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Misa por Mons. Schoeffer, a cuatro años de su partida a la Casa del Padre.

Con San Juan Pablo II.

 

En su habitual trabajo en la Curia.

 

Concelebrando la Santa Misa.

 

Con su habitual Chamigo, a flor de labios.

 

Cuadro en la sala que lleva su nombre, en el Seminario.

 

 

 

 

El próximo jueves 4 de enero se cumplirán cuatro años de la partida a la Casa del Padre del recordado Provicario General de la Arquidiócesis de La Plata, Mons. Jorge Schoeffer. Para rezar por su eterno descanso, el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, celebrará ese día la Santa Misa, a las 19.30, en la Catedral.

Mons. Schoeffer nació el 10 de diciembre de 1940. Una vez completados sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Villa Devoto, Buenos Aires, fue ordenado Sacerdote en la catedral de San Isidro, el 5 de septiembre de 1964, junto con su compañero de estudios, Mons. Jorge Casaretto, obispo emérito de San Isidro.
El 12 de agosto de 1993 San Juan Pablo II lo distinguió con el título pontificio de Prelado de Honor de Su Santidad. Sirvió en distintas parroquias de la diócesis de San Isidro –entre ellas, la de su tan venerada Santa Teresita del Niño Jesús-, hasta que fue enviado a la Arquidiócesis de La Plata; donde ejerció la función de Provicario General, primero durante el gobierno pastoral de Mons. Carlos Galán, y posteriormente durante el de Mons. Aguer.
En el último tiempo de su vida, con algunas dificultades de salud, fue nombrado capellán del Hogar de Ancianos Plácido Marín, en San Isidro; regresando de esa forma a su diócesis de origen. En la misa exequial, Mons. Aguer calificó a Mons. Schoeffer como «un sacerdote ciento por ciento, en verdad un hombre de Dios y no un funcionario”, con una vida “ordenada al ministerio” y con todos sus gestos que “hacían referencia al Señor». El prelado agregó que «conocieron muy bien la profundidad de su entrega los pobres, los enfermos, los sacerdotes, los seminaristas y las religiosas”.

Dijo, igualmente, que “cautivó con su particularísimo testimonio. No pocas veces me sacó de las casillas, por su estilo tan personal y ocurrencias irrepetibles. Era, de todos modos, su forma de hacer permanente referencia a Dios. Fue un apasionado evangelizador».
En enero de 2015, al cumplirse un año de su fallecimiento, Mons. Aguer afirmó asimismo que «pocos como él –que yo recuerde– se han ocupado con tanta dedicación y generosidad de los seminaristas y de los sacerdotes, lo mismo que de sus familias. En realidad, hay que decir, se interesaba por cuantos se le cruzaban en el camino, ¡y en cuántos caminos!.

“Lo conocí -agregó- desde 1964; yo era seminarista en Buenos Aires cuando él, recién ordenado, fue a celebrar una de sus primeras misas en Villa Devoto, pues por algunos años había estudiado allí. Pasó años en Goya colaborando con el primer obispo de esa diócesis, que procedía, como Jorge, del clero de San Isidro. Allá aprendió el ‘chamigo’, que usaba frecuentemente. Pude conocer también a su familia, en ocasión de las reuniones que organizaba en su casa para conmemorar la Pascua; allí comencé a tratar a Mons. Galán, de quien al cabo de muchos años sería yo sucesor en este arzobispado platense”.

Añadió que “entre los múltiples caminos en los que estuvo hay que incluir el de los taxistas. Cuando tomaba un taxi, porque su especialidad era el autostop. Esta palabra elegante figura en el Diccionario de la Academia, que la define: Manera de viajar por carretera solicitando transporte gratuito a los automóviles que transitan. Nosotros decimos ‘hacer dedo’, y en su caso no solo en las rutas, sino en las calles de cualquier ciudad”.

“Aprovechaba esos encuentros para evangelizar. Iba siempre cargado, incluyendo en una mano una torta; al principio de la confitería Steinhauser, y luego podía ser de la pizzería de la esquina. Así me lo imagino camino al cielo. A algunos les fastidiaba su estilo y se burlaban de él; no lo comprendían, no lo querían, y menos aún lo admiraban. Nosotros, en cambio, los aquí presentes, lo comprendíamos, lo queríamos y, en el fondo lo admirábamos. Será muy difícil olvidarnos de él. Más bien, no nos olvidaremos. Me atrevo a pensar que el Señor lo recibió en sus brazos con una sonrisa”.
Por su parte, colaboradores del Arzobispado platense dijeron: «Lo recordaremos con una sonrisa y mucha admiración. Solo Dios podía hacerlo descansar. El Señor quiso que falleciera en enero, al igual que su gran amigo, Mons. Galán. Y la Virgen lo acompañó en su partida un primer sábado de mes. Todo un signo para un gran mariano como él».
Hubiera celebrado en 2014 cincuenta años de Sacerdocio. El agravamiento de su salud hizo postergar, una y otra vez, la despedida de la arquidiócesis platense.

