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Gran fiesta platense de Pentecostés

Para la hermosa solemnidad de Pentecostés, el Arzobispo de La Plata convocó a toda la Arquidiócesis en un horario previo a las vigilias que se realizan en las parroquias y movimientos, para invocar al Espíritu Santo como Iglesia diocesana. En esta Misa también se oró por el Arzobispo en sus 60 años. Antes de realizar la oración de efusión del Espíritu Santo, con distintos cantos y plegarias, Mons. Fernández ofreció la siguiente homilía: “Queremos una Iglesia viva, humilde pero fuerte, generosa, sin miedo, llena de confianza y con un fervoroso y arrasador empuje misionero. Pero muchas veces nuestra debilidad nos puede, nos dominan las comodidades y ambiciones personales, nos devora el individualismo, o nos sentimos sin fuerzas y sin ganas. Solos no podemos avanzar en este sueño. Por eso hoy vinimos a buscar algo, hoy vinimos a recibir algo: el Espíritu Santo. Queremos que hoy se cumpla aquí la promesa de Jesús que dice: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, y entonces serán mis testigos hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 4.8). Si aquí hay cientos de personas reunidas en nombre de Jesús que vinieron a  pedir el Espíritu Santo, ¿cómo el Padre se los va a negar?. Aun después de Pentecostés, cuando los Apóstoles ya habían visto a Jesús resucitado y ya habían recibido el Espíritu Santo, había momentos en que se bajoneaban, perdían fuerzas, los atontaba el temor. Pero cuando esto ocurría se ponían a orar para pedir una nueva efusión del Espíritu: “Y cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos. Todos quedaron llenos del Espíritu santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios” (Hch 4, 29-31). Él vino en Pentecostés, vino en tu Bautismo, pero vuelve a venir cuando nos hace falta renovar el amor y el fervor. Si baja el fuego del Espíritu la Iglesia es comunidad viva, decidida, fervorosa, alegre, llena de confianza, derrama vida, derrama luz. Es el amor que hay entre el Padre y el Hijo: Dice san Pablo que el amor de Dios se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Porque él es el que une al Padre y al Hijo como un lazo de fuego infinito, puro amor, eterno fuego de ternura divina. Meditemos juntos la Secuencia de Pentecostés y digámosle: Creo Señor que venís a nosotros, y esta fe convencida es más real que mis problemas. El Espíritu Santo hoy viene, y eso no se percibe con un estado de ánimo o unos sentimientos, es demasiado grande. Él penetra allí en lo profundo, y le rogamos: “Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz”, para que no miremos sólo lo negro, para que contemplemos la belleza, los signos de esperanza, el amor del Señor. Y le decimos: “Ven Padre de los pobres”, porque somos pequeños y necesitados, porque sin él nos dominan la tristeza, el desaliento, el egoísmo. Y le rogamos: “Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz”, porque él puede derramar todos los dones que necesitamos en nuestra misión. Y si hay momentos duros, él es el “Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio”. Y él es “descanso en el trabajo”, porque no pretendemos una vida cómoda, queremos entregarlo todo, pero el Espíritu Santo nos serena y nos descansa en medio de nuestros esfuerzos. Por eso insistimos: “Riega nuestra aridez, cura nuestras heridas, suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestro frío”. Que nos falte todo, pero que no nos falte el Espíritu Santo. Por eso nuestra gran oración de cada día es “Ven Espíritu santo”. Y el Padre no lo niega, viene, viene a fecundar tu entrega, a llenar tu vida, a elevarte a otro nivel. No perdamos más tiempo, y en la certeza de nuestra fe pongámonos a orar porque sabemos que él nos escucha y viene, más allá de nuestros sentimientos y estados de ánimo. Preparemos el corazón en el silencio, antes de realizar la oración de efusión”.



VIDEO (PRIMERA PARTE): GENTILEZA DE CATEDRAL MEDIA

VIDEO (SEGUNDA PARTE): GENTILEZA DE CATEDRAL MEDIA

 

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