Skip to content

Mons. Fernández presidió la Santa Misa por el miércoles de Cenizas en la Iglesia Catedral

 

Monseñor Víctor Manuel Fernández celebró la Eucaristía del miércoles de Cenizas en la Catedral y oró para que la comunidad arquidiocesana viva una santa Cuaresma.

En la Homilía, el Arzobispo expresó que «en esta Cuaresma cada uno está llamado a crecer, a ser más, y así junto intentaremos hacer crecer la Iglesia». Además, señaló que durante este tiempo «se trata de intentar ofrecerle algo más a Dios como respuesta de su amor, no como pago».

Concelebraron con el Arzobispo, el nuevo párroco del templo Catedral, Pbro. Jorge González y el Vicario, Juan Luis Lucero Moreno, quienes tomarán posesión el próximo domingo 10 del corriente.

 

Texto completo de la Homilía:

 

                                                                      Cenizas

En esta Cuaresma cada uno está llamado a crecer, a ser más, y así juntos intentaremos hacer crecer la Iglesia. Se trata de intentar ofrecerle algo más a Dios como respuesta de amor, no como pago

La pregunta es ¿en qué puedo crecer? Esto implica tomarme en serio, no darme por muerto: todavía puedo cambiar, todavía puedo ser más, todavía puedo ofrendar algo más al Dios que me ama.

Nos reunimos hoy para expresar justos un gesto de conversión, o al menos el deseo de la conversión. Empezamos la Cuaresma con un gesto comunitario: acercarnos juntos a  recibir en la frente las cenizas.

En definitiva, se trata de una bendición para poder comenzar un camino de cambio y renovación.

¿Por qué las Cenizas? Tienen un triple significado.

1) En primer lugar significan que cada uno se acerca reconociendo que es “polvo”. Esta idea aparece muchas veces en la Biblia, como un símbolo de la pequeñez del ser humano ante al inmenso amor y la gloria infinita de Dios: “Es atrevido hablar a mi Señor, ya que soy polvo y ceniza” (Gn 18, 27). No pasa por los pecados cometidos, tiene que ver con el reconocimiento admirado y temblorosa de la gloriosa trascendencia de Dios.

El polvo que recibo en la frente me recuerda lo que yo soy: “Recuerda que eres polvo. Esto no es una humillación vergonzosa, una falta de dignidad o un gesto triste y amargado. Todo lo contrario.

Es la liberación interior de quien se arranca del corazón la idea de que debe ser todopoderoso, la obsesión de tener todo previsto, el engaño de pretender controlar toda la realidad. No, ante todo soy polvo. No soy divino.

Es la liberación de San Francisco de Asís, que se sentía humus, tierra, y que desde su feliz pequeñez glorificaba al “altísimo, omnipotente y buen Señor”. Nada de eso le quitaba la alegría.

El corazón íntimamente humilde, necesita reconocer su pequeñez ante la grandeza de Dios. No hablamos del pecado, sino de ese reconocimiento humilde y feliz de la inmensa gloria de Dios ante la cual soy nada, como dice el Salmo: “Señor, soy como un forastero en tu tierra”.

Es la humildad tan profunda que se vuelve pura y feliz confianza, como lo expresaba Carlos de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras … Me pongo en tus manos con una infinita confianza”.

Sin duda, hay detrás de todo esto una experiencia de ser gratuitamente amado, de haber sido encontrado por Dios, de haber sido salvado.

2) En segundo lugar, las cenizas en la Biblia también aparecen como símbolo de la conversión, cuando alguien reconoce que estaba llevando un camino equivocado, que se estaba autodestruyendo, que había elegido un estilo de vida que no causaba más que esclavitud e inquietud interior. Job decía: “Me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza” (Jb 42, 6).

Evidentemente, esto sólo tiene sentido si es sincero, cuando uno experimenta ese dolor de haber desgastado las fuerzas en algo vano o inútil, como los rencores, las vanidades, la melancolía, el puro interés personal como ideal de la vida, el orgullo herido, las mezquindades, el uso sin control de la lengua, etc. ¿Para qué?

