El clero arquidiocesano peregrinó a la basílica de Luján para encomendarse a María
El miércoles 6 de noviembre, el clero de nuestra Arquidiócesis platense peregrinó como cada año al santuario de Nuestra Señora de Luján.
Allí compartieron la celebración eucarística, que fue presidida por el Administrador Apostólico, Mons. Alberto Bochatey OSA, junto con los obispos auxiliares, Mons. Jorge González y Mons. Federico Wechsung.
Mons. Bochatey, destacó el hecho de “venir a esta casa, a la basílica de Luján, a ver a nuestra Madre del cielo. Jesús nos da a su madre como nuestra propia madre”.
“La religión católica -dijo- es la única religión que después de Dios tiene a una mujer como primer personaje en su vida de fe, en su teología. Como le gusta decir al Papa Francisco, la Iglesia es mujer y la madre de la Iglesia es María, y esta mujer nos cobija”.
Además, recordó “si bien hay muchas advocaciones marianas, la nuestra tiene esa curiosidad de haber querido quedarse aquí, en esta tierra, en el barro, porque no podían salir de allí, en un carro, con criados y sirvientes, ese era su reino y eso eligió María de Luján para con nosotros, entonces cómo nosotros no vamos a quedarnos con ella”.
Mons. Bochatey expresó que “no nos tienen que dar miedo las dificultades de nuestro tiempo. Hay tantos que ponen palos en las ruedas y que crean barros ficticios para que la sociedad no pueda avanzar, como así también hay otros que quieren ensuciar con barro la pureza de María, de Dios, de los Hijos de Dios; pero tenemos que tener la fuerza y la certeza de que Nuestra Señora de Luján está aquí y vino para quedarse, vino a darnos su maternidad”. “Por eso es bueno venir a su casa para traer nuestras peticiones e intenciones”, agregó.
Dirigiéndose a los sacerdotes, recordó que en La Plata “estamos viviendo un tiempo especial porque no tenemos arzobispo y estamos a la espera del nombramiento de un nuevo pastor; pero es bueno que en este tiempo de espera en nuestra arquidiócesis podamos preguntarle al Señor ¿qué quieres que haga?”.
“Sabemos y teníamos un año misionero y ser misionero es por amor a los hermanos y es estar disponibles a la llamada del Señor, es estar inspirados y sostenidos por el Señor; hacer de la misión una acción formativa, con pasión; evangelizar y formar significa sobre todo cuidar a las personas, es un acto de caridad, discreto, precioso, delicado”.
Manifestó también que “nuestra misión sacerdotal, hermanos, debe recordarnos que a pesar de los cambios en el tiempo y la cultura, ningún algoritmo puede sustituir el amor, el poder de la imaginación, ver germinar la inspiración, entrar en contacto con nuestras emociones y saber expresarlas”.
Finalmente, agradeció el acompañamiento y el compromiso en la tarea que todos los sacerdotes han realizado durante todo este tiempo por el Pueblo de Dios.
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