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Mons. Aguer ordenó tres sacerdotes este sábado 11 de marzo.

 

 

Postración y canto de Letanías.

 

Imposición de manos.

 

Entrega del Cáliz y la Patena.

 

     El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, ordenó tres sacerdotes este sábado 11 de marzo, en la Catedral. Se trata de los padres Guillermo Luis Ramón Encinas, Lucas Andrés Torres Lombardo, y Gastón Emiliano Zaniratto; que concluyeron su formación, en 2016, en el Seminario Mayor San José de La Plata.
     Como frases para su Ordenación eligieron: Encinas: Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es Vuestro: disponed de todo según tu voluntad, dame vuestro Amor y Gracia, que éstas me bastan; Torres Lombardo: Esforzaos para conocer más y más al Señor, no os conforméis con un trato superficial. Vivid el Santo Evangelio, no os limitéis a leerlo (Beato Álvaro del Portillo, Carta pastoral 1-IV-1985); y Zaniratto: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
       En su homilía, Mons. Aguer recordó que «el Sacerdote no se ordena para sí, sino para la Iglesia… En este Año Vocacional Arquidiocesano, más que nunca, el testimonio de los sacerdotes es fundamental para contribuir al discernimiento de las vocaciones».
       Poco antes de la Bendición Final (como informamos en una nota anterior), el prelado hizo referencia a la sacrílega profanación, con el destrozo del vidrio protector, y el robo de la Custodia del Santísimo Sacramento, en la Capilla de Adoración Perpetua, de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de City Bell. Y les pidió a los sacerdotes de la Arquidiócesis que hagan actos de desagravio.
      Con estos tres nuevos presbíteros, Mons. Aguer lleva ordenados 46 sacerdotes, en la Arquidiócesis de La Plata, desde abril de 2000. El próximo sábado 9 de diciembre, a las 10.30, también en la Catedral, ordenará sacerdotes a los diáconos Daniel Bonifacio Rossi, Gonzalo Huarte, y Carlos Julián Reyes Toso; ordenados diáconos el pasado 9 de diciembre, en la Iglesia del Seminario.
     Este es el texto completo y oficial de la homilía de Mons. Aguer:

Como se hace y qué es un sacerdote

Homilía en la Misa de Ordenación Presbiteral de Guillermo Encinas, Lucas Torres y Gastón Zaniratto.  Iglesia Catedral, 11 de marzo de 2017

   ¡Aquí estoy!  Esas palabras que indica el Pontifical son las que han pronunciado Guillermo, Lucas y Gastón al ser llamados, al inicio del rito de la ordenación. No equivalen al simple ¡presente! que se empleaba en el colegio –en mi tiempo, al menos- para responder cuando “pasaban lista”. Aquí estoy  son palabras bíblicas que expresan la disposición de quien el llamado por Dios: hinnení dijo el profeta Samuel y varias veces, porque creía al principio que era Helí y no el Señor quien lo llamaba (cf.1Sam. 3,4); idorí eg? fue asimismo la respuesta del discípulo Ananías, elegido para acompañar a Pablo en el trance de su conversión (Hech. 9,10). Aquí estoy. Confirmada esta disposición, el obispo elige. Cualquiera podría arguir: ellos ya estaban elegidos por Dios, y habían percibido y aceptado subjetivamente tal elección. Es verdad; estaban elegidos, y desde toda la eternidad, como cada cristiano desde toda la eternidad es elegido para serlo; sin embargo, esta elección que hace el obispo es la que vale, la que expresa sin dudas la autenticidad de la elección al presbiterado. Lo hace porque lo pide la Santa Madre Iglesia, como también el rito mismo lo ha dejado en claro; son estructuras misteriosas de meditación. Todos estamos ahora ejecutando algo que nos supera inmensamente. Un eximio teólogo del siglo XX, Jean-Hervé Nicolas explicaba el papel importante que juega la Iglesia en la vocación; ante todo el de juzgar acerca de ella, de su autenticidad: si las inclinaciones y los deseos son signos de vocación, no son un signo cierto, aun para aquel que los experimenta. Y añadía:  Corresponde a los pastores responsables del rebaño establecer las condiciones de semejante servicio, no arbitrariamente, es cierto, sino en referencia al ideal evangélico, por una parte, y a las exigencias que ella, la Iglesia, percibe del servicio sacerdotal, por otra. A la Iglesia le corresponde, asistida por el Espíritu Santo, juzgar y decidir sobre la verdad de aquella referencia y la autenticidad de sus exigencias. Lo que nos encontramos realizando esta mañana, es un acontecimiento eminentemente eclesial. Nadie se hace, es, sacerdote por y para sí mismo, sino por y para la Iglesia, para sumarse a esa cadena multisecular de servicio a la salvación de los hombres que vienen de los apóstoles, que procede del mismo Jesús, y que es siempre actual, como la presencia y la acción invisibles, entre nosotros, del Resucitado.

