Mons. Aguer y el patrocinio de San José
El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, presidió la Santa Misa en la solemnidad de San José, en el Seminario Mayor San José. Y se refirió, en su homilía, al patrocinio del glorioso patriarca. Este es el texto completo de su homilía:
El patrocinio de san José
Homilía en la Misa de la solemnidad. Seminario Mayor “San José”.
19 de marzo de 2013.
La oración colecta de esta misa de la solemnidad presenta a san José como el custodio de los comienzos de la salvación humana; esta afirmación se refiere al misterio de la encarnación del Hijo de Dios y a la consiguiente redención del hombre. Lo que se pide es que, por intercesión del esposo de María, la Iglesia, en el ejercicio de su misión, lleve a su plenitud esa obra que se inició cuando el Verbo se hizo carne por la acción del Espíritu Santo y José asumió su virginal paternidad sobre Jesús para entroncarlo en la descendencia dinástica de David. Jesús –en el cumplimiento de las profecías– es hijo de David porque es hijo de José; así aparece en las genealogías del Señor registradas en los evangelios: en el de Mateo, cuya lista parte de Abraham, y en el de Lucas, que se remonta de José hasta Adán, pasando por David, Abraham y Noé.
A propósito de las genealogías bíblicas se pueden notar paralelismos muy significativos, sobre todo siguiendo para el Antiguo Testamento la traducción griega de los LXX. San Mateo abre su evangelio ofreciendo el libro de la génesis de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham; génesis equivale aquí a genealogía, que en hebreo se dice toledot. En la conclusión del primer relato de la creación encontramos esta fórmula: éste es el libro de la génesis del cielo y de la tierra cuando fueron creados (Gén. 2, 4 a); y más adelante se apunta la serie de descendientes de Adán diciendo: éste es el libro de la génesis de los hombres (Gén. 5, 1). Estas expresiones aluden a un origen absoluto, a la intervención de Dios tanto en la primera creación cuanto en la nueva, que es irrupción de la gracia, de la salvación en Cristo.
El pasaje del evangelio que hemos escuchado hace un momento, traducido literalmente suena como sigue: la génesis de Jesucristo fue así (Gén. 1, 18); el relato se refiere a la misión de José, el hombre justo, esposo de María que mediante su obediencia a una desconcertante disposición de Dios debe religar la novedad absoluta de la concepción virginal de Jesús con el viejo tronco del linaje de David. También en este caso hallamos un paralelismo, en el Antiguo Testamento, en la figura y la misión de Noé, de quien se dice asimismo que era un hombre justo. El anuncio del diluvio y el mandato de construir el arca se encabezan así: éstas son las génesis de Noé (Gén. 6, 9); quiere decir la genealogía, los descendientes, la historia de Noé –en hebreo es siempre toledot. La vinculación bíblica entre José y Noé no es arbitraria: Noé, de quien se dice que fue heraldo de la justicia (2 Pe. 2, 5) y que obró movido por la fe (Hebr. 11, 7), mediante su obediencia y sin conocer las intenciones de Dios, hizo posible la continuidad de las generaciones humanas, que a pesar del diluvio y a través de él, se abre a un mundo nuevo; José es justo por su fe, que acepta el designio misterioso de Dios y se convierte en patriarca al asumir una misión genealógica: introducir a Jesús en la descendencia mesiánica de David y recibir en custodia el misterio de la salvación. Él es cabeza de la genealogía cristiana, eclesial.
