Mons. Aguer admitió a seis seminaristas como candidatos al presbiterado.
El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, al admitir este Domingo del Buen Pastor a seis seminaristas como candidatos al presbiterado, los alentó a «identificarse con Cristo Sacerdote, pastor del rebaño, y puerta hacia la vida eterna». Y les indicó como los medios más eficaces para ello, «la oración asidua, una intensa vida eucarística, y la ayuda tan valiosa de una seria dirección espiritual… Tendrán que fomentar en ustedes el amor a la Iglesia, a la que quieren servir, y una caridad universal, que asuma en su intención la salvación de todos los hombres».
Los seminaristas admitidos son: Daniel Bonifacio Rossi, Julio Gutiérrez, Gonzalo Huarte, Luis Montesano, Carlos Reyes Toso y Carlos Rivero Cecenarro, que están cursando el primer año de Teología, en el Seminario Mayor San José de La Plata. Todos ellos serán instituidos Lectores, por Mons. Aguer, el próximo Domingo 18 (94º aniversario del nacimiento de San Juan Pablo II), en la Catedral, a las 20.
Este es el texto completo de la Homilía del arzobispo platense:
Tras la huella del Buen Pastor
Homilía en la ceremonia de admisión de candidatos al presbiterado. Iglesia Catedral.
11 de mayo de 2014
Este domingo, llamado justamente del Buen Pastor ofrece el marco más adecuado para el rito que en seguida realizaremos al admitir a varios jóvenes seminaristas como candidatos al Orden Sagrado. Detengámonos ante todo en una breve meditación del Evangelio que acabamos de escuchar.
Jesús se vale de una comparación enigmática para describir su actitud para con sus fieles, sin aplicarse todavía directamente el título de pastor; lo hará en la continuación de su discurso. Es importante advertir que la imagen del pastor tiene un amplísimo trasfondo bíblico. En numerosos pasajes del Antiguo Testamento, el pueblo de Israel es designado como el rebaño de Dios, que lo condujo a través del desierto y luego a lo largo de su historia; lo encaminaba rumbo a un cumplimiento final que debía consumarse en Cristo. Además de la dimensión comunitaria, la imagen se refiere a la relación personal del creyente con su Dios, cuya protección se extiende singularmente sobre cada uno de los miembros del pueblo. Con plena confianza, nosotros, miembros de la Iglesia, verdadero pueblo de Dios de la Nueva Alianza, contamos el Salmo 22, en el que decimos: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”. Se sabe que ocurría así, de hecho, en la realidad pastoril de aquella lejana época: los pastores le ponían nombre a cada una de sus ovejas. Además, el nombre no era una denominación exterior, hueca, sino que equivalía al ser. Cuando Jesús emplea esa comparación quiere afirmar que tiene un conocimiento íntimamente personal de sus fieles, ya que le pertenecen a Él, como las ovejas al pastor. Por eso sus ovejas oyen su voz, lo reconocen y lo siguen.
También en el Antiguo Testamento se llaman pastores los servidores del Señor a quienes Él encarga conducir el rebaño en su nombre; asimismo los profetas reprochan duramente y amenazan a los pastores infieles que se aprovechan de las ovejas y descarrían al pueblo. La esperanza abre un horizonte futuro que será definitivo; el anuncio del Mesías es formulado con la misma imagen: Dios suscitará un pastor según su corazón. Nosotros estamos habituados a este lenguaje, especialmente ahora, y desde que se ha difundido y aceptado plenamente el vocabulario referido a la acción pastoral y el nombre de la disciplina eclesial que la estudia: la teología pastoral.
En el Evangelio de hoy no debe confundirnos la doble identificación que Jesús hace de sí mismo después de sugerir que el pastor del que habla es él, dice Yo soy la puerta de las ovejas, y repite Yo soy la puerta por la cual las ovejas entran y salen. La figura se refiere a Jesús como mediador ante el Padre, ya que hacia el Padre van los fieles cristianos. Los verbos entrar y salir son dos extremos que significan y muestran una totalidad; de este modo expresan que al adherir a Jesús los creyentes gozan de la verdadera y plena libertad en una vida animada e iluminada por el amor. Ellos disfrutan de los pastos que son la Vida (con mayúscula), ahora sobreabundante y luego eterna.
