Homilía de Mons. Aguer en la Misa por el 135° aniversario de la fundación de La Plata.
Publicamos, a continuación, la homilía del Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, en la Misa de celebración de los 135 años de la ciudad. Este es el texto, completo y oficial, de sus palabras:
La Plata, los platenses, sus talentos
Homilía en la Misa de celebración del 135° aniversario de la fundación de la ciudad. Iglesia Catedral, 19 de noviembre de 2017
Al escuchar el pasaje evangélico que hoy se ha proclamado (atención: el Evangelio es siempre una Buena Noticia), reconocemos de inmediato la “parábola de los talentos”, como la han titulado la tradición eclesial y los exégetas de todos los tiempos. También los intérpretes actuales, que emplean rigurosos métodos históricos-críticos. Por talento entendemos espontáneamente inteligencia, capacidad, aptitud para desempeñar un oficio; por ejemplo: ¿tiene el talento necesario el arzobispo para pastorear el rebaño que se le ha confiado? ¿Lo tiene el intendente para gobernar el municipio, cargo en el cual el voto de sus conciudadanos lo instaló? Por supuesto, el mensaje de la parábola puede aplicarse al ejercicio de todos y cualesquiera talentos humanos. Sin embargo, conviene advertir que el tenor literal del texto se refiere a sumas de dinero: tálanton era una moneda imaginaria de griegos y romanos. La palabra significa, ante todo, los platillos de una balanza, y de allí un peso indeterminado de dinero, en oro y plata; el relato cuenta, en el idioma original, que el siervo perezoso ékrypsen tó argýrion, enterró el dinero de su Señor. No hacen falta demasiadas explicaciones para comprender qué quiere decirnos Jesús cuando en este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario se nos propone, en la liturgia eclesial, meditar sobre la célebre parábola de los talentos. En consecuencia, la propuesta nos sugiere poner, todos los cristianos, “las barbas en remojo”.
Se trata, según la argumentación de Jesús, de la responsabilidad del hombre frente a Dios. Es posible escapar de una justicia distraída, como ocurre en esta muestra impredecible Argentina, sobre todo si el avivado no es un perejil; pero todos deberemos, tarde o temprano, presentarnos ante el único Señor. Éste no es un dueño duro –sklerós– como pensó el tercer criado; es todopoderoso, pero no un propietario riguroso, indebidamente severo, desalmado. No es así nuestro Padre, al que invocamos cada día, como Jesús nos enseñó.
La parábola iba dirigida originalmente a los escribas judíos, intérpretes de la Ley, que no debían esconder en un hoyo la Palabra de Dios, los bienes del Reino. Todo cuanto poseemos, en cualquier orden, lo hemos recibido: talentos naturales y sobrenaturales; se nos pide hacerlos fructificar, distribuirlos con un amor generoso, bien activo. Nos han sido concedidos, señala el texto evangélico, según la capacidad de cada uno. El servidor inactivo de la parábola era un “chanta”, o quizá más bien un fatalista que pensaba que no se puede hacer nada; era un hombre falto de amor. El poder de Dios no torna inútil nuestro trabajo, no elimina nuestra responsabilidad; al contrario, los inspira y suscita. El arte de los hombres, que multiplica los dones recibidos, es una pequeña réplica del arte del Creador.
Este domingo se destaca por una característica singular. El Papa Francisco lo ha propuesto como una Jornada de los Pobres; viene bien a cuento la parábola evangélica que hoy nos interpela. La fidelidad al Señor nos impone otorgar una ayuda eficaz y cariñosa a los necesitados. Sabemos que los rostros de la pobreza son múltiples: las carencias económicas que sufren los habitantes de un país potencialmente rico como el nuestro; la miseria en la que se encuentran hundidos tantos hogares; los niños desnutridos, ineducados, tironeados para aquí y para allá por padres separados o abandónicos, los que son abusados sexualmente, las más de las veces por sus padrastros o parientes cercanos (alguna vez también por un cura perverso), la trata de personas, que vulnera la dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios; los ancianos que al cabo de una vida de trabajo no poseen más recursos que una magra, insuficiente jubilación; los enfermos de toda edad, en fila para obtener como limosna una elemental atención en desmantelados hospitales; los presos que no son vip, aunque hayan caído en el delito, y que en los horrores de nuestras cárceles pueden entrenarse mejor para seguir delinquiendo; la lista podría alargarse indefinidamente. No debemos dejar de añadir algunas pobrezas más notorias en La Plata, esta ciudad forjada con ilusión y gallardía que hoy celebra su aniversario. ¿Qué pensarían Dardo Rocha y otros fundadores si pudieran contemplar con sus ojos corporales la actualidad de aquel gran sueño? ¿Qué dirían del amuchamiento indigno de tantos hombres y mujeres en sus crecientes periferias? La violencia parece haberse adueñado, como un hecho cotidiano, de nuestra sociedad; los accidentes de tránsito, los femicidios, el asalto, el arrebato, la difusión maléfica de la droga, el desprecio de la vida propia y ajena, estos y otros males –que son globales, podríamos reconocer- marcan cifras récord en La Plata. Obviamente, no hay soluciones mágicas para remediarlos, ni se ha de reclamar respuesta sólo al gobierno municipal, ya ocupado en incumbencias suyas imprescindibles. Pero cada uno de nosotros, en especial quienes desempeñan responsabilidades públicas de diverso nivel, está llamado a hacer fructificar su talento, desinteresadamente –lo subrayo- porque somos solamente servidores, llamados a hacer, sin “agachadas” ni disculpas vanas, lo que debemos hacer. Sabemos, por otra parte, como la parábola nos asegura, que no faltará el premio. La Iglesia le debe a los pobres primera y principalmente la verdad y la gracia de Cristo, para que alcancen la bienaventuranza reservada a los que tienen alma de pobres.
