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La «Navidad nos invita a recordar quien es realmente el Dios en quien creemos o queremos creer»

Mons. Fernández en procesión hacia el Altar de la Iglesia Catedral.

 

El martes 24 de diciembre, en la Iglesia Catedral, el Arzobispo Víctor Manuel Fernández presidió la tradicional Misa de Nochebuena ante la presencia de fieles, miembros de la comunidad venidos desde diversos puntos de la ciudad, religiosas y Scouts.

En la Homilía, Mons. Fernández reflexionó que «en estos días está Dios llamándonos otra vez a la fuente, queriendo tocar algo en nuestras vidas. Y la Navidad nos invita a recordar quién es realmente el Dios en quien creemos o queremos creer».

«Con nuestra fe pequeña o firme, potente o temblorosa, más gozosa o más dramática, creemos en un Dios maravillosamente humano. Es este que nació en una pobre cueva, que iba y venía entre la gente por las calles de Jerusalén, después de trabajar como uno más en sus 30 años de Nazaret», recordó el Arzobispo.

«Este es el hijo del Dios de Israel, que andaba en medio de su pueblo en los polvorientos caminos del desierto o en el doloroso exilio en Babilonia, y quiso estar todavía más cerca, de una manera que nadie podía imaginar. Hoy es para siempre humano, uno de nosotros», remarcó Mons. Fernández.

Asimismo, el Arzobispo subrayó: «Y porque así es nuestro Dios, para nosotros cada ser humano vale tanto, es objeto de esa cercanía, de ese cariño, de ese amor infinito. Por eso nada humano nos puede ser indiferente y adquieren dimensiones inéditas los derechos humanos, los derechos sociales, los derechos de los últimos».

Niños acercan la imagen del Niño Jesús hacia el Altar.

Y prosiguió: «Pero por eso mismo vos podés reconocer tu dignidad inmensa más allá de tus fracasos, errores y debilidades. Podés empezar siempre de nuevo y caminar por allí sin arrastrar los pies y con la cabeza alta. Nada ni nadie tiene derecho a quitarte el amor infinito de tu Padre Dios, ese amor que Jesús nos viene a recordar en cada pesebre de Navidad».

«A él no lo doblegan mis olvidos, no lo alejan mis estados de ánimo variables, no lo espantan mis rechazos ni mis miedos. Estará allí, fiel y amigo, todos los días, bajo el sol y la lluvia, hasta el fin del mundo. Por eso podemos entregar en sus brazos todo lo que no anduvo bien en este año que termina, para que él lo purifique, e invocar su gracia para el año que comienza. Si lo dejamos entrar, si lo dejamos nacer, seguramente podremos  vivir un año mejor», aseguró, con firmeza, el Arzobispo.

 

 

 

 

 

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