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Conferencia de Mons. Aguer sobre la acción social de la universidad.

 

Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata.

Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata.

 

Ampliando lo que publicamos oportunamente, trascribimos a continuación la conferencia del Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, en el XI Encuentro Nacional de Pastoral Universitaria. Este es el texto oficial y completo de sus palabras:

 La acción social de la universidad: fundamentos, fines y alcances

Conferencia en el XI Encuentro Nacional de Pastoral Universitaria

Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata, 14 de Abril de 2018

         Agradezco a las autoridades de esta Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata la hospitalidad que nos han brindado para celebrar en sus instalaciones el XI Encuentro Nacional de Agentes de Pastoral Universitaria. Este gesto es sumamente  significativo si se lo contempla en profundidad; veo en él simbólicamente la disposición a un posible diálogo entre la razón científica y la razón teológica, que considero, por cierto, necesario y que resultaría muy fructífero para la cultura nacional.

Se habla con frecuencia de las grietas, de diverso carácter, que afectan a la sociedad argentina; una de ellas es precisamente, la falta de un diálogo abierto  y respetuoso, habitual, entre la fe y la cultura secular.

Este año se cumple el centenario de la Reforma Universitaria, que se produjo en un contexto histórico de confusión e incertidumbre, así como también cargado de esperanzas, al concluir la Primera Guerra Mundial. El año anterior, la Revolución soviética había instalado en Rusia una dictadura sangrienta que duró más de medio siglo, y difundió en todo el mundo una ideología atea que influyó sobremanera en la cultura de Occidente. Sin negar los logros institucionales y académicos que pudo haber deparado la Reforma Universitaria del 18, se inició entonces, o quizá habría que decir se agravó, un ciclo de ajenidad entre el cultivo de las disciplinas científicas inspirado en el escepticismo y el que se desarrolla iluminado por la fe  cristiana; una falta de comunicación que conocía ya antecedentes y ha dañado a la esencia de la Universitas scientiarum, al sentido mismo de la Universidad, cuyo nombre designa una totalidad, sin exclusiones. A causa de esta fractura, la Universidad quedaba expuesta a que la auténtica razón científica se dejara avasallar por las sinrazones ideológicas.

Viene al caso recordar que la Universidad nació en el seno de la Iglesia Católica, y puede contar al menos con ocho siglos de existencia. Si bien los historiadores reconocen un antecedente en las Academias de la antigüedad, es en el siglo XII, en el último cuarto de esta centuria; cuando los estudios liberales cultivados en las escuelas catedralicias se configuran como Studium Generale; el Cuarto Concilio de Letrán, celebrado en 1215 favorecerá tal desarrollo. Confluyen en esta creación el aumento del número de laicos empeñado en los estudios y el movimiento socio-cultural de las corporaciones, aplicación del principio de subsidiariedad, que aún hoy día es una pieza clave de la Doctrina Social de la Iglesia. En el siglo XIII las universidades están ya configuradas como instituciones jurídicas de pleno derecho. Para citar sólo algunos nombres, menciono las de Paris, Bolonia, Montpelier, Oxford, Orléans, Salamanca y Coímbra. De los Studia Generalia las universidades reciben los departamentos de Artes, Teología, Medicina y Derecho.

No es el momento éste de trazar una historia de la institución universitaria, que en el siglo XIII, además de una mayoría de clérigos, incluía alumnos de diferente procedencia, edad y condición. Sin embargo, me parece oportuno destacar que en el siglo XIX, y como consecuencia de la Revolución Francesa de 1789 las universidades pierden la independencia que guardaban celosamente respecto de los poderes civiles. Se impone entonces un creciente centralismo estatal, que encuentra luego su máxima expresión en los países comunistas, de economía planificada. En ellos se impone un numerus clausus: no podían estudiar allí todos los jóvenes, sino solo los más inteligentes y los que eran preparados para servir al régimen, que los elegía cuidadosamente. La Iglesia, que durante siglos se valió de la universidad para que la fe se hiciera cultura, resistió a la absorción estatal de la institución universitaria creando universidades católicas; la de Lovaina data de 1883. El gran servicio social de la Iglesia ha sido la promoción del saber; todo lo contrario de lo que pretende la calumnia de sus enemigos, enredados por las artes del Padre de la mentira (cf. Jn. 8,44).

