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El Arzobispo presidió el Te Deum del 25 de Mayo

Mons. Víctor Manuel Fernández presidió el tradicional Te Deum del 25 de Mayo en el Santuario de María y todos los Santos (Basílica San Ponciano), que fuera la primera Catedral de la ciudad y muy querida por el fundador de la urbe, Dardo Rocha.

Estuvieron presentes en la celebración la Gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, el Vicegobernador Daniel Salvador, el Intendente de la ciudad Julio Garro, entre otras autoridades provincias y municipales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A continuación se adjuntan las palabras que el Arzobispo pronunció en la celebración:

¿Qué significa “Te Deum”? Significa “A ti Dios”, porque en primer lugar es un himno de alabanza al Creador del universo, al que nos dio la vida, al que nos regaló todas las riquezas que posee nuestra patria.

Pero es también un himno de súplica, que se remonta al siglo IV, y todavía cantamos para pedirle ayuda a Dios.

No es que cada uno viene hoy a pedir por sus propias necesidades, sino que ampliamos la mirada y el corazón y pedimos por nuestra ciudad, por nuestra provincia, por nuestra patria. De ese modo, también alimentamos nuestro sentido social y ciudadano.

El texto de este himno es muy sentido en su plegaria: “Te pedimos Señor, que auxilies a tus siervos, que redimiste con tu preciosa sangre”. Es como decir: “Ya que hiciste tanto por nosotros en la Cruz, no abandones ahora a tu pueblo”.

En este día quiero pedir especialmente que despierte en todos los que tienen alguna autoridad o función dirigente en la sociedad, se dejen mover por un sincero amor a las personas, al pueblo, al gran pueblo argentino.

Porque el que ama desea promover al otro, desea su desarrollo integral, su educación, su cultura, su espiritualidad, todo lo que dignifica su persona y le permite ser adulto y tomar la vida en sus manos. Por eso dice el Papa Francisco:

“Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo” (LS 128).

Pero esta promoción de las personas a través del trabajo no tiene que ver sólo con el resultado de ese trabajo, aunque también sea importante. Tiene que ver también con que el trabajo dignifica a las personas. Por eso me alegró mucho que este año, por ejemplo,  en el astillero se abrieran posibilidades de trabajar, de producir algo. No basta que cobren un sueldo, sino que puedan expresar su dignidad haciendo algo por lo que cobran, y produciendo algo para este mundo.

Por eso también las personas con menos capacidades tienen que poder trabajar en algo, aunque no tengan el mismo rendimiento. Quiero recordar que el Papa Francisco hace una pregunta que para mí es el corazón de toda preocupación social. Él plantea si realmente tiene sentido “invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida” (EG 209). ¿Realmente tiene sentido para mí? ¿Esa es mi lógica?

Hemos escuchado en la carta a los Gálatas que San Pablo había ido a Jerusalén con un compañero para saber si lo que estaban haciendo realmente era lo que Dios quería o si estaban corriendo en vano. Y cuenta que los apóstoles les dijeron que estaba todo bien, pero, agregó: “Nos pidieron una sola cosa: que no nos olvidáramos de los pobres” (Ga 2, 10). Y no podía ser de otra manera si Jesús nos dijo las palabras que escuchamos, que cuando demos un banquete no inviten a los vecinos ricos. Dice: “Invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos” (Lc 14, 13). ¿A quiénes estamos invitando nosotros?, ¿A quiénes estamos invitando a la fiesta de la vida, a quiénes estamos privilegiando, a quiénes estamos invitando al banquete en esta patria?

Un gran desafío de la política es lograr consensos, pero en torno a los últimos de la sociedad, lograr acuerdos, pero ¿para qué? Sobre todo, en primer lugar, para levantar a los caídos, para dar una vida digna a los que no la tienen, para recuperar e integrar a los descartados. Ese es el gran consenso y quizás el único realmente posible.

Porque hay diferencias ideológicas, diferencias de visión, diferencias en el proyecto de país y en las estrategias para lograrlo. Pero nadie puede pensar un país olvidándose de los pobres, y por eso siempre es posible un acuerdo para promoverlos a ellos. El día que sea posible ese acuerdo, tendremos un país libre.

Aun en la Revolución francesa se proclamó la libertad junto con la fraternidad y la igualdad, aunque en la práctica se quedó sólo con la libertad. El problema es que no hay libertad sin verdadera fraternidad y sin una efectiva igualdad, que no significa igualar a todos por lo bajo, sino que todos puedan vivir con dignidad y que todos tengan la posibilidad de ganarse en pan con su trabajo.

Sólo cuando eso se vuelve realidad una Nación es verdaderamente libre y auténticamente democrática. Por eso, cuando en el himno cantamos: “Oíd el ruido de rotas cadenas”, no estamos cantando una realidad, sino un deseo, un sueño.

Es lo que decía Martin Luther King con aquellas hermosas palabras, que se referían a la igualdad de negros y blancos. Podríamos decir que ese no es un problema de nuestro país, pero en realidad nosotros también tenemos un disimulado sentimiento racista, ante los que llamamos “los negros”. Por eso las palabras de Luther King me parecen tan actuales. Las resumo:

“Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño.

Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de que todos los seres humanos son creados iguales.

Yo tengo el sueño de que un día los que se odian serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.

Yo tengo el sueño de que un día, cada lugar donde reine la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia.

Yo tengo el sueño de que ningún habitante de esta tierra será juzgado por el color de su piel.

Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad.

Entonces seremos capaces de apresurar la llegada de ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar: ‘¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!’”.

 

Mons. Víctor Manuel Fernández

 

 

                Foto: Cortesía de Gustavo López

Foto: Crédito Gustavo López

                 Foto: Crédito Gustavo López

                 Foto: Crédito de Gustavo López

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