En esta mañana estamos celebrando el Sacramento del Orden Sagrado. Sacramentum tiene un significado múltiple en el latín clásico, con nociones que podrían curiosamente incluirse en la teología sacramental, y en concreto ser recibidas como aspectos complementarios y bien ilustrativos del Orden Sagrado y la identidad que comunica. Equivale al juramento, a una especie de pacto dotado de santidad; Cicerón empleaba el término también para designar la acción de alistarse en la milicia;  Tácito y Juvenal lo entendían directamente como servicio militar; más cercano a lo que nosotros entendemos por sacramento era el empleo de esa palabra para referirse a una señal sagrada y oculta, como un sinónimo del griego myst?rion. En el lenguaje cristiano las principales verdades de la fe reveladas por Dios y las celebraciones del culto divino, los signos sensibles y eficaces que comunican la gracia, se llaman misterios. La segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica, que trata de la liturgia y los sacramentos, se titula precisamente La Celebración del Misterio Cristiano.

¿Cómo se confiere el Orden Sagrado? ¿Cómo se hace un sacerdote? Serán ustedes, queridos hermanos todos, testigos de un gesto silencioso que viene realizándose desde la edad apostólica: la imposición de las manos del obispo sobre la cabeza de los ordenados; Guillermo, Lucas y Gastón lo han recibido cuando fueron constituidos diáconos, en el primer grado de este sacramento. Los presbíteros presentes harán lo mismo en señal de comunión. Es un gesto de bendición, de consagración y comunicación de poder. Las grandes obras de Dios, las más resonantes, clamorosas, myst?ria kraugu?s, como las llamaba San Ignacio de Antioquía, se realizan en silencio. Hay en el silencio algo divino, escatológico, definitivo, celestial; en el libro del Apocalipsis el silencio del cielo es un silencio de amor, de plegaria, de ofrenda y de adoración (Card. Robert Sarah: La force du silence, pág.145). El silencio gesto sacramental de la ordenación se complementa con la oración consecratoria en la que importan sobre todo unas pocas palabras que constituyen la “forma” del sacramento, como se dice técnicamente, teológicamente. Se ruega que el Señor haga presbíteros a estos elegidos, que les conceda un Espíritu de santidad, y que ellos sean modelo de vida para el pueblo de Dios. Así quedan hechos, marcados para siempre con el sello imborrable que se llama carácter ; es éste otro término de origen griego que significa precisamente marca. Como la que se talla en la corteza de un árbol, así se graba en el alma de un presbítero el ser sacerdotal; hasta en el infierno -¡Dios nos libre!- el sacerdote seguiría siendo sacerdote. El carácter es una gracia de instrumentalidad y de servicio que habilita al hombre –he allí el poder – para obrar como si fuera Cristo, Cabeza de la Iglesia; una gracia objetiva de santificación que reclama la santificación subjetiva de la persona, la concreta imitación de Cristo Sacerdote.

Un símbolo complementario es la unción de las manos con el santo crisma, la cual representa el don del Espíritu Santo. En la primera lectura bíblica de esta lectura se oyó un poema de la tercera parte del libro de Isaías en el que el profeta reconoce que el Espíritu lo ungió. El verbo hebreo utilizado en este pasaje es mashaj, de donde viene Mesías. La salvación anunciada ha llegado, la promesa se ha cumplido en el Mesías Jesús; es esa salvación la que con temor y temblor debe comunicar el sacerdote, y para ello es ungido. En el texto de Isaías se mencionan figuras que representaban a la comunidad israelita después del exilio en Babilonia; es fácil traducir esas categorías a los hombres y mujeres que habitan o constituyen las periferias geográficas y existenciales de hoy: los pobres, los corazones quebrados, los vulnerados por el dolor o el duelo, los cautivos en tantas prisiones donde se los encierre en nombre de la libertad y el derecho.

