El Arzobispo ordenó un nuevo sacerdote y dos nuevos diáconos
En la mañana del sábado 30 de noviembre, en la Iglesia Catedral y ante la presencia de religiosos y religiosas, así como un gran número de laicos que se congregaron desde diversos sitios, el Arzobispo Víctor Manuel Fernández le confirió el orden presbiteral a Tomás Gutiérrez y el orden diaconal a Moacir Riveros y Mariano Dobler.
Dirigiéndose a Moacir Riveros y Mariano Dobler, quienes se predisponían a recibir el primer grado del Sacramento del Orden Sagrado, el Arzobispo expresó que “los que van a ser ordenados diáconos serán tomados por el Espíritu Santo para configurarse con Cristo servidor”. “Es hermosa la ordenación diaconal, porque uno se siente alcanzado por la gracia, tomado para siempre”, recordó Mons. Fernández.
Asimismo, el Arzobispo añadió que la ordenación diaconal “es una configuración sacramental con Cristo servidor: con el Cristo que lavaba los pies a sus discípulos, con el Cristo que tocaba a los leprosos, con el Cristo que se acercaba al ciego abandonado al lado del camino y le decía: ‘¿Qué quieres que haga por ti?’”.
“Y en esta configuración con Cristo servidor, la Iglesia les confía algunas tareas hermosas, de las que quiero destacar el Bautismo. Bautizar es abrir las puertas de la gracia, es un servicio precioso, es percibir con la fe que una creatura está naciendo de nuevo. Yo extraño ese gozo de bautizar”, aseguró Mons. Fernández.
En esa línea, el Arzobispo también subrayó que “hay otro gozo muy grande del ejercicio del diaconado que les pido que no se pierdan: Bendecir. La gente ama recibir la bendición, y la bendición llega a miles de situaciones humanas que reclaman la luz y la ayuda de Dios”.
“No se cansen de bendecir, gocen bendiciendo a la gente: a los niños, a los viejos, a los enfermos. Bendigan los hogares, bendigan las mascotas, bendigan todo lo que es parte de la vida de la gente para que Dios se haga presente en cada momento importante de la existencia de su pueblo”, prosiguió el Arzobispo.
A su vez, Mons. Fernández explayó que, de hecho, “hay dos elementos clave en la religiosidad popular que nos permiten estar cerca de la mayor parte del pueblo de Dios: el bautismo y la bendición”, al tiempo que instó a quienes fueron ordenados diáconos a que “vivan con mucha gratitud este ministerio de bendecir, y ya que pueden hacerlo háganlo, no se cansen de bendecir y bendecir. Es un acto de amor a las personas y de confianza en lo sobrenatural”.
Por su parte, el Arzobispo dejó en claro que la bendición “no es una simple oración”. “Cuando una persona consagrada bendice, es tomada de modo especial por Dios y allí se pone en juego un tesoro de vida y de gracia que Dios ha confiado a los ministros de la Iglesia”, continuó.
Además, el Arzobispo les recordó a los nuevos diáconos, que “algunas veces también van a proclamar y predicar el Evangelio en la Misa. Pero recuerden que eso les plantea la exigencia de meditarlo, de gustarlo, de vivirlo, de dejarse atrapar primero ustedes por esa Palabra que proclaman”.
Por otra parte, Mons. Fernández también mencionó a Riveros y Dobler sobre el Celibato. “En esta ordenación también asumen un compromiso definitivo por el celibato, que significa una entrega totalizante a Cristo y a la comunidad, con sus afectos orientados completamente a la entrega y al servicio, como decía San Pablo: ‘me gastaré y me desgastaré completamente por ustedes’. Si Dios podría pedirles el martirio, también puede pedirles menos que eso como entrega de amor: les puede pedir el celibato como don de sí para el servicio al Reino a tiempo completo”.
Seguidamente, Mons. Fernández planteó en vos alta el interrogante de aquellos quienes se preguntan “para qué están los curas”. En este sentido, el Arzobispo aseguró que “podríamos dar muchas respuestas, porque hay curas muy distintos entre sí, y hacen muchas cosas diferentes. Pero en algún momento hay que preguntarse: a ver, ¿qué puede hacer un cura que no pueda hacer un laico?”.
Esas “cosas”, continuó Mons. Fernández, “son ante todo dos grandes cosas: consagrar la Eucaristía, en la Misa, y absolver los pecados”. “Para eso recibe la ordenación, y si no es ordenado cura puede hacer mil cosas, pero no puede hacer esas dos. La Eucaristía, es la presencia real de Jesús que viene a alimentar a su pueblo. Y el cura es instrumento para que el pan de vida llegue a los demás”, remarcó.
Asimismo, el Arzobispo manifestó que “Jesús en la Eucaristía, hecho pan para el pueblo, ama a la gente, quiere su bien, y una vez que estaba ante una multitud hambrienta, dijo a sus discípulos: ‘denles ustedes de comer’”. “Entonces la Eucaristía le recuerda siempre al cura que debe cuidar al pueblo de Dios y buscar darle una mano para que viva bien, para que viva con dignidad. Desde la Eucaristía toma su mayor sentido la preocupación social del cura y el ministerio de la caridad”, subrayó Mons. Fernández.
“Pero todos necesitan a Dios, aunque no lo reconozcan, están sedientos de su amor y de su gracia, aunque no lo vean. El cura no puede dejar de dar ante todo el alimento espiritual, y sobre todo no puede negarles a los pobres ese alimento que les da consuelo, fuerzas para seguir adelante”, enunció.
Dirigiendo su mirada hacia Tomás Gutiérrez, el Arzobispo adujo: “Ojalá Tomás que puedas vivir cada Misa, con el corazón necesitado y dejarte sostener por Jesús, y en cada Misa descansar y recuperar el sentido de tu sacerdocio. No importa cuántas veces la celebres sino que cada vez sea tu fuerza y tu alimento y nunca una obligación”. “Esta unión tan especial entre el cura y la Eucaristía no se borra más, porque es la gran marca que el ordenado lleva dentro, es parte esencial del ‘carácter’ del orden sagrado”, enfatizó.
Continuando con esa postura sentida y de profunda reflexión sobre el orden sacerdotal, Mons. Fernández le rememoró a Gutiérrez que “la ordenación también te capacita para absolver los pecados, y eso es maravilloso”. “En definitiva el sacramento del perdón está ordenado a la Eucaristía, porque produce las condiciones adecuadas para recibirla fructuosamente”, continuó el Arzobispo.
Y también le peticionó a Gutiérrez: “No le cierres a nadie esa fuente de la gracia y la misericordia. Equivócate por ser demasiado comprensivo pero nunca te conviertas en un juez despiadado, nunca hagas sufrir a nadie. Para eso no están los curas”.
Sobre el final de la Homilía, Mons. Fernández se refirió a los ordenados y les dijo: “Ustedes tres, cada uno de ustedes, es una palabra, es un mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con su vida”, aconsejándoles también que “no se conviertan nunca en profesionales que tratan de demostrar sus capacidades, que necesitan sentirse reconocidos, que buscan una capellanía con sueldo, o peor, que busca ocupar un lugar en la Arquidiócesis”.
“No sigan malos consejos que terminan bastardeando y volviendo mediocre el ministerio. Que Dios los libre, porque eso sí que no sacia, eso sí que no le va a dar sentido a tu vida, eso no ilumina los ojos. Sinceramente, no vale la pena perderse el amor de una mujer y la ternura de los hijos para convertirse en funcionarios llenos de excusas que sólo piensan en sí mismos”, finalizó Mons. Fernández.
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