Abro un breve paréntesis sobre la celebración de los 135 años de la ciudad. El festejo popular será una sesión de rock, supongo; siempre lo mismo: rock o cumbia, u otros ritmos por el estilo, quizá, también unos minutitos de folclore. Los tangueros siempre nos quedamos con las ganas. Panem et circenses! era el programa de la antigua Roma para la plebe. ¡Pan y circo!, así cumplimos nosotros; y si no hay pan, que por lo menos no falte el circo. Me arriesgo a que me descalifiquen como exquisito. ¿No hay ofertas mejores? ¿Por qué no convocar a la Plaza, en orden a animar el aniversario, a la orquesta y el coro estables del Teatro Argentino, para ejecutar, por ejemplo, la novena sinfonía de Beethoven, y ofrecerles a los vecinos, a los jóvenes especialmente, que quizá nunca pisarán el teatro, belleza verdadera? Lo hizo, cuando era Intendente de San Miguel, el Dr. Joaquín de la Torre, con un éxito popular inolvidable. Contamos con notables artistas en La Plata, como la soprano Paula Almerares, el barítono Sebastián Sorarrain, el tenor Rubén Martínez, y tantos otros, que quizá hasta actuarían gratis, por amor al arte y a la ciudad; gratis o sin duda con un costo infinitamente menor que el misterioso expendio que se ha hecho. No quiero molestar a nadie con este comentario; lo digo con afecto y con pena. Cierro el paréntesis.
Antes de referirme al final de la parábola de los talentos, me detengo un momento en la primera lectura de la liturgia de la Palabra de Dios, que está tomada del Libro de los Proverbios (31,10-55): es el elogio de una buena ama de casa; el texto hebreo comienza ishet-jayl, y la versión griega de “los Setenta” traduce gynaîka andréian, mujer fuerte, de ímpetu varonil –así sugiere la etimología- por su empeño en la tarea doméstica. Ama de casa no es un insulto, no arroja a la mujer talentosa, capaz de una brillante carrera profesional al trabajo servil de una fregona. Hay talentos que únicamente ella, la mujer, ha recibido de modo eximio. Los talentos de varones y mujeres, con todo, se complementan, se armonizan. En la actualidad, está muy bien que el varón sepa cambiar los pañales al bebé y que se ocupe de las cosas de la casa; no hace falta para justificar este cambio normal de las costumbres agitar banderas feministas. Cito una frase sorprendente, incluida en el mensaje enviado a un congreso de mujeres, a mitad del siglo pasado, por la señora Eva Perón; decía: nuestro siglo –por el XX- será recordado como el siglo del feminismo victorioso; la victoria del feminismo consiste en la indisolubilidad del matrimonio y la presencia de la mujer en el hogar. Evita lo dijo.
El Salmo responsorial (127,1-5) hizo eco a la lectura de los Proverbios, enfocando la misma realidad desde la otra orilla: expresa el elogio del varón que respeta al Señor y lo ama: Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de su hogar; tus hijos como retoños de olivo alrededor de tu mesa. Es una bendición, una suerte dichosísima, una fuente de paz. En medio de la devastación del orden familiar que padecemos hoy día, con la emergencia anticipada de un futuro funesto para las nuevas generaciones, la contemplación del modelo bíblico puede suscitar nostalgia, revisión de las conductas que por desgracia han sido ya canonizadas por leyes inicuas y por una propaganda diabólica. También nos permite cultivar una modesta esperanza.
El gran exégeta protestante Joachim Jeremias clasificó la de los talentos entre las parábolas de crisis pronunciadas por Jesús; su finalidad era sacudir a un pueblo ciego y a sus jefes ante la seriedad terrible de la hora. La moraleja reza: ¡estén preparados! La hora es la del retorno glorioso de Cristo, como el de aquel señor que después de un largo tiempo llegó para arreglar las cuentas con sus servidores. La armonía en Dios de la misericordia y la justicia constituye un misterio digno de admiración, de adoración, de saludable temor y de confianza. El Día del Señor, la Hora –escuchamos decir al apóstol Pablo en la segunda lectura- vendrá como un ladrón en plena noche (1 Tes. 5,1-6), sin avisar, a la hora menos pensada. En el Credo niceno profesamos de Cristo: De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. En el final de la parábola que hemos meditado se registra una doble suerte: entrar en el gozo –jarán, se dice en el texto griego, es la alegría del cielo- o ser arrojado a las tinieblas –skótos, la dimensión del llanto y del rechinar de dientes –que ya sabemos qué nombre lleva. San Pablo nos advierte todavía, pero también nos consuela: ustedes, hermanos, no vienen de las tinieblas, para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen otros; permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Que nuestra amada ciudad, toda su gente, viva en la luz; que no se duerma. ¡Te pedimos, Señor, este regalo de cumpleaños! Amén.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de
La Plata
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