Otro símbolo resume el amplísimo campo de la misión sacerdotal en la entrega de las ofrendas para la Eucaristía, así como al diácono se le entrega el Evangelio. Se le comunica en este gesto imitar lo que conmemora cuando celebra el sacrificio del Señor, es decir, identificarse con la cruz. Al poder de perdonar los pecados, se une el de la transubstanciación del pan y del vino en la presencia viva de Cristo, su Cuerpo y su Sangre entregados por nosotros. San Juan Crisóstomo a este propósito aclaraba: No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. “Esto es mi Cuerpo”, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas. Si este hombre, que es el sacerdote, puede realizar la sobrehumana actualización del misterio de la cruz, su vida entera queda atrapada, comprometida en el intento de una comunión cada vez más honda, en el reconocimiento y en el amor. Debemos tener mucho cuidado con la indiferencia, siquiera implícita, que la rutina engendra, y con el declive de la desacralización en el que, en las últimas décadas, se hunden muchas celebraciones, de las que ha desaparecido el clima propio del misterio. Es una cuestión de fe, de amor, de identificación con aquello que tratamos y que nos supera inmensamente; tiene que notarse la conexión entre la Eucaristía y el cielo, anticipado en la invisible y realísima presencia de Aquel a quien nos unimos como si estuviéramos viéndolo. La calamidad mayor para la Iglesia sería la banalización de lo que el Vaticano II ha llamado fuente y cima de toda la vida cristiana.

Según el Evangelio que se ha proclamado (Lc. 10,1-9), Jesús designó a 72 discípulos, distintos de los Doce, para enviarlos; esa es la finalidad. En el texto se reitera el vocabulario del envío; la orden es: ¡vayan! Se trata de una especie de ensayo de la misión que comenzaría después de Pascua, y los enviados tenían que preceder a Cristo, abrirle el camino en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Póngase ustedes, queridos Guillermo, Lucas y Gastón, en el papel de aquellos 72, aunque sean tres: se puede pensar muy bien que a nuestro alrededor existen ámbitos por los que Jesús no ha pasado aún. Se expresa una amenaza: no somos suficientes, falta número, y de allí la necesidad de pedir los obreros que no tenemos a quien puede darlos. En este Año Vocacional Diocesano la orden del Señor tiene que inspirar en los fieles, en los miembros de nuestras comunidades, la plegaria que puede obtenerlos. Los 72 partieron a pesar del miedo, la falta de preparación y de medios; no caben excusas, igualmente hay que ir. La perspectiva del peligro está siempre vigente; no seamos ingenuos ni “buenistas”: los lobos existen, pero ¿cómo pueden amedrentarnos hasta el punto de menoscabar nuestra esperanza y paralizar nuestros esfuerzos? Sería absurdo creer que la misión será fácil y que todo nos saldrá a pedir de boca. Un detalle no menor: hay que ir livianos, sin carga; algunas de las expresiones que el texto contiene al recoger las recomendaciones de Cristo, quizá ya no correspondían a la situación de los misioneros cuando San Lucas escribió el Evangelio, pero sin embargo y según la tradición conservó aquella descripción de hombre frágiles, sin comodidad ni lujos, pero que llevan consigo la paz. Evidentemente, esas recomendaciones, en su significado esencial, valen para la Iglesia de todos los tiempos, entonces también para nosotros, para hoy. Pueden resultar testimoniales cuando se trata de anunciar que el Reino está cerca, y que sus leyes y costumbres no coinciden con las que en el mundo se imponen. Siempre fue así, el anuncio del Reino es un llamado a la conversión, y hay que estar convertidos para que el mensaje resuene como auténtico. Viene a propósito una exhortación de Benedicto XVI a los sacerdotes: Sean auténticos en su vida y en su ministerio. Con los ojos puestos en Cristo vivan una vida modesta, solidaria con los fieles a los que son enviados… no olviden el vínculo con los jóvenes, acuérdense de los pobres y abandonados. Si viven de fe, el Espíritu Santo les sugerirá lo que deben decir y cómo deben servir.

