigrantes africanos hacia Europa, pueden vanalizarse. Y hacerlos objeto, únicamente, de comentarios periodísticos y reacciones twitteras».
Remarcó, en consecuencia, que «la finalidad del Año Santo es fundamentalmente penitencial. Por lo tanto, de parte de nosotros, los sacerdotes, debe incluir una disponibilidad mayor para el ministerio de la Reconciliación».
Como caminos de penitencia citó los cinco que poropone San Juan Crisóstomo: acusación de los pecados; perdón de las ofensas recibidas de nuestros enemigos; oración ferviente y continuada, que brota del corazón; limosna, y humildad para obrar con modestia. Y enumeró, previamente, los fundamentos en el Antiguo y Nuevo Testamento, y el desarrollo teológico patrístico y escolástico de la misericordia.
«En un mundo que suele privilegiar casi exclusivamente lo sensible -remarcó- no hay que dejarse llevar por argumentaciones sentimentales, sino teológicas. Dios ha hecho una creación que está en vía de perfección. Dios es bueno y quiere colmar todas las cosas de su perfección. Misericordia es, en Él, lo último y lo primero».
Al comentar una expresión de San Agustín, enfatizó que «la verdadera misericordia busca la felicidad de los demás. No puede ser feliz quien es esclavo de la miseria espiritual y/o material».
Finalmente, destacó que «La misericordia es acercarse al mal y reconocerlo; sin taparlo, ni huír de él. Ese es el gran desafío pastoral. Que nosotros, los pastores, experimentemos especialmente en este Año la misericordia del Señor; para ser, entonces, valientes y disponibles apóstoles de la misericordia».
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