Año nuevo con mensajes de Benedicto XVI
Con motivo de la celebración de fin de año, el Arzobispo Víctor Fernández celebró la Eucaristía con la comunidad parroquial de San Mateo, Además de ofrecer la Misa por el eterno descanso del Papa Benedicto XVI, quiso recoger algunas de sus enseñanzas dadas precisamente en distintas Misas de fin de año o de año nuevo.
¿Nace un año mejor?
-a la luz de los mensajes de Benedicto XVI-Hermanas y hermanos, esta celebración de fin de año coincide con la muerte del querido papa Benedicto. Por eso quiero recoger algunas de sus enseñanzas que él dio en distintas celebraciones de año nuevo.
Esta misa de fin de año es de acción de gracias. Todos tenemos algunas razones para dar gracias, porque no todo fue negro, sólo nos hace falta ponerle otro filtro a nuestros ojos para ver mejor. El papa Benedicto decía que “la Iglesia vive para alabar y dar gracias a Dios. Ella misma es acción de gracias a lo largo de los siglos, testigo fiel de un amor que no muere, de un amor que abarca a todos” (31/12/2005). No dejemos que nos invadan el nerviosismo, la ansiedad, la angustia, las broncas, los miedos. Hoy es el día para echar afuera todo eso y esta Misa es la ocasión para pedirle a Jesús que arranque todo eso, que nos limpie con su fuego y se lleve lejos todo lo que nos hace daño por dentro. Porque muchas veces lo peor no son los problemas que tenemos sino cómo los enfrentamos, cómo estamos por dentro. Esta es una noche de paz, porque Jesús es nuestro salvador y está aquí para liberarnos de todo mal y devolverle la calma al corazón. Y él no nos despierta temor o desconfianza, porque quiso presentarse como un niño pobre entre los pobres para hacernos ricos desde su pobreza. Veamos qué bellamente lo expresaba Benedicto XVI: “Yo creo que la Virgen María se planteó más de una vez esta pregunta: ¿Por qué Jesús quiso nacer de una joven sencilla y humilde como yo? Y también, ¿por qué quiso venir al mundo en un establo y tener como primera visita la de los pastores de Belén? María recibió la respuesta plenamente al final, tras haber puesto en el sepulcro el cuerpo de Jesús, muerto y envuelto en una sábana (cf. Lc 23, 53). Entonces comprendió plenamente el misterio de la pobreza de Dios. Comprendió que Dios se había hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza llena de amor” (1/1/2009). Contemplando a ese niño mi fe me da una certeza: pase lo que pase él estará conmigo, pase lo que pase podré salir adelante, pase lo que pase tendré la fuerza de Jesús, pase lo que pase él me guiará en medio de la oscuridad. Es evidente que hoy todo se ha vuelto una agotadora carrera, o para consumir, o para conseguir dinero para consumir, o para dominar, o para tener la razón. Eso se ha agravado pero en realidad es un viejo problema de la humanidad. Así lo muestran miles de guerras inútiles que surcan toda la historia. Nosotros los creyentes no podemos hacer lo mismo, a nosotros Jesús nos propone vivir de otra manera. Podemos cambiar de dirección y hacer la opción de vivir de otro modo. Estamos en el nacimiento de un año nuevo. Por eso los cristianos lo empiezan con la figura de una madre. La Iglesia Católica celebra en este día a María como Madre de Dios. Cuando Dios se hizo niño quiso una madre y se la preparó. María no tuvo un niño cualquiera y por eso tampoco es una madre cualquiera. Ella es la madre que da a luz un nuevo comienzo, una vida nueva, la que da a luz otro intento esperanzado. Decía el papa Benedicto: “Aunque en el horizonte se ciernen no pocas sombras sobre nuestro futuro, no debemos tener miedo… La presencia maternal de María nos asegura que Dios no nos abandona nunca, si nos entregamos a él y seguimos sus enseñanzas. Así pues, con filial afecto y confianza encomendemos a María las esperanzas y los anhelos, así como los temores y las dificultades que llevamos en el corazón, mientras despedimos el año” (31/12/2008). Ella es también la madre del nuevo año, que da a luz un montón de esperanzas. Todos podemos renacer de su vientre, renacer de ella más fuertes, más sanos, más libres. Aceptemos renacer hermanos, metámonos dentro de María y dejemos que nos dé a luz de nuevo, más sanos, más serenos, más alegres, más buenos, más generosos. He venido a pedir para ustedes la paz. Pero es la paz en su sentido más rico, paz con uno mismo, con los demás y con Dios. Es paz con uno mismo porque uno a veces se echa tierra encima, no se valora, se achica cuando algo le sale mal. Hoy nos sentimos llamados a aceptarnos a nosotros mismos, a respetarnos, a valorarnos, y a empezar de nuevo con Jesús, porque él nos ama y nos valora. Tenemos derecho porque somos sagrados, más allá de nuestros aciertos o errores. Mejor reconciliémonos con nosotros mismos, hagamos las paces con nosotros mismos y dejémonos amar por Jesús y por María. No gastemos más las fuerzas en auto reproches o en remordimientos que no producen nada bueno. También es paz con los demás. Cuando nos aceptamos a nosotros mismos ya no necesitamos demostrar que somos mejores y podemos aceptar también a los demás. Y si estamos en paz con los demás nos volvemos capaces de mirar para adelante, no para atrás, de caminar con ellos, de luchar con los otros, nunca solos. Ese es nuestro sueño. Es el sueño comunitario de los cristianos. Es preferible poner amor en contra de todo, como Jesús que pasó haciendo el bien. Optemos por pacificar el corazón, por perdonar, por relativizar las cosas, por disculpar, por comprender la debilidad ajena. Los grandes no son violentos. Los débiles, tremendamente débiles, necesitan ser agresivos. Yo puedo ser un Hitler en pequeño. O puedo vencer el mal con el bien, y así cumplo en mí lo que decía una antigua profecía: “con las espadas fabricarán arados” (Is 2, 4). Esta paz también es hacer las paces con Dios, con nuestro Padre que nos dio la vida. No le tengamos miedo, no escapemos de él, es Padre que nos quiere y por eso nos está dando la vida ahora mismo. Cristo ha querido mostrarnos con su vida ese amor del Padre y por eso nos trae la paz, como recordaba el papa Benedicto en una de sus últimas homilías como Papa: “Queridos hermanos, aquí está el fundamento de nuestra paz: la certeza de contemplar en Jesucristo el esplendor del rostro de Dios Padre, de ser hijos en el Hijo, y de tener así, en el camino de nuestra vida, la misma seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno y omnipotente. El esplendor del rostro del Señor sobre nosotros, que nos da paz, es la manifestación de su paternidad; el Señor vuelve su rostro sobre nosotros, se manifiesta como Padre y nos da paz. Aquí está el principio de esa paz profunda –«paz con Dios»– que está unida indisolublemente a la fe y a la gracia, como escribe san Pablo a los cristianos de Roma (cf. Rm 5,2). No hay nada que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades y sufrimientos de la vida” (1/1/2013). Si alguien encuentra la paz con Dios, entonces puede haber paz en todo su ser. Porque si no, al próximo año le faltará un sentido sobrenatural, estaremos solos con nuestras pequeñas fuerzas, con nuestras pocas luces. Así lo expresaba el papa Benedicto: “Otro año llega a su término… Si pensamos en la experiencia de la vida, nos deja asombrados lo breve y fugaz que es en el fondo. Por eso, muchas veces nos asalta la pregunta: ¿Qué sentido damos a nuestros días? Esta es una pregunta que atraviesa la historia, más aún, el corazón de cada generación y de cada ser humano. Pero hay una respuesta a este interrogante: se encuentra escrita en el rostro de un Niño que hace dos mil años nació en Belén… e irrumpe de manera sorprendente la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador, que en el misterio de su encarnación y nacimiento nos permite contemplar la bondad y ternura de Dios” (31/12/2011). Hoy queremos reconocer que necesitamos a Cristo, su luz, su paz, su fortaleza, para vivir un año mejor. Que el Señor derrame en todos ustedes su gracia para que puedan vivir un año lleno de fe, de esperanza y de amor. Así sea.
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