Skip to content

El Arzobispo presidió la Misa Mestiza, recordó la vida de la Beata Ludovica y mostró el Báculo que obsequió el Papa Francisco

 

El Arzobispo presidiendo la Santa Misa junto a sus concelebrantes

 

El jueves 3 de octubre, en la Iglesia Catedral, el Arzobispo Víctor Manuel Fernández presidió la Misa Mestiza, en la que recordó a la beata Sor María Ludovica como una “santa que vivió toda su vida en el gozo de aliviar al otro y como una vecina más del pueblo de La Plata, que se entregó en cuerpo y alma” por Jesús, al tiempo que expuso ante los fieles el báculo que el Papa Francisco obsequió para que sea exhibido en el Templo Mayor.

Luego de la Homilía, Mons. Víctor Fernández recordó aquellos tiempos en donde Jesús ayudaba a los “olvidados de la sociedad” y en clave de ello, señaló la importancia de “compartir una vida con ellos sin esperar nada, gratuitamente y sabiendo lo hermoso que es cuando el corazón humano llega a ese punto”.

En ese sentido, subrayó que “compartir tu vida con otro sin esperar que te pague con nada es trascender lo ordinario y lo común” y es “así como vivió Sor María Ludovica toda su vida”. “Una vida que estuvo marcada por esa misericordia ya de entrada, porque nació en una ciudad donde la reina era la Virgen Madre de la Misericordia”.

Seguidamente, el Arzobispo expresó que en la figura de Sor Ludovica “hay un detalle particular y es que amaba y vivía hasta el punto de ser siempre feliz, encontrar el gozo en aliviar al otro y que eso sea causa de alegría”. “Sor Ludovica vivió en La Plata como una vecina, una santa entregada en cuerpo y alma, luchadora que se sentía como una más del pueblo de La Plata, la buena vecina”, destacó Mons. Fernández.

En tanto, el Arzobispo rememoró que “a ella la tenemos aquí (en la Catedral) como intercesora nuestra, y si la necesitamos va ayudarnos porque tiene corazón de mujer buena, de mujer generosa y sensible”.

Sin embargo, Mons. Fernández explicó que en el Templo Mayor “no están sus restos sino sus reliquias, porque es un cuerpo que amó, un cuerpo cuyas manos acariciaron con caridad, un cuerpo cuyas piernas corrían a servir, un cuerpo cuya lengua se usaba para alabar a Dios y dar palabras de alivio a los hermanos, un cuerpo transfigurado por la acción de la gracia y lleno de la fuerza del Espíritu Santo”.

Asimismo y dirigiéndose a todos los presentes en la celebración, les alentó a que “pasen a pedirle una ayudita a Sor Ludovica para también imitar esa vida tan generosa y tan feliz”.

En esa línea, Mons. Fernández aseguró que “las fatigas de Sor Ludovica y sus gestos, son también gestos que se ven en el Papa Francisco, de acercarse al último, de estar al lado del que está peor, de mirar al que nadie mira, esos gestos de cariño de Francisco que queremos recoger hoy”.

Por su parte y haciendo mención al Santo Padre, el Arzobispo compartió el regalo del Papa Francisco, un “báculo que usamos hoy y que una comunidad indígena de una zona muy pobre de Myanmar (Birmana) le obsequió a Francisco”.

El Arzobispo precisó que durante la visita apostólica del Papa a aquel país, los miembros de esa comunidad no podían asistir a la misa, o salir del lugar de donde vivían, “entonces para estar presentes tomaron este trozo de madera y le hicieron el báculo”.

Respecto de esa comunidad, Mons. Fernández comentó que “son cristianos perseguidos de Birmania y muy empobrecidos porque no les dan ninguna posibilidad de avanzar” y entonces al enterarse de esto “el Papa dijo ‘voy a usar este báculo como un signo frente a la sociedad de que estoy con ellos y que ellos están aquí conmigo aunque no los hayan dejado venir’”.

Además, el Arzobispo detalló que “la figura de Cristo tiene esos mismos rasgos que esos indígenas, la forma del cuerpo, los rasgos de la cara, como expresando que Cristo está crucificado con ellos en su dolor” y que también tiene “una serie de detalles simbólicos propios de la cultura del lugar”. “’Ponelo (al báculo) en la Catedral dijo el Papa Francisco, para que la gente lo pueda ver’ y hoy lo traemos para dejarlo permanente”, finalizó Mons. Fernández.

 

 

 

 

 

 

 

Al término de la misa, el Arzobispo depositó el báculo a los pies de la sagrada imagen de San José, donde los fieles se acercaron para apreciarlo más de cerca y con mayor detalle, al tiempo que elevar una oración por su ministerio pastoral.

Cabe destacar que la celebración eucarística fue acompañada por el Coro de la Fundación Catedral, que con una enorme tarea hicieron de la Santa Misa un momento inolvidable.

    

 

 

 

También te podría gustar...