Según mi parecer, la cuestión capital es, en nuestros días, interrogarnos sobre si hay lugar en la universidad para la razón teológica. Dicho con otras palabras: si la cuestión acerca de Dios puede proponerse en la universidad, y si el lógos, la razón, que acerca de Él elabora la teología, debe ser reconocida, o no, como una disciplina científica. La proposición de este interrogante excluye el problema del sentimiento religioso y el aporte que la Fenomenología de la Religión ofrece acerca de la existencia del sentido de lo sagrado, de la realidad de una dimensión propia de los dioses, que se encuentra en todas las culturas, aún en las más primitivas. En varias universidades europeas hay Facultades de Teología, por ejemplo, en Ratisbona, Alemania, hay dos: una Católica y otra Protestante. Esta referencia la menciono porque a continuación deseo glosar un discurso académico que Benedicto XVI pronunció en esa sede el 12 de septiembre de 2006. Fue una lección magistral, la de un profesor universitario, que era, además, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica; versaba sobre “Fe, razón y universidad. Recuerdo y reflexiones” .Ese texto podría servir de tema para una tesis doctoral.

El Papa Ratzinger parte en su exposición del concepto bíblico cristiano de Dios como Logos, Razón y Palabra que se nos ha manifestado y actúa como lógos[i] lleno de amor por nosotros. En su discurso Benedicto XVI afirma que la aproximación interior entre la fe bíblica y el pensamiento filosófico griego ha encontrado finalmente su impronta decisiva en Europa, y que el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana. Añade asimismo la sucesiva incorporación del patrimonio de Roma. Ese triple ingrediente: la fe bíblica –el pensamiento semítico, por tanto-, la filosofía griega y la cultura romana –el derecho, específicamente- crearon Europa, y ese feliz desposorio permanece como fundamento de lo que todavía se puede llamar Europa. Nosotros, argentinos, querámoslo o no, somos depositarios de esa herencia, aun los no creyentes.

Benedicto XVI continúa describiendo tres etapas de deshelenización del cristianismo. La primera comenzó con la Reforma Protestante y su principio de la Sola Escritura, que excluyó la metafísica del ámbito de la fe; tal postura fue radicalizada por Kant, quien confesó que había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe. La segunda etapa se encuentra en Adolf von Harnack y la teología liberal de fines del siglo XIX y principios del XX; el mensaje del puro hombre Jesús, sería solo una propuesta de bondad humanitaria. Para hallar lugar en la universidad, la teología tendría que reducirse a una narración histórico-crítica liberada de elementos dogmáticos como la Trinidad de Dios y la divinidad de Cristo. Lo que se va imponiendo en esta etapa es la reducción de la ciencia a las certezas que proceden de la sinergia entre matemática y método empírico. Como la naturaleza se nos ofrece para ser explotada según nuestros propósitos, solo la experiencia, la empeiría, nos permite alcanzar la certeza decisiva. Las humanidades tendrían que sujetarse, como puedan, a este canon, y no queda lugar en el ámbito científico para la teología; en esta hipótesis, la cuestión sobre Dios, los interrogantes de la religión y de la ética no tienen cabida en la universidad. La conciencia subjetiva es la única instancia, solitaria, capaz de sostener todas sus ocurrencias y pretender que sean reconocidas como derechos. La única comunidad posible es, entonces, en este reinado del individualismo, plegarse al “todos lo hacen”. Como dijo Jean-Paul Sartre: “si Dios no existe, todo está permitido”.

