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El Arzobispo sobre el Espíritu Santo: «Necesitamos su fuego, que ponga calor y color en nuestra fe y en nuestras vidas»

Este sábado en la catedral, el arzobispo Víctor Fernández presidió la celebración de la misa de Pentecostés junto con los obispos auxiliares, los sacerdotes de la arquidiócesis, religiosas, religiosos y un grupo muy numeroso de fieles que se acercaron a recibir y compartir el fuego derramado por el Espíritu Santo.

Durante la celebración, el arzobispo ofreció la 
siguiente homilía:

“El que tiene sed que venga a mí y beba” Cuántas ganas tiene Jesús de darnos el Espíritu Santo.

Él mismo tiene una sed incontenible, sed de derramar el agua del Espíritu. Eso quería decir cuando le dijo a la samaritana “tengo sed”. Eso mismo quiso decir en la cruz cuando volvió a decir “tengo sed”.

Entonces cuando dejo entrar al Espíritu Santo se unen mi sed y la sed de Cristo, y como dice el Evangelio “brotan manantiales de agua viva”.

Estamos hoy en oración para que hoy se cumpla en nosotros la promesa de Jesús que dice así: “Cuando venga el Espíritu Santo… la tristeza se les convertirá en alegría” (Jn 16, 20).

Pero también dice que el Espíritu Santo nos llevará a la verdad completa. Ustedes saben que en el Evangelio de Juan la verdad no es algo abstracto, la verdad es Cristo, la verdad es la persona de Jesús. Entonces lo que promete allí es que el Espíritu Santo nos introducirá dentro de la luz de Cristo, más y más, hasta la plenitud de nuestra unión con Jesús.

Porque el Espíritu Santo y Jesús son los grandes dones del Padre y siempre están juntos: Jesús empeñado en llenarnos del Espíritu Santo y el Espíritu santo empeñado en meternos en el Corazón de Cristo. Y es que ese manantial de agua viva que es el Espíritu Santo brota del Corazón de Cristo y nos lleva a él.

Pero si parece que a nuestra vida y a nuestras comunidades les falta esa vida, esa fuerza, hay que reunirse a orar y pedir el Espíritu Santo con deseo, con confianza. Jesús dijo ¿cómo el Padre les va a negar el Espíritu Santo a los que se lo pidan?. Eso hicieron los apóstoles tristes, desalentados y miedosos y Jesús cumplió.

Él vino en Pentecostés, vino en tu Bautismo, pero viene y vuelve a venir para animar la misión y llenarnos de fuerza. Porque él es el fuego del amor divino, y si se nos apaga el fuego no nos queda nada. Si baja el fuego del Espíritu la Iglesia es comunidad viva, decidida, fervorosa, alegre, llena de confianza, derrama vida, derrama luz.

Sin ese fuego por dentro estamos fríos, la vida es sólo sobrevivir como podemos tragando la angustia y la melancolía. Pero con el Espíritu Santo la vida es confianza, es esperanza, es serena alegría en medio de las pequeñas cosas, es una aventura aunque seamos pobres y débiles. Sin ese fuego no somos nada y de nada sirven nuestras catequesis, nuestros planes, nuestras ideas. Necesitamos su fuego que ponga calor y color en nuestra fe y en nuestras vidas. ¿Quién te dijo que tenés que vivir a medias, sobreviviendo, aguantando, viviendo tu fe mediocremente, quién te dijo?

¿Qué querés que llene tu corazón: ¿basura, o el fuego santo? Si él te hace santo es porque ese sos vos realmente, ese estás llamado a ser, para eso fuiste creado, ahí se cumple tu verdadera identidad.

Y si te sentís pobre mejor, porque a él lo cautivás diciéndole: “No tengo nada, no tengo de dónde agarrarme, no tengo fuerzas, soy pobre, te necesito”

Entregate, no escapes más, no pongas más excusas, no arruines tu vida quedándote sin el fuego y la luz del Señor, sin la amistad de Jesús, sin la fuerza del Espíritu. Animate, no escapes más.

Pero me pide que esté dispuesto a comunicarlo, si acepto llevar a Cristo a los demás, si asumo el desafío de la misión. Porque la presencia del Espíritu Santo en mí crece a medida que la doy. Por eso Jesús dice en el Evangelio: “El Espíritu Santo dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio de mí” (Jn 15, 27). Y en otra parte miren lo que dice: “Esperen la promesa del Padre. Y recibirán la fuerza del Espíritu Santo, y entonces serán mis testigos hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 4.8). Tal es así que eso es lo que sucede cada vez que baja el Espíritu Santo, como lo dice este texto de los Hechos; “Todos quedaron llenos del Espíritu santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios” (Hch 4, 29-31).

