Mons. Aguer elogió la consagración virginal como «signo profético».
Al presidir la Misa de Profesión Solemne de la Hna. María Josefina del Corazón de Jesús, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, en el monasterio carmelita Regina Martyrum y San José, de 7 y 35, el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, destacó que «la Iglesia, purificada con la sangre de Cristo, fue constituida como Esposa suya. En ella, en la Iglesia – Esposa, las mujeres consagradas se hacen asimismo esposas de Cristo, con quien se unen mediante el vínculo virginal de la caridad; el amor y la fidelidad prometidos en el bautismo alcanzan su plenitud existencial en esta consagración total que anticipa las bodas eternas».
Señaló, asimismo, una doble ejemplaridad de los votos perpetuos. «La primera -destacó- es una ejemplaridad de verdad y belleza acerca de la condición corporal y espiritual del hombre, un alarde atrevido y venturoso, incomprendido por la mayoría, que llama a los jóvenes cristianos -varones y mujeres- a la castidad. Este signo se destaca como insólito, y debe ser conocido, ilustrado, proclamado, en esta sociedad en la que se promueve frívolamente la pérdida, cada vez más precoz, de la pureza en los niños y adolescentes; no resulta exagerado afirmar que la cultura oficial pervierte las almas, destruye las familias, y abandona a varones y mujeres a la tiranía del placer fugaz, que desplaza cuando no anula el auténtico amor»
Agregó que «la consagración virginal es un signo profético para los novios y matrimonios cristianos, para el casto matrimonio, cuyo bien primero son los hijos (¡casto matrimonio!. Ya no se nos ocurre hablar así, como lo hacía Pío XI, en 1930; nadie nos entendería ahora que al parecer solo existen las parejas, que pueden ser muy desparejas también. Cf encíclica Casti connubii quanta sit dignitas). Obviamente, una consagración como la de Rebeca (nombre de bautismo de la nueva Hermana Profesa) puede ser un signo providencial para que un muchacho o una chica cristianos se decidan a ser verdadera y espiritualmente fecundos ofreciendo al Señor su virginidad, pero también para que descubran la vocación al sacramento del matrimonio».
Soledad y vida comunitaria
Dijo, a continuación, que «el segundo valor ejemplar es la soledad, la reclusión en este espacio bien delimitado en el que puede y debe desarrollarse una intensa y profundísima vida comunitaria, y por supuesto una comunión de amor con la Iglesia universal y con el mundo entero. Monja viene del griego monajé, que vale lo mismo que mónos: solo, único, simple. Al hombre y a la mujer de hoy les cuesta estar consigo mismo y por eso les resulta de gran dificultad sostener en el tiempo una convivencia plenamente humana, normal y placentera.
«Están dispersos -subrayó- en varios lugares al mismo tiempo; hablan con aquel que tienen delante mientras manipulando el infaltable aparatito están hablando también con otro u otros. Ya no es el vuelo soñador de la imaginación el que distrae, sino las infinitas posibilidades que ofrece Google. ¿Cómo puede así el cristiano descubrir a Dios en su interior, favorecer el trabajo de la gracia, afianzar hábito de oración y abrirse al regalo de la contemplación?. Ese valor ejemplar que he recordado, aun para las monjas es siempre una conquista».
Recordó, en tal sentido, que «la Madre Teresa de Jesús, para implantar su reforma debió convencer a varias comunidades que no sería dedicación a Dios estar yendo y viniendo a visitar a los parientes, o recibiendo sus visitas y regalos, como sin continuaran con la vida social que llevaban afuera. Dice: No sabría yo qué dejamos del mundo las que decimos que todo lo dejamos por Dios, si no dejamos lo principal que son a los parientes (Camino de perfección, cap. 13, 2). Así es, Rebeca, a muchos les hará pensar el hecho de que te encierres aquí para siempre. Seguramente tu familia te acompañará y te estará siempre cercana».
Concluyó diciendo: «Querida hija: hasta ahora te he llamado con el nombre bíblico que te impusieron en el bautismo. Pero tendré que aprender a llamarte María Josefina del Corazón de Jesús, que remite tu identidad a Jesús, María y José. En realidad no se opone al anterior, porque el Antiguo Testamento conduce al Nuevo, Rebeca a María, y tu consagración es consecuencia y culminación de tu bautismo. En el Apocalipsis, Cristo glorioso dice del vencedor: sobre él escribiré el nombre de mi Dios y también mi nombre nuevo (3, 12); dice asimismo: le daré una piedra blanca, en la que está escrito un nombre nuevo que nadie conoce fuera de aquel que lo recibe (2, 17). Se expresa de esta manera la participación en la victoria de Cristo. Que vivas siempre de esa victoria, hasta el cielo. Y que la Inmaculada te cuide, te inspire, te comunique la alegría que ella cantó en su Magnificat«.
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