En 2015, Mons. Aguer bendijo el cuadro y la placa de homenaje que los seminaristas diseñaron para la sala que lleva su nombre en el Seminario Mayor San José, de La Plata; y en la que, con frecuencia hasta altas horas de la noche, realizaba Dirección Espiritual. Es común escuchar de sacerdotes y seminaristas sabrosas anécdotas de su apostolado de tiempo completo.

 

Gratitud de la familia

Los hermanos de monseñor Schoeffer enviaron a monseñor Aguer y, por su intermedio, a los superiores y seminaristas, una nota de agradecimiento tras enterarse del homenaje. «Sentimos una enorme alegría al saber que recuerdan a nuestro hermano con tanto cariño y admiración, por su contribución y dedicación al seminario y, en particular, su buen hacer con los seminaristas y sus familias. Jorge sentía una pasión y amor muy especial por los jóvenes y todos aquellos que desean consagrar su vida al servicio del Señor y de la Iglesia».

Con bufanda, aun con calores tropicales…

El cuadro de homenaje que le hicieron los seminaristas lo muestra a Mons. Schoeffer sonriente y con su infaltable bufanda, que portaba aun con calores tropicales… «La llevaba todo el año -dijo, entre sonrisas, su hermana Pancha-. Nunca decía tener frío o calor. Lo cierto es que, como andaba de aquí para allá, jamás conocía qué temperatura lo iba a encontrar».
Un seminarista de primer año de Teología subrayó, entonces, que «estamos muy contentos con este reconocimiento. Aquí, su conocido ¡chamigo!, que aprendió como misionero en Corrientes, fue su invariable saludo y carta de presentación».
Otro compañero reveló que «para nosotros fue un verdadero padre y un auténtico modelo sacerdotal. Un pastor incansable cuyo mejor discurso fue la propia acción. No ahorraba tiempo, ni recursos, ni medios espirituales y materiales para ayudar a todo el mundo. Y no se avergonzaba de llegar a sus múltiples destinos como fuese…».
Otro de sus admiradores, en este caso de la diócesis de Puerto Iguazú, hoy a punto de empezar el primer año de Teología, dijo: «Yo ingresé al seminario dos meses después de su muerte. Pero al escuchar tantos elogios sobre él, me interesé por su figura. Hoy le pido al Señor que, por su intercesión, me guíe en mi camino al Sacerdocio”.
«Nadie sabe cómo se las arreglaba -confió otro seminarista- para estar en dos o tres lugares al mismo tiempo. Y cómo hacía para ir, con diferencia de pocos minutos, de un hospital a un convento y de ahí al seminario».
Un joven sacerdote, con pocos meses de ordenado, reveló que un joven, hoy muy comprometido en un movimiento eclesial, le contó un episodio que lo tuvo como protagonista, y que le arrancó abundantes lágrimas. «Un sábado -reveló-, en una intensa madrugada de invierno, mientras él se dirigía al boliche, encontró a Mons. Schoeffer haciendo dedo a la salida de un hospital. Se sorprendió de encontrar a un sacerdote, a esas horas y en esas condiciones; y pronto lo subió a su coche. Sin dudas, el encuentro fue de Dios. El joven, después de varios años, se terminó confesando; cambió absolutamente de vida, y hoy es un verdadero apóstol en uno de los nuevos movimientos eclesiales».
Otro sacerdote, de quien Mons. Schoeffer fue padrino de ordenación, dijo que «estuve visitándolo el 23 de diciembre de 2013. ¡Genio y figura hasta la sepultura!, como nos decían nuestras abuelas. Él probablemente intuyó que sería nuestro último encuentro, y me dejó una serie de oportunos consejos. Entre otras cosas me dijo: ‘No lo olvides nunca: todo buen sacerdote debe tener cerca enfermos, pobres y penitentes; y un convento de religiosas para atender. Todo lo demás viene solo’…».

Asimismo, otro joven seminarista sostuvo que «la Iglesia, como Madre y Maestra, tiene sabiamente sus tiempos, plazos y formas. Ojalá, entonces, que cuando sea factible se inicie en San Isidro (su diócesis de origen), el proceso para su eventual beatificación y canonización”.

Los restos de Mons. Schoeffer aguardan la Resurrección en la Casa de Retiros Mons. Aguirre, Santa Rosa 2341, de Victoria; en la Diócesis de San Isidro.

 

 

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