Entonces oremos hermanas y hermanos. Cuánta fuerza tiene esta oración de toda la Iglesia de la Arquidiócesis reunida aquí.

“Jesús, tu Palabra dice que el Padre no niega el Espíritu Santo a los que se lo piden con insistencia, aquí estamos todos juntos para insistirte Padre, que nos envíes al Espíritu Santo con toda su potencia. Y creemos que cumplís tu promesa. Danos tu Espíritu Santo.

Porque somos pobres y necesitados, porque solos no podemos, porque nuestra mente y nuestras fuerzas son tan limitadas.

Te tomamos la Palabra para que la cumplas. No nos podés negar el fuego del Espíritu Santo.

Danos ese fuego de amor para quemar todo lo que nos hace daño, que venga a quemar todos nuestros temores, nuestras debilidades, nuestras desconfianzas.

Que venga a quemar nuestras tristezas, melancolías y lamentos. ¿Para qué nos sirven? Que venga a quemar nuestros egoísmos y mezquindades, nuestros rencores inútiles, esas esclavitudes interiores que nos hacen daño. Danos el Espíritu Santo. Que queme toda angustia, todo recuerdo que me torture.

Que venga a consolar, a aliviar nuestros cansancios, que venga a pacificar todo nuestro ser. Abrázanos Jesús resucitado con todo tu cariño y danos el Espíritu Santo que el Padre nos prometió.

Que queme y que venga también como viento poderoso y se lleve lejos esos venenos que  nos arruinan el alma y la vida.

Ven Espíritu Santo, ven como fuego que calienta nuestro frío, ven como brisa que nos despierta y nos impulsa, ven como agua de vida que riega nuestra tierra seca.

Ven Espíritu Santo, ven a romper nuestras cadenas, ven a sanar nuestras viejas heridas, ven a fortalecernos, ven a curar todos los nerviosismos, ansiedades, apegos. Ven a sanar todo sentimiento de inferioridad porque valemos tanto a los ojos del Padre, somos tan valiosos para Él.

Y ven a llenarnos de fuerza para la misión, ven a poner en nuestros labios las palabras justas, ven a llenar nuestro corazón de generosidad, ven a regalarnos tu serena alegría, el gozo del Evangelio, el entusiasmo del Reino de Dios.

Me quedo aquí sin prisas, sin ansiedades. ¿Qué es más importante que dejarte actuar en mí esta tarde?

Ven y penetra todo nuestro ser, hasta lo más íntimo, toca, sana, libera, transforma. Fortalece toda nuestra vida para que podamos enfrentar todo con plena confianza. Ven Espíritu Santo, potencia de vida y de esperanza.

Ven Espíritu Santo, te abro las puertas de mi vida, ven. Me dejé engañar por tantas cosas que me quitaron la alegría, pero ahora entrego todo, te hago lugar en mi interior y te clamo:

Ven Espíritu Santo. Quiero tomarme en serio mi vida y mi bautismo, y hoy te invoco: Ven Espíritu Santo”.

En este momento voy a hacer la oración de efusión pidiendo que el Espíritu Santo se derrame sobre todos ustedes. No importa lo que ustedes sientan porque esto supera nuestros sentimientos. Importa sólo confiar, con la certeza de que él viene.

Padre Dios, amado,
Que tanto nos quieres.
Te pido que cumplas tu promesa.
Porque te hemos pedido, te hemos clamado
Y prometiste escuchar nuestras oración y darnos el Espíritu Santo.
Por eso ahora mira el Corazón de tu Hijo resucitado
Que nos salvó con su entrega en la Cruz,
Mira su corazón lleno del fuego del Espíritu Santo.
Que se abra ahora el corazón de Cristo y se derrame en este lugar
La potencia, el fuego, la luz
Y toda la vida del Espíritu Santo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén. Amén.


El Espíritu de Dios ha bajado, ha venido, nos ha escuchado, lo sabemos en fe: el Espíritu de Dios está en este lugar como caricia de paz, como amigo lleno de ternura, y va a seguir obrando durante la Misa y en los próximos días. Porque de verdad se escucharon nuestras oraciones.

Más allá de todos nuestros sentimientos sabemos que el Espíritu Santo se ha derramado en esta asamblea diocesana. El Espíritu de Dios está, adorémoslo, démosle gracias con ternura, porque ya no estaremos solos. Amén.

Antes del final de la misa, Mons. Fernández impartió en el nombre del Santo Padre la bendición apostólica, con indulgencia plenaria, a todos los presentes.

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