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Mons. Aguer: «Aportes a escuelas no son subsidio a la Iglesia, sino derecho de los padres»

El Arzobispo de La Plata, y presidente de la Comisión episcopal de Educación, Mons. Héctor Aguer, sostuvo que «es preciso reivndicar con respeto, serenidad y claridad, la libertad de la Iglesia, de enseñar la Fe, y trasmitir la visión cristiana del hombre y del mundo. La inserción del subsistema educativo eclesial en el único sistema de educación pública, y la recepción de aportes financieros del Estado, son hechos que no pueden menoscabar aquella libertad, que es también la libertad de las familias que eligen nuestra propuesta. Recordemos que ese aporte no es un subsidio a la Iglesia, sino un derecho de los padres de familia, que por su parte cumplen sus obligaciones tributarias con el Estado».
En la homilía de la Misa que celebró en la Catedral, para los educadores de la Arquidiócesis, con motivo de la iniciación del año escolar, el prelado advirtió que «no corresponde recortar el tiempo dedicado a la instrucción religiosa, disminuyendo la cantidad de horas curriculares que la asignatura ‘Religión’ tenía asignadas, como se ha pretendido recientemente. Menos todavía es aceptable que se impongan, a través de programas y textos de diversas materias, doctrinas contrarias a la fe y a la cosmovisión cristiana».
Por otra parte, subrayó que «la obligatoriedad de constituir centros de estudiantes no puede ser urgida en formas ajenas a las características propias de una comunidad educativa cristiana, ni debe servir a la ideologización y poilitización de los alumnos. Existen diversas iniciativas y experiencias bien probadas, en orden a promover la participación de los chicos, como medios adecuados a su formación para la vida social».

No a la discriminación injusta

Al hacer referencia a la primera lectura de la liturgia, tomada de la Carta del apóstol Santiago (Sant. 2, 1 – 9), advirtió sobre el pecado llamado acepción de personas, que implicaba en las primeras comunidades cristianas el desprecio de los pobres. «El tenor de la enseñanza apostólica -enfatizó- da a entender que aquellas comunidades estaban integradas por personas de varias capas sociales: era preciso educar a todos a vivir auténticamente la fraternidad cristiana, y el amor a los pobres. Es éste un mensaje de máxima actualidad. En el ámbito educativo es frecuente constatar una inclinación de algunos chicos a la discriminación injusta de sus compañeros, y a la formación de grupos en los que campea la rivalidad y el menosprecio de ‘los otros’… Otros entendidos como ajenos, antagónicos o, peor aun, inexistentes».
Alertó, en tal sentido, que «estos sentimientos pueden, obviamente, encontrarse también entre personas mayores, y es posible que muchas veces los niños y adolescentes adquieran esas deformaciones en sus propias familias. La Carta de Santiago se refiere a la relación entre ricos y pobres, en el orden de la pobreza o riqueza material. Pero sabemos que existen otras formas de carencia que no tienen que ver con la posición económica; existen pobrezas psicológicas, afectivas, culturales».

Todos somos indigentes

Al respecto, remarcó que «todos sufrimos diversos tipos de necesidades, y el ser humano es originariamente indigente; necesita del cuidado y del aprecio de los demás, del don que puede recibir de su prójimo. Esa dependencia, reconocida con humildad, es una cierta riqueza que nos abre a recibir de los demás, y nos encamina a una solidaridad vivida: es la pobreza del espíritu, que encabeza la lista de las Bienaventuranzas, en el Sermón de la Montaña. La educación en el estilo cristiano de vida tiene que poner una especial atención en que nuestros alumnos aprendan a reconocerse vinculados fraternalmente los unos a los otros; la caridad se concreta en el modo de tratarse y de ayudarse y en la inclinación a preocuparse, de modo efectivo, por los más necesitados.
«En el ámbito de la escuela -agregó- también debe vivirse lo que el magisterio de la Iglesia llama opción preferencial por los pobres. Será un servicio óptimo a la sociedad argentina, marcada por tantas desigualdades injustas, que no se han de superar con un discurso ideológico sobre la no – discriminación, sino con el cambio hacia una mentalidad evangélica, y con el ejercicio generoso del amor cristiano. ¡Ojalá podamos impulsar ese cambio desde nuestras escuelas!.
Mons. Aguer recalcó, igualmente, que «las dificultades en la tarea educativa nos permiten replantear continuamente las metas y los instrumentos, y nos mueven a renovar el entusiasmo. Como si recibiéramos cada día una voz de mando que nos viene del Señor: ¡paciencia y fortaleza!. ¡No desanimarnos jamás!».

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