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Mensaje del Arzobispo en la profesión de una religiosa contemplativa

Este domingo, el Arzobispo Víctor Fernández visitó el Monasterio de Carmelitas descalzas Regina Martyrum y San José La Plata para conversar con la comunidad y despedirse de las hermanas.

En estas conversaciones con todas ellas, el Arzobispo suele contarles aspectos de la vida diocesana, para que la intercesión de ellas sea más “encarnada”, pero en esta ocasión se realizó la profesión religiosa de la hermana María del Carmen del Niño Jesús.

En la homilía, Mons. Fernández dirigió a la hermana las siguientes palabras:

Hermana María del Carmen del Niño Jesús:

Elías en la cima del Carmelo, orando por la lluvia qué hermoso símbolo de su vocación. Aquí, en el monte santo, su entrega orante, su corazón en adoración y súplica, nos trae la lluvia, nos abre las compuertas del cielo.

Pero para que eso sea verdad y sea vida, para que sea potencia suplicante y adoración hecha de fuego, usted hermana necesita las llamas del Espíritu Santo, que clama desde nuestros corazones “Abbá”. Porque el Espíritu Santo nos pone en el corazón esa atracción irresistible hacia el Padre. Como la que sentía San Ignacio de Antioquía: “hay dentro de mí un manantial que clama y grita, ven al Padre, ven al Padre”. Es el manantial del Espíritu que nos pone ese deseo. No deje que se apague el deseo hermana, porque como decía san Agustín, el deseo es todo. Quien no desea está muerto en la vida espiritual. Y si se debilita, hay que pedirlo cada día: “Espíritu Santo, encendé en mí el deseo”.

Hermana, usted es ciertamente una privilegiada, siéntalo así. Y cuando aparezcan las tentaciones y los llamados del mundo no se engañe, todo eso es falso, échelo fuera. El mundo no es mejor que el monte Carmelo donde a usted le toca entregar su vida. El mundo está lleno de oscuridades, de malas intenciones, de violencias. Agradézcale a Dios que le haya pedido santificarse aquí. Es un privilegio de pocos elegidos.

Pero acuérdese de orar con generosidad por lo que tenemos que luchar afuera, para que no nos falte el fuego, ese horno de amor que nos pueda sostener e impulsar, para ser el amor en medio del mundo.

Hace pocos días que el Santo Padre me pidió asumir un cargo difícil, en medio de mis sombras vi un cuadrito de santa Teresita que ustedes me regalaron tiempo atrás. Cuando vi el rostro de Teresita ya tuve un gran consuelo, pero más todavía cuando leí la frase del cuadro: “En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor”. En ese momento, sin comprender demasiado, me brotó una luz interior, una certeza: “En esta misión que se me encomienda, yo seré el amor”.

Teresita sabía que ella tenía que orar para que ese fuego del amor estuviera encendido en el mundo, en los misioneros, en los pastores, en todos. Usted hermana nunca se olvide de esa misión.

Pero esa misión intercesora sólo podrá ser intensa, sincera, eficaz, si usted alimenta su fuego. Haga como le recomienda la santa Madre Maravillas: “Intérnese en el Corazón de Jesús, donde tiene hecho su nido, y viva allí, abandonada y segura, sólo para él”.

Al mismo tiempo, usted sabe que la Madre Maravillas tenía una especial sensibilidad hacia los pobres, hacia los sin techo, hacia los abandonados de la sociedad. No los olvide en su intercesión y esa generosidad le va a volver a usted como bendición.

Y si aparecen nubes negras, usted tiene a la Madre santísima del Carmelo, la reina gloriosa del Monte santo, esos brazos seguros y fuertes de la Madre de la Iglesia que no la abandonará jamás.

Confíe más allá de todo y en contra de todo, y todo terminará bien. Así sea.

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