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Carta del Arzobispo sobre la próxima beatificación

El Arzobispo Víctor Fernández expresó a través de una carta lo que acontecerá el próximo sábado 27 de abril, en el que serán beatificados los cuatro mártires riojanos.

A continuación se detalla el texto completo de la carta:

 

Queridos/as hermanos/as:

 

El próximo sábado 27 la Iglesia en Argentina, y toda la Iglesia universal, se alegrará con cuatro nuevos beatos que sufrieron persecución por su compromiso evangélico y murieron en la provincia de La Rioja. Uno de ellos es un laico, padre de familia y trabajador, otro es un religioso franciscano, otro es un sacerdote diocesano y otro el obispo.

Nos gozamos al saber que, después de haber sufrido por Cristo y por los demás,  están en la fiesta del cielo, junto con el santo Cura Brochero, la beata Mama Antula, el beato Ceferino Namuncurá, la beata Ludovica, y tantos otros. En esta Octava de la Pascua de Jesús, se agrega la alegría de la Pascua de estos cuatro hermanos muertos en nuestra Patria.

Para quienes no los conozcan, aquí les mando un breve resumen sobre cada uno de ellos:

El laico Wenceslao Pedernera nació en Los Jagüeles (San Luis) el 28 de septiembre de 1936. En Mendoza, donde trabajaba en los viñedos, se conoció con Coca, su esposa, cuyo padre administraba las viñas Gargantini. Fue acercándose a Jesús poco a poco. En la capilla de las Bodegas, un día Jesús revolucionó su corazón y a partir de ese momento comenzó una vida nueva de gracia. En ese entonces, se conocieron con Carlos Di Marco y Rafael Sifré, amigos de Mons. Angelelli, líderes de la Acción Católica rural.  En 1973, buscando una entrega mayor, se mudó a La Rioja para integrar el movimiento rural diocesano, un proyecto de cooperativismo, de evangelización y de aplicación concreta de la Doctrina Social de la Iglesia. Por ayudar evangélicamente a los humildes trabajadores y campesinos, fue asesinado frente a su mujer y a sus hijas el 25 de julio de 1976, en Sañogasta. En su agonía dijo: “Los perdono”.Que todos los laicos y laicas de nuestra Arquidiócesis lo tomen como ejemplo de compromiso y puedan imitar su entrega hasta dar la vida. Que su sangre derramada nos aliente.

El franciscano Carlos de Dios Murias nació en Córdoba el 10 de octubre de 1945. Realizó sus estudios secundarios en el Liceo Militar General Paz y los universitarios en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Córdoba. En medio de su carrera, sintiéndose llamado por el Señor, ingresó a la orden de los Frailes Franciscanos Conventuales. Profesó solemnemente sus votos en 1971 y recibió la ordenación sacerdotal el 17 de diciembre de 1972 en Buenos Aires. Lo ordenó Mons. Angelelli, a quien conocía desde su juventud. A partir de 1974, acompañó varias misiones populares en la diócesis de La Rioja hasta que, en febrero de 1976, formó parte del Convento de Saldán (Córdoba), viviendo en Chamical (La Rioja,) de cuya parroquia fue nombrado vicario en mayo de ese mismo año.Se destacó inmediatamente por su servicio evangélico a los más pobres y por el reclamo de justicia ante los atropellos a la dignidad de la persona humana en el contexto de la última Dictadura cívico-militar en Argentina. Frente a las amenazas recibidas decía: “Podrán silenciar la voz de Carlos, pero no podrán silenciar el Evangelio”. El 18 de julio de 1976 fue secuestrado en Chamical y asesinado junto al padre Gabriel Longueville.

El sacerdote Gabriel Longueville nació el 18 de marzo de 1931 en el pueblo rural de Etables (Francia). Cuando percibió signos concretos de vocación sacerdotal, ingresó en el Seminario Mayor de la diócesis de Viviers donde recibió el sacramento del orden el 23 de julio de 1957. Pero su perfil fue decididamente misionero. Para ello, se preparó en México y luego arribó a Corrientes en 1970. Al año siguiente, comenzó su misión en la diócesis de La Rioja y en 1972 fue designado párroco de la Parroquia El Salvador de la localidad de Chamical. Allí, luego de llevar fructuosamente la Buena Nueva a los pobres, fue secuestrado y asesinado el 18 de julio de 1976. En realidad, se llevaban sólo a Carlos Murias, pero él le dijo: “No te dejo solo, yo voy con vos”. Y así se entregó al martirio. Que la ofrenda de su vida nos estimule a ser más misioneros, a ser capaces de renunciar a muchas cosas para llevar el Evangelio más allá de nuestras comodidades, e incluso a ser capaces de ir a la muerte para no dejar a un hermano abandonado.

El obispo Enrique Angelelli nació en Córdoba el 17 de julio de 1923.Se ordenó sacerdote el 9 de octubre de 1949. En 1951, obtuvo la licenciatura en Derecho Canónico por la Universidad Gregoriana. Se formó en los tiempos de renovación teológica y eclesial previo al Concilio Vaticano II. A su regreso a la Argentina, desempeñó una destacable labor apostólica en diferentes ámbitos: capillas, barrios humildes, en la docencia, en el Tribunal Eclesiástico, y como asesor de la Juventud Obrera Católica (JOC). Juan XXIII lo designó obispó auxiliar de Córdoba y recibió la consagración episcopal el 12 de marzo de 1961. En, 1963, se hizo cargo del rectorado del Seminario de Córdoba. Participó en diversos períodos del Vaticano II como padre conciliar (1962, 1964 y 1965). En 1964, la Iglesia en Córdoba vivió momentos conflictivos; Angelelli renunció al cargo de rector del seminario en 1965 y Mons. Ramón Castellano al arzobispado. Trabajó en diversas áreas y en la Conferencia Episcopal Argentina se destacó, entre otras, su actuación en la COEPAL (Comisión Episcopal de Pastoral). El 3 de julio de 1968, fue nombrado obispo de La Rioja. Visitaba con frecuencia las comunidades y llevó adelante en su diócesis la aplicación concreta del Concilio, la promoción humana, la defensa de la dignidad de toda persona, hasta el día de su muerte. Murió el 4 de agosto de 1976, después de recibir amenazas y sabiendo que se acercaba su fin, en un accidente automovilístico provocado en la ruta 38, en Punta de Los Llanos. Fue cuando regresaba a la ciudad de La Rioja del sepelio de los sacerdotes asesinados días antes en Chamical. El 8 de junio de 2018, el Papa Francisco lo declaró mártir junto a sus tres compañeros.

Que intercedan también por nosotros, para que nos renovemos en la fe y aceptemos amar con todas las consecuencias.

Con mi bendición pascual.

     Mons. Víctor Manuel Fernández

Arzobispo de La Plata

 

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