La segunda lectura, tomada de la Primera Carta de Pedro (5,1-4) me inspira dirigirles a ustedes, queridos hijos que van a recibir el presbiterado, las mismas palabras del apóstol, que se dirigía a los pastores de la comunidad. Es como una síntesis de la labor que les aguarda: apacentar el rebaño, velar por él. En el texto griego original suena como un juego de palabras: poimánete to póimnion apacienten el rebaño; deberán cumplir este ministerio no haciéndose los señores, katakyriéuontes , porque el único Señor, el único Kýrios es Jesús. El es también, en realidad, el único Pastor, poim?n (Jn. 10,11); el cuarto Evangelio añade al sustantivo Pastor el adjetivo kalós ; nosotros estamos acostumbrados a la traducción y la figura del “buen” Pastor, pero kalós significa bello, y luego: de noble estirpe, perfecto, pleno, ideal. Es el Pastor por excelencia al cual deben intentar parecerse. Existe una inclinación clerical a “mandonear” a los laicos. No incurran en esa falla de los katakyriéuontes , les dice San Pedro; sean más bien týpoi del rebaño, modelos que ellos quieran amar e imitar. La palabra týpos es muy expresiva, es la marca grabada, por ejemplo en los niños, que llevan el sello genético de sus padres. Sean padres, entonces, como seguramente los van a llamar. Cierro esta larga homilía con otra cita de Benedicto XVI: Cristo necesita sacerdotes que sean maduros, viriles, capaces de cultivar una auténtica paternidad espiritual. Para que esto suceda sirve la honestidad consigo mismo, la apertura a un director espiritual y la confianza en la divina misericordia. Amén.

 

+ Héctor Aguer

Arzobispo de La Plata

     Primeras Misas:
     – P. Guillermo Luis Ramón Encinas. Domingo 12 de marzo, a las 9, en la parroquia Nuestra Señora de la Piedad (Iglesia del Seminario), calle 24 y 66.
     – P. Lucas Andrés Torres Lombardo. Domingo 12 de marzo, a las 11, en la parroquia María Reina. Calle 44 (ex 603) entre 126 y 127, de Berisso.
     – P. Gastón Emiliano Zaniratto. Domingo 12 de marzo, a las 10, en la parroquia San Benito, abad, calle 200 entre 43 y 44, de Lisandro Olmos.
     Biografías de los neopresbíteros
     Guillermo Luis Ramón Encinas nació el 1º de julio de 1972 en la ciudad de Corrientes. Cursó allí sus estudios primarios y secundarios. Y, en 2005, obtuvo el Profesorado de Psicología en el Instituto de Formación Docente «José Manuel Estrada», de la misma ciudad.
     Ejerció la docencia en distintos establecimientos de su ciudad. Y, en 2010, año de su ingreso al Seminario, obtuvo la Licenciatura en Psicología por la Universidad Católica de La Plata (UCALP).
     En su primer año de Teología realizó apostolado en el Hospital de Niños «Sor María Ludovica». Y, con posterioridad, en la capilla «Exaltación de la Cruz», de la parroquia Nuestra Señora de Luján, de Villa Elisa. Colaboró, también, en el Hospice Inmaculada, de La Plata.
Ejerció su Diaconado en la Catedral platense. Y seguirá destinado allí.
      Lucas Andrés Torres Lombardo nació en Río Tercero (Córdoba), el 10 de Noviembre de 1986. Cursó sus estudios primarios en la escuela «Gregorio Pérez», y el ciclo secundario en la Escuela Superior de Comercio, de su ciudad natal.
     Obtuvo el Profesorado en Ciencias Sagradas. Y realizó apostolado en la parroquia Nuestra Señora de Luján, de La Plata. Ejerció su Diaconado en la parroquia María Reina, de Berisso. Como presbítero fue destinado a la parroquia Cristo Rey, de Villa Elvira.
     Gastón Emiliano Zaniratto nació en Lisandro Olmos, el 20 de Junio de 1991. Desde niño frecuentó la parroquia «San Benito», de 200 entre 43 y 44, donde fue Monaguillo y scout; y, bajo la guía y acompañamiento de su párroco, padre Ramón Folgueras, fue descubriendo su vocación sacerdotal. Hizo sus estudios en colegios estatales: primaria, en la EGB 119, de Olmos; y secundaria, en Comercial San Martín (EEM 31), ex Escuela Superior de Comercio «Gral. José de San Martín».
     Durante todo el Seminario fue organista; y ayudó en la dirección coral. En su primer año de Teología realizó apostolado en el Hospital de Niños «Sor María Ludovica». Luego hizo lo propio en Nuestra Señora de la Luz.  Ejerció como Diácono en la parroquia San Juan Bautista, en el barrio La Granja, de La Plata. Y, como presbítero, irá como vicario a la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, de Verónica.

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