Saludo del Arzobispo a todas las madres en su día
A las madres
Cuando murió mi madre, el pasado diciembre, un amigo me recordó algo importante: “ahora tenés tus raíces en el cielo”. Mis raíces. Esas palabras quedaron dándome vueltas en el corazón. ¿Por eso será que su muerte me afectó más de lo que hubiese imaginado?.
Como ella era muy anciana, y siempre había sido sencilla y discreta, yo pensaba que mi duelo sería breve y fácil. No fue así. En ella estaban mis raíces, mi origen, mi punto de entrada en este mundo. Eso explica por qué me costó aceptar con serenidad que ya no estuviera en esta tierra sino en otro lugar, junto a Dios. Lo que pasa es que con nadie en este mundo alcanzamos una unión tan íntima como la que tuvimos con nuestra madre, los nueve meses dentro de su vientre, los primeros años de nuestra infancia y en realidad toda la vida.
Por eso, este año mi saludo a las madres tiene otro sentido y otra intensidad. Quiero desearles a todas que Dios bendiga la entrega de ustedes, las llene de paz y premie todos los sufrimientos que les ocasione ser madres. Que puedan gozar sabiendo que son instrumentos del Creador para dar vida. Y a las que por cualquier razón no han sido madres biológicas, que el Señor les regale una experiencia feliz de maternidad de otra manera, cuidando a otros, derramando consuelo, generando algo bello para los demás.
En realidad, más allá de lo que me ha dado mi propia madre, en todas las mujeres encuentro signos maternos, en todas se percibe un reflejo de esa mirada de María que comprende y alienta. Que Dios las llene de gracia en su día y que cuide y fortalezca a sus hijos queridos.
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