Decía yo al comienzo que la meditación del Evangelio de hoy nos sugiere ubicar en ese marco el rito de la admisión de candidatos al ministerio sacerdotal. Con razón los llamamos candidatos, como suele designarse a toda persona que aspira a un cargo, a ejercer una tarea, o que es propuesta para una función. En nuestro caso, son jóvenes que se sienten llamados a seguir estrechamente a Cristo, participando de su condición de Pastor y Puerta de su rebaño, la Iglesia. Desde su ingreso al seminario se han ido aclimatando a la candidatura, han procurado profundizar su vocación mediante la reflexión, la oración y una apertura mayor de su voluntad al llamado del Señor, siempre misterioso y bello, que han experimentado. Los sacerdotes encargados de su formación y el mismo obispo hemos constatado un grado suficiente de preparación como para concederles la admisión.
Queridos hijos: ahora quiero dirigirme a ustedes para estimularlos a aprovechar dignamente los años que les restan para llegar a la recepción del presbiterado. Ante todo –y esto, que es lo más importante recapitula todas las dimensiones de la formación– se trata de una plena identificación con Cristo. En realidad, es lo que corresponde a todo cristiano, destinado, por la dinámica propia de la gracia, a la santidad. Pero ustedes deben cultivar la identificación con Cristo sacerdote, Pastor del rebaño y Puerta hacia la vida eterna. La oración asidua, una intensa vida eucarística y la ayuda tan valiosa de una seria dirección espiritual serán los medios más eficaces. Tendrán que fomentar en ustedes el amor a la Iglesia, a la que quieren servir, y una caridad universal, que asuma en su intención la salvación de todos los hombres.
No se trata de avanzar en una carrera –a tenor de la que emprende cualquier universitario– pero el estudio ocupa una dimensión considerable del proceso formativo, porque constituye el intento de asumir con clara inteligencia la Palabra de Dios expresada en la Verdad católica. Me refiero al estudio en cuanto debe ser reconocido como uno de los medios que la Iglesia propone para sumergirse en el misterio de Dios. Me refiero a una inteligencia contemplativa del misterio, que se desarrolle en conexión estrecha con otra dimensión de magnitud, imprescindible, como es la oración humilde y perseverante. Pero esa inteligencia debe adquirir también una cualidad que podemos llamar argumentativa, para que la exposición de la doctrina de la fe y de la vida cristiana resulte convincente, tanto en la predicación dirigida a los fieles, cuanto en la “salida” misionera que busca incorporar a los que son o se consideran “de afuera”.
El sentido comunitario que se cultiva de la vida de seminario les permitirá ir preparando las condiciones necesarias para integrarse al presbiterio, a la futura comunión presbiteral bajo la conducción del obispo. La obediencia y la fraternidad sinceramente vividas son las vías eficaces que aproximan a esa meta. Todos los medios que he apuntado están dirigidos a formar en cada uno de ustedes un corazón de pastor; con el corazón, y no sólo con información y sagacidad, el pastor de la Iglesia conoce a los hombres y puede participar del corazón del buen Pastor, que dice conozco a mis ovejas (Jn. 10, 14). No sólo las conoce, sino que está dispuesto a gastar la vida por ellas. Comenzarán a ejercitarse, e irán progresando generosamente en las prácticas pastorales que les esperan en los próximos años.
Con estas palabras he querido darles ánimo para perseverar en la vocación. Cultiven una sana alegría: es una realidad muy humana, pero para el cristiano esa base de exquisita humanidad es también expresión de la alegría propia de la fe, la esperanza y la caridad.
Por último, dirijo una afectuosa felicitación a sus familias, y les pido que se sientan honradas por el camino que ustedes han elegido y los apoyen con su comprensión y con sus oraciones.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
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