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Misa central del Año Mariano en La Plata

El sábado 15 de agosto, el Arzobispo Víctor Fernández celebró la Eucaristía que se transmitió desde el Monasterio “Regina Martyrum y San José”  de las hermanas Carmelitas. Allí ofreció una reflexión para iluminar los últimos meses del Año Mariano.

Luego de desgranar algunos detalles de las lecturas de la Misa, se detuvo a recordar el significado preciso de la “asunción”, y explicó: «No podemos olvidar que María no ‘subió’ sino que ‘fue elevada’ al cielo, y en eso, que es más que un detalle, María nos trasmite un mensaje específico».

«Así como fue preservada, fue iluminada, fue transformada, fue embellecida, también “fue” elevada. Todo en ella es obra del Espíritu Santo y su hermosura nos hace ver todo lo que es capaz de realizar la acción del Espíritu. Entonces la gloria de María sería decir: “Miren lo que hizo el Espíritu Santo y alábenlo a Él”, sostuvo el Arzobispo.

Y añadió: «Al mismo tiempo, el modelo que usa el Espíritu Santo para realizar su obra es Jesucristo, y por eso María es el ser humano más semejante a Jesucristo que podemos encontrar. Esta creatura es Jesucristo en versión femenina».

En tanto, Mons. Fernández sostuvo que «No le caería bien a María que nos concentráramos tanto en ella que olvidemos adorar al autor de toda belleza. Y como estamos hablando de la obra de la gracia, no podemos olvidar que se trata de algo gratuito. María no compró ni pagó los dones de Dios. Y ni siquiera ahora, que está plenificada en el cielo, podemos decir que ella ha merecido la gracia que Dios le ha regalado. No. Ella necesitó ser elevada, por puro don, aunque lo haya sido desde su concepción. Y aun hoy todo lo que ella es proclama la obra gratuita de la gracia».

«Es impresionante advertir cómo esta obra divina en ella no le quitaba la normalidad ni la sencillez, hasta el punto que la gente de Nazaret decía despectivamente: “¿No es este el hijo de María?” (Mc 6, 3). La mujer más bella y más santa era una más de su pueblo. Así María nos invita a dejarnos elevar, a dejarnos levantar, a dejarnos arrancar de los límites de este mundo sin dejar de estar metidos en él hasta el fondo», continuó.

Y finalizó: «Seamos receptivos, abiertos a la libre acción del Espíritu, dejemos que nos eleve, abandonemos nuestra obsesión por controlarlo todo, por planificarlo todo. Aun en esta cuarentena, no podremos elevarnos por sobre nuestros nerviosismos, miedos, tristezas y rencores sólo con técnicas y esfuerzos. No podremos liberarnos pretendiendo controlarlo todo. Necesitamos volvernos más receptivos y dejarnos elevar por el Espíritu Santo, aprendiendo de la docilidad de María, la humilde esclava».

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