Brevemente, Benedicto XVI se refiere a una tercera etapa de deshelenización del cristianismo: la moda actual de buscar nuevos ámbitos de inculturación de la fe cristiana, en el oriente extrabíblico especialmente, sin advertir que la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma. La tradición católica podría expresarse así: creo para entender, y procuro entender para creer.

La cuestión que enfrenta la universidad es cómo ampliar nuestro concepto de razón y de su uso; de este modo hará un aporte valiosísimo a la cultura para que los hombres y mujeres de hoy puedan gozar de las nuevas posibilidades que el desarrollo científico y tecnológico brinda a la humanidad, extendido a todos con justicia y equidad, y a la vez logre evitar los peligros que, como es comprobable, se convierten con frecuencia en triste realidad. Basta, al respecto, aludir a la enseñanza del Papa Francisco en la encíclica Laudato sí.

El primer servicio social que podemos y deseamos esperar de la universidad es la búsqueda y proposición científica de la verdad. En griego, en el clásico y en el del Nuevo Testamento, verdad se dice al?theia, palabra que significa descubrimiento, develamiento, claridad luminosa y total, en cualquier ámbito del saber. Al?theia es todo lo contrario de mýthos. Resulta una tragedia para la sociedad cuando la verdad es reemplazada por los mitos, ideológicos o políticos, que enceguecen el pensamiento y descarrían el generoso ardor de los corazones, cuando no lo enfrían totalmente.

Añado, para concluir, otros dos servicios imprescindibles que han de envolver la tarea de la universidad en la Argentina de hoy. Los cumple la institución universitaria, concebida según la fórmula original como corporación de maestros y discípulos para cultivar los saberes, y también a su modo los estudiantes universitarios en la preparación de la inteligencia y el ánimo.

No hay universidad sin investigación. La universidad no es una mera, elemental, fábrica de profesionales. Las áreas de investigación, practicada ésta según el rigor científico que corresponde al contenido y el método propio de cada disciplina, aseguran la calidad de la formación profesional. Por otra parte, ¿Cómo puede la universidad asegurar esa calidad, habida cuenta del estado calamitoso de la educación primaria y secundaria, que se ha precipitado progresivamente al abismo en los últimos cincuenta años? La Argentina no necesita más reformas educativas,  ni la revolución que se ha prometido recientemente, sino una restauración. Uso intencionalmente esta palabra proscrita, maldita, que no significa volver atrás, sino llevar al estado que corresponde, marchar hacia adelante recuperando lo mejor de lo que fuimos, y potenciando lo mejor de lo que somos, con nostalgia de futuro, para regresar a esa patria que cada tanto soñamos y que todavía no ha podido ser. En un replanteo del sistema educativo en su conjunto, corresponde a la universidad un verdadero protagonismo, que supere los tironeos ideológicos y las ambiciones políticas y vaya  a las cosas, se haga cargo de la realidad. Recordemos el consejo de  José Ortega y Gasset: “argentinos, a las cosas”.

Por último: la relación de la universidad con el mundo del trabajo, de modo que éste no quede configurado como un cosmos ajeno, entregado a la manipulación de los demagogos. El ideal  realizado en el siglo XX  de m´ hijo el dotor  puede inspirar el invento y la ampliación de una esfera de educación para el trabajo, en la cual la educación sea realmente lo que ese nombre implica, el sacar lo mejor de las actuales generaciones de argentinos y de los inmigrantes que están llegando para habitar nuestro semipoblado territorio. Un parto de varones y mujeres que puedan comprender cabalmente lo que son, quienes son y para qué viven y trabajan, a saber para el cumplimiento de esa inextinguible vocación humana de felicidad, una dicha muchas veces huidiza en este mundo, pero que puede ser colmada más allá.

 

+ Héctor Aguer

Arzobispo de La Plata

 


[i] Nota del léxico: En