La misión de san José puede ilustrarse desde otra perspectiva. El Misal Romano introduce en la liturgia de esta solemnidad sendas referencias evangélicas en las antífonas de entrada y de comunión, que pueden pasar inadvertidas si no integran los cantos que se entonan en esos dos momentos. La primera está tomada de una pequeña parábola en la que se destaca la figura del administrador fiel y previsor a quien el Señor ha puesto al frente de su familia (Lc. 12, 42); de su servicio depende que la casa funcione: es el cuidado de la alimentación y la salud de los dependientes y el buen uso de las finanzas. Estos rasgos recuerdan al José del Antiguo Testamento, cuya sabiduría permitió a su gran familia superar los tiempos difíciles y sobrevivir; se proyectan también sobre los ministros a los que el Señor escoge para poner al frente de su pueblo. La otra referencia es una cita de la parábola de los talentos, el elogio del servidor bueno y fiel (Mt. 25, 21) que recibe la recompensa merecida: entrar en el gozo de su Señor. La liturgia aplica esos trazos laudatorios a san José que en el cuidado de Jesús y María ha protegido y fomentado la economía de la salvación con una presencia de amor y de servicio. Se entiende, por tanto, que la Iglesia lo haya declarado su patrono, que recurra a él y lo invoque como tal, ya que en la casa que gobernó José estaban los principios de la misma Iglesia.
León XIII escribió, en la encíclica Quamquam pluries, que por ser esposo de María y padre de Jesucristo, ejerce sobre la Iglesia una autoridad en cierto modo paterna para cuidarla y defenderla. Así como la maternidad espiritual de María sobre los fieles y sobre la gran comunidad eclesial es una prolongación y un complemento de su maternidad natural sobre Jesús, así también la paternidad que José ejerció con Jesús se extiende a la Iglesia, que es el mismo Cristo extendido y perpetuado.
Cien años después de la intervención de León XIII, el beato Juan Pablo II publicó la exhortación apostólica Redemptoris custos, en la que presenta a san José como singular depositario del misterio de Dios, el primero en participar de la fe de María. Este documento del gran pontífice nos ofrece una síntesis preciosa de la teología de san José y de lo que podríamos llamar una espiritualidad josefina. Retomando una expresión de san Juan Crisóstomo –José entró al servicio de toda la economía– lo designa como salutis minister, ministro de la salvación. De allí su patrocinio sobre la Iglesia y sobre la misión salvífica de la Iglesia en el mundo. Cito un pasaje de ese texto de 1989 que sigue siendo de innegable actualidad: Este patrocinio debe ser invocado y es necesario actualmente a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo para fortalecer su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización de aquellas regiones y pueblos donde la religión y la vida cristiana eran en un tiempo florecientes y que ahora son puestas a dura prueba. Para llevar el primer anuncio de Cristo, o para proponerlo de nuevo allí donde ha sido descuidado u olvidado, la Iglesia necesita una especial fuerza de lo alto, que es un don del Espíritu Santo, del que no es ajena la intercesión y el ejemplo de los santos (Redemptoris custos, 30).
¿Con qué intenciones invocamos hoy el patrocinio de san José sobre la Iglesia? En primer lugar le encomendamos el ministerio petrino del Papa Francisco, iniciado con la celebración eucarística que tuvo lugar en Roma hace unas horas. Que san José, por quien profesa una fervorosa devoción, le obtenga del Señor una sabiduría celestial y una fortaleza apostólica para ilustrar a la Iglesia con su enseñanza y presentar a todos los pueblos el rostro de Cristo salvador y el amor misericordioso del Padre.
Encomendémosle asimismo la obra de evangelización que se viene desarrollando en nuestra arquidiócesis, especialmente en los barrios periféricos; la buena andadura del seminario, corazón de la diócesis, y un aumento constante de las vocaciones sacerdotales. No olvidemos nunca que esta casa lleva su nombre. Presentémosle también las múltiples necesidades de las familias cristianas y los problemas que angustian a la sociedad argentina.
La intercesión de los santos va unida a su bienaventuranza, al hecho de haber entrado en el gozo del Señor; la eficacia de dicha intercesión depende de la perfección de la caridad que hayan alcanzado, de su mayor unión con Dios y de los méritos que adquirieron en su vida terrena. Este principio teológico funda la confianza que ponemos en el patrocinio de san José, que en el espejo de la contemplación de Dios conoce las vicisitudes históricas de la Iglesia y ruega incesantemente por ella con encendido amor. Santa Teresa, en el capítulo 6 del Libro de la Vida, expone su experiencia sobre la intercesión universal de san José y se arriesga a decir con buen sentido católico: quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra –que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar– así en el cielo hace cuanto le pide.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
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