Mons. Aguer calificó a Mons. Schoeffer como «un Sacerdote ciento por ciento».
El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, calificó a Mons. Jorge Schoeffer, fallecido este sábado 4, y que fuera durante más de veinte años Pro Vicario General de la Arquidiócesis, como «un Sacerdote ciento por ciento. Fue en verdad un hombre de Dios, y no un funcionario. Toda su vida fue ordenada a su ministerio, y todos sus gestos hacían referencia al Señor».
Al presidir la Santa Misa en sufragio de su alma, en la Catedral platense, el prelado agregó que «conocieron muy bien la profundidad de su entrega, los pobres, los enfermos, los Sacerdotes, las religiosas. Cómo no recordar su amor por las vocaciones y los seminaristas. Para todos tenía la palabra oportuna, y la ayuda necesaria. Aun algunos de sus gestos, que podían parecer un tanto extravagantes, y que no dejaban de causar sorpresa, eran expresión de su forma de hacer referencia a Dios»
Con el marco de un templo colmado por Sacerdotes, religiosas, y fieles laicos de distintos movimientos y asociaciones, Mons. Aguer agregó que «extrañaremos su figura y su generosidad. No dejemos de rezar por él; para que el Buen Pastor le conceda el tan merecido descanso».
Solo Dios podía hacerlo descansar
Colaboradores del Arzobispado platense, dijeron: «Lo recordaremos con una sonrisa y mucha admiración. Solo Dios podía hacerlo descansar. El Señor ha querido que falleciera el mes de enero (al igual que su gran amigo, el ex Arzobispo platense, Mons. Carlos Galán). Y la Virgen lo acompañó en su partida un primer sábado de mes. Todo un signo para un gran mariano como él».
Este 2014 hubiera celebrado cincuenta años de Sacerdote. El agravamiento de su salud hizo postergar, una y otra vez, la despedida de la Arquidiócesis, y su retorno a la diócesis de origen, que Mons. Aguer, junto con el clero platense, deseaban realizarle. Dicho impedimento no fue obstáculo para que, en todos estos meses, el propio arzobispo platense, sus obispos auxiliares, sacerdotes, religiosos y seminaristas, se llegasen hasta el Hogar Marín, de San Isidro, donde empezó a residir tras el agravamiento de su enfermedad, para manifestarle todo su afecto y cercanía.
En reuniones de sacerdotes y seminaristas era común escuchar sabrosas anécdotas de su apostolado de tiempo completo. «Nadie sabe cómo se las arreglaba -confió un seminarista, a punto de ser Diácono- para estar en dos o tres lugares al mismo tiempo. Y cómo hacía para ir, con diferencia de pocos minutos, de un hospital, a un convento, y de ahí al Seminario».
Otro seminarista reveló que «para nosotros fue un verdadero padre y un auténtico modelo sacerdotal. Un pastor infatigable, cuyo mejor discurso fue la propia acción. No ahorraba tiempo, ni recursos ni medios espirituales y materiales para ayudar a todo el mundo. Y no se avergonzaba de llegar a sus múltiples destinos como fuese; incluso haciendo dedo»,
Un joven Sacerdote, con pocos meses de ordenado, reveló que un joven hoy muy comprometido en un movimiento eclesial, le contó un episodio que lo tuvo como protagonista, y que le arrancó abundantes lágrimas. «Un sábado -reveló-, en una intensa madrugada de invierno, mientras él se dirigía al boliche, encontró a Mons. Schoeffer haciendo dedo a la salida de un Hospital. Se sorprendió de encontrar a un Sacerdote, a esas horas y en esas condiciones, y pronto lo subió a su coche. Sin dudas, el encuentro fue de Dios. El joven, después de años, se terminó confesando; cambió absolutamente de vida, y hoy es un verdadero apóstol en uno de los nuevos movimientos eclesiales».
Otro Sacerdote, de quien Mons. Schoeffer fue padrino de Ordenación dijo que «estuve visitándolo el 23 de diciembre. ¡Genio y figura hasta la sepultura!, como nos decían nuestras abuelas. El probablemente intuyó que sería nuestro último encuentro, y me dejó una serie de oportunísimos consejos. Entre otras cosas, me dijo: ‘No lo olvides nunca: todo buen Sacerdote debe tener cerca enfermos y pobres; penitentes, y un convento de religiosas para atender. Todo lo demás viene solo’…».
Su gran problema fue el reloj
Una de sus hermanas, tras la Misa, se dirigió hacia la Sacristía para saludar a Mons. Aguer. Y recordó que «el gran problema de mi hermano fue el reloj. Para él no existía; llegaba, de cualquier modo, a todos lados, en la hora que pudiera. Y eso era una muestra acabada de su absoluta y total entrega. Fue muy feliz como Sacerdote. Y a sus familiares nos queda la tranquilidad de saber que vivió y murió como él quiso».
¡Descansa en paz, querido Mons. Schoeffer!. ¡Y muchas gracias por tu testimonio auténtico, sin dobleces ni poses!. El Jubileo por tus Bodas de Oro sacerdotales te encontrará junto a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. No dejes de pedirle por nuestra Iglesia; para que se multipliquen los Sacerdotes según el Corazón de Jesús…
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