Si existe arrepentimiento sincero, entonces sí el gesto de recibir cenizas en la frente se vuelve muy significativo y se vive como una verdadera bendición liberadora.

Pero si hoy no hay arrepentimiento, tu corazón se queda seco, ácido, vacío, por más sabiduría que pretendas tener.

Entonces, el grito debe ser “Perdona Señor, perdona”. Dice la lectura de Joel, que leímos, que cuando hay un corazón arrepentido, el Señor se llena de celo y se compadece, lo tengo de mi parte.

Tampoco se trata de buscar grandes pecados. Es otra cosa. Frente a ese Padre que me ama tanto no puedo dejar de ver que es posible dejarse amar más, es posible caminar con mayor confianza, con una serenidad más honda.

Entonces la conversión no es tanto dejar de hacer cosas malas, evitar lo que está prohibido (¡cuántas veces la mediocridad y la tibieza se ocultan detrás del cumplimiento!) sino dejarme poseer más y más por las fuerzas del bien y de la belleza.

Es posible amar más, volverse más donativo, más generoso, más compasivo, es posible ahondar la alegría y consumirse más por los demás. ¿Por qué no convertirse y aceptar ese llamado?

3) Pero hay un tercer significado de estas cenizas, que necesitamos reflexionar. Un puñadito de cenizas bendecidas se derrama en la frente de los que se acercan. Son cenizas que recuerdan que todo se nos acaba, como el polvo que se lleva el viento, y que nosotros mismos volvemos a la tierra, como polvo.

Todo pasa, y en esas cenizas recordamos que todo es tan relativo. Por eso el miércoles de cenizas se vuelve a despertar el dinamismo cristiano de transformación, de cambio permanente, de desapego con respecto a lo que ya hemos conseguido, de crecimiento, de abandonar las obsesiones, las rigideces personales, los esquemas trillados que nos clausuran en un pasado que nos impide avanzar hacia lo que Dios espera de nosotros. Todo es polvo, nada es permanente, y hay que estar siempre dispuestos, disponibles para empezar de nuevo, a ir siempre más allá, sin aferrarse a falsas seguridades.

*Para terminar, no quisiera dejar de recoger la enseñanza del Evangelio de hoy. Muchas veces hablamos de esa triple práctica de la Cuaresma, que es la oración, el ayuno y la limosna.

El Evangelio de hoy nos invita a buscar el sentido más profundo de esas y otras prácticas cristianas, que está en la oblación gratuita, en el don gratuito de uno mismo a Dios.

El Evangelio por un lado pide que cuando hagas algo bueno no lo vayas pregonando. Es para Dios, es una ofrenda para él. Eso significa que ya no pretendas reconocimientos, agradecimientos o pagos por eso que hiciste.

No todo tiene que ser aplaudido, agradecido o pagado. Existe la gratuidad, hacer algo porque sí, porque es bueno, más allá del reconocimiento ajeno.

Lamentablemente hoy desaparece cada vez más la gratuidad. Hasta los afectos más sagrados se convierten en una especie de compraventa.

El Evangelio nos dice que cuando hacemos algo para ser bien vistos o para obtener algo de los demás, ya tenemos nuestra recompensa. En cambio, si hacemos cosas buenas en secreto, sólo para Dios, “él, que ve en lo secreto, te recompensará”.

Pero nos propone  todavía un paso más: “que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha”. ¿Qué significa esto? La gratuidad total. Significa dejar de contabilizar las cosas buenas que pueda hacer, dejar de contabilizar mis esfuerzos, mi entrega, mi generosidad. Hacerlo porque sí, porque me gusta hacer las cosas bien, porque me gusta hacer el bien, gratis.

Esto supone un cambio muy grande, enorme, y esa es la gran conversión del corazón.

Pidamos que, con las cenizas que recibimos en la frente, el Señor derrame también toda la fuerza de su gracia para que podamos vivir la belleza de esa conversión.

Que así sea.

También te podría gustar...