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Mons. Aguer advirtió sobre la responsabilidad moral por el diluvio del 2 de Abril de 2013.

Fue admirable el trabajo de los voluntarios, en la inundación platense del 2 de Abril de 2013.

El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, sostuvo que «sería un disparate pensar que el diluvio del 2 de Abril de 2013 fue un castigo divino, una reprensión aplicada a los platenses. Pero lo que no se puede negar es que hubo causas humanas –remotas y cercanas–, y por consiguiente una responsabilidad moral. La Plata no estaba preparada para afrontar el temporal y nos faltó el arca de Noé».
En una Misa celebrada en la Catedral, en recuerdo de la inundación y en sufragio de sus víctimas, dijo que «quedamos a merced de la lluvia abundante e impetuosa, que se precipitó sobre nosotros, porque no se habían previsto las obras necesarias para evitar sus consecuencias. No se las hizo porque no se las previó. Una distracción crónica en la Argentina. Se llora por lo que no se supo o no se quiso hacer».
Agregó que «antes de comenzar esta celebración se leyó la lista de los muertos: ciudadanos inermes, indefensos, que pagaban tasas e impuestos, y que fueron defraudados por quienes les debían protección y servicios. Mucha gente ha venido a verme para exponer su preocupación y sus penas: ¿No podía advertirse anticipadamente que los desagües de la ciudad serían incapaces de resistir una lluvia intensa y duradera? ¿Vale como excusa, como disculpa, decir que aquella fue extraordinaria, nunca vista, impensable? Los expertos aseguran que las obras paliativas no bastan si los conductos de desagüe pluvial son obsoletos».
Subrayó, igualmente, que «después de aquella tristísima experiencia, los platenses tienen derecho a asegurarse el suelo seco, la paloma que vuelve con la rama de olivo, el arco iris permanente en nuestro cielo. El recuerdo de aquel día causa mucho dolor. Además, los daños producidos por la inundación se notan todavía en muchas viviendas, y se continúa lamentando la pérdida de objetos preciosos y queridos. ¿Se ha ofrecido una justa reparación? En aquella emergencia fue notoria la ausencia del Estado. Entre los que ayudaron iban al frente Cáritas y el Seminario, con la generosidad y prontitud de los jóvenes que se preparan al sacerdocio. Era natural que ellos lo hicieran, así como es justo reclamar al Estado que cumpla la función principal que le corresponde en el cuidado del bien común de la sociedad».

Destacó, asimismo, que «es una decisión noble y necesaria recordar cada año aquella fecha. La memoria es obra de la justicia. No obstante, cuidemos que el afán de justicia no se convierta en rencor. San Juan Pablo II enseñaba: la experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones (Dives in misericordia, 12). No basta, por lo tanto, la justicia; hace falta también la misericordia. Es la misericordia la que inspira el perdón».

Este es el texto completo y oficial de su Homilía:

A dos años del diluvio platense

Homilía de la Misa en recuerdo de la inundación y en sufragio de sus víctimas.

27 de marzo de 2015. Iglesia Catedral.

El 2 de Abril será un día inolvidable para los platenses. Lo será por siempre. Difícilmente se borran de la memoria de un pueblo las catástrofes. Como todos sabemos, aquello fue algo nunca visto: en efecto, no es frecuente un diluvio como el que castigó a la ciudad durante aquellas horas. Se puede buscar razones, y quizá sea científicamente explicable aquel fenómeno. En casos como este se suele aludir a los cambios climáticos que se experimentan en otras regiones de la tierra; se habla del calentamiento global y de otras causas que se conjugan para determinar una alteración de la naturaleza. No es de mi competencia entrometerme en ese nivel de argumentación.

Existen causas específicamente humanas y por tanto de índole moral. Hace un momento utilicé el término diluvio. La palabra evoca inmediatamente las imágenes que se han ido construyendo a partir del relato del diluvio bíblico. Ese texto del libro del Génesis no describe un hecho puntualmente histórico y datable, sino que recoge numerosas leyendas antiguas. Basta leerlo para advertir rasgos inverosímiles. Pero asoma un dato que es una revelación y que se registra asimismo en otras culturas religiosas: a causa del pecado del hombre Dios pone fin al mundo de los vivientes. Es una dramatización creyente de la historia: el Reino de Dios se abre paso e irrumpe a través de una renovación de todo lo creado. En el capítulo 6 del primer libro de la Biblia leemos que el Señor vio qué grande era la maldad del hombre sobre la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal, por eso desbordaron las fuentes del gran océano y se abrieron las cataratas del cielo. La humanidad, representada por Noé y su familia, y una pareja de todos los animales se encerraron en la famosa arca, que flotó sobre las aguas hasta que volvió a aparecer el suelo seco. El nuevo comienzo del mundo está señalado en el relato por la paloma que soltó Noé y que volvió al arca trayendo en su pico una rama verde de olivo; luego apareció el arco iris, símbolo de la alianza de Dios con todos los seres vivientes. En suma, a través de la tragedia surge un mundo nuevo.

Esta referencia a la historia bíblica no es una digresión mía. Podemos extraer de ella una enseñanza. Sería un disparate pensar que lo que ocurrió en nuestra ciudad hace dos años fue un castigo divino, una reprensión aplicada a los platenses. Pero lo que no se puede negar es que hubo causas humanas –remotas y cercanas– y por consiguiente una responsabilidad moral. La Plata no estaba preparada para afrontar el temporal y nos faltó el arca de Noé. Quiero decir que quedamos a merced de la lluvia abundante e impetuosa que se precipitó sobre nosotros porque no se habían previsto las obras necesarias para evitar sus consecuencias. No se las hizo porque no se las previó. Una distracción crónica en la Argentina. Se llora por lo que no se supo o no se quiso hacer. Antes de comenzar esta celebración se leyó la lista de los muertos: ciudadanos inermes, indefensos, que pagaban tasas e impuestos y que fueron defraudados por quienes les debían protección y servicios. Mucha gente ha venido a verme para exponer su preocupación y sus penas: ¿No podía advertirse anticipadamente que los desagües de la ciudad serían incapaces de resistir una lluvia intensa y duradera? ¿Vale como excusa, como disculpa, decir que aquella fue extraordinaria, nunca vista, impensable? Los expertos aseguran que las obras paliativas no bastan si los conductos de desagüe pluvial son obsoletos.

Después de aquella tristísima experiencia los platenses tienen derecho a asegurarse el suelo seco, la paloma que vuelve con la rama de olivo, el arco iris permanente en nuestro cielo. El recuerdo de aquel día causa mucho dolor. Además los daños producidos por la inundación se notan todavía en muchas viviendas y se continúa lamentando la pérdida de objetos preciosos y queridos. ¿Se ha ofrecido una justa reparación? En aquella emergencia fue notoria la ausencia del Estado. Entre los que ayudaron iban al frente Cáritas y el Seminario, con la generosidad y prontitud de los jóvenes que se preparan al sacerdocio. Era natural que ellos lo hicieran, así como es justo reclamar al Estado que cumpla la función principal que le corresponde en el cuidado del bien común de la sociedad.

Es una decisión noble y necesaria recordar cada año aquella fecha. La memoria es obra de la justicia. No obstante, cuidemos que el afán de justicia no se convierta en rencor. San Juan Pablo II enseñaba: la experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones (Dives in misericordia, 12). No basta, por lo tanto, la justicia; hace falta también la misericordia. Es la misericordia la que inspira el perdón. En la oración del Padrenuestro pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. En su difícil armonía la justicia y la misericordia obran la paz.

En esta misa oramos por el descanso eterno de las víctimas de la inundación y por el consuelo de sus familias. También le pedimos al Señor que nos proteja de todo mal y que inspire en los gobernantes el espíritu de justicia: dar a los ciudadanos lo que les corresponde; que recuerden que han sido elegidos para ejercer un servicio a favor del pueblo y no para servirse de él. A través de aquella dolorosa experiencia, después de ella, se podía esperar un nuevo comienzo para La Plata. ¿Se podrá esperar aún?.

A las puertas de la Semana Santa la Iglesia contempla a María, la Madre de Jesús, junto a la cruz de su Hijo. Una bellísima secuencia latina comienza así: Stabat Mater dolorosa… El verbo stabat indica que no estaba allí, sin más, sino de pie, firme y erguida, aunque traspasada de dolor. Ella representa la compasión; padece junto a Jesús, que por su sacrificio redimió al mundo y por su resurrección les abrió a los hombres el camino hacia la resurrección y la vida eterna. En la cruz alzada sobre el Calvario se resumen todos los dolores; ella se reproduce en los sufrimientos de los hombres de todos los tiempos, también, entonces, en los de hoy. La Virgen María se condolía de los sufrimientos de su Hijo y también se conduele de los nuestros. Jesús nos la dejó como nuestra Madre. Ella abrigaba en su corazón la esperanza de la resurrección, del triunfo definitivo de Dios sobre el mal en todas sus formas. Nos ofrece a nosotros participar de su esperanza y de su cercanía con Cristo. Es ese el término feliz de la azarosa marcha del mundo. Como se lee en el libro del Apocalipsis: no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó. Creemos en la palabra de Jesús: Yo hago nuevas todas las cosas (Apoc. 21, 4-5).

+ Héctor Aguer

Arzobispado de La Plata

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