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«Necesitamos dejarnos tomar y transformar por el amor que reina en la Eucaristía»

En este Jueves Santo el Arzobispo Víctor Fernández visitó la parroquia platense “Nuestra Señora de Lourdes” para pedir al Señor, junto al párroco Gerardo Gallo, que derrame en toda la Arquidiócesis un espíritu de amor fraterno. Por esta razón recordó cuál es la declaración de amor más hermosa: “Él que amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Y explicó que por eso sabemos que todo lo que pasa la Semana Santa es un misterio de amor hasta el fin.Luego remarcó que “cuando el evangelio nos dice esto, uno espera que nos narre algún episodio extraordinario, y sin embargo, en este gran momento de la pasión, lo que nos narra es que Jesús lavó los pies a sus discípulos. ¿Qué tendrá esto de tan extraordinario, de tal “extremo”?. Precisamente, nos hace ver que lo más extraordinario que podemos hacer es un simple acto de amor. Lo más extraordinario que podamos soñar no es lo más deslumbrante a los ojos mundanos, es lo más sencillo: el servicio humilde”.Al mismo tiempo, explicó que se trata de un gesto revelador, porque “con ese gesto Jesús nos manifiesta cómo es nuestro Dios, un Dios que lava los pies, que sirve, que se abaja para lavar a su creatura”.El Arzobispo hizo notar a los fieles que “cuando Jesús termina de lavar los pies usa palabras muy directas que no dejan lugar a dudas: ustedes me dicen maestro, entonces hagan esto: lávense los pies entre ustedes. Y luego repite: hagan lo mismo que hice con ustedes. Háganlo, háganlo. No lo piensen, no lo reflexionen, no lo digan háganlo”.Pero dijo además que no es una carga pesada, porque “Jesús quiso dejar un alimento para que ese amor se haga más fuerte: la Eucaristía, la comunión. Que se quedara en la Eucaristía tiene una lógica sobrenatural. No es más que una consecuencia de un Dios que quiso hacerse carne para estar cerca de nosotros y servir. Amó hasta dejarse comer, se entregó hasta ofrecerse como pan. Si recibimos cada comunión con el corazón abierto, cada comunión alimenta nuestra capacidad de amar y de servir”.Y concluyó: “Porque el amor no se fabrica como una pared, no se aprende haciendo fuerza. Se recibe como un don que me supera y que no puedo conseguir solo. Necesitamos dejarnos tomar y transformar por el amor que reina en la Eucaristía”.

 


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