“Debemos aprender a confiar y a callar frente al misterio de Dios”
Como cada domingo, el Papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, junto a los fieles que se convocaron en la Plaza de San Pedro. El Evangelio del día fue el que presenta el nacimiento de san Juan Bautista.
En la fiesta de san Juan, que la iglesia católica celebra precisamente seis meses antes de la Navidad, el Sumo Pontífice se refirió al misterio de la vida humana. En el primero de sus mensajes con fuerte carga valorativa y de conciencia y doctrina espiritual, Francisco expresó que Dios no depende de la lógica humana.
A partir del recorrido que realizó a través de las palabras del Evangelio de san Lucas, que narra la maravilla del nacimiento de Juan de padres ya ancianos, el Papa habló de la lógica de Dios, que “no depende de la nuestra, ni tampoco de nuestra limitada capacidad humana”.
En otro de los pasajes de su homilía, el Romano Pontífice confió en que “debemos aprender a confiar y a callar frente al misterio de Dios”. El Santo Padre indicó la necesidad de aprender a confiar y a callar frente el misterio de Dios, y de contemplar con humildad y silencio su obra, que se revela en la historia, porque, dijo, «nada es imposible para Dios”.
Prosiguiendo con su recorrido, el Papa habló de las sensaciones que vivió el pueblo que acompañó o que tuvo conocimiento de este acontecimiento milagroso (el nacimiento de Juan el Bautista), que fueron sensaciones de estupor, sorpresa y gratitud por el milagro de Dios. Y a partir de esta reacción del pueblo, el obispo de Roma propuso una serie de preguntas para la reflexión personal, de manera de lograr una meditación sobre el estado de ánimo de la fe; “¿cómo es mi fe?, ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata?, ¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor?”, se interrogó Francisco.
“El pueblo fiel de Dios es capaz de vivir la fe con alegría, con sentido de estupor, de sorpresa y gratitud. Pero veamos aquella gente que hablaba bien de esta cosa maravillosa, de este milagro del nacimiento de Juan, y lo hacía con alegría, estaba contenta, con sentido de estupor, con sorpresa y con gratitud.
En el final, Francisco evidenció la misión de los padres, a quienes dijo, en la generación de un hijo, que «actúan como colaboradores de Dios», y elevó su plegaria al cielo, pidiendo a la Santísima Virgen que “nos ayude a comprender que en cada persona humana está la huella de Dios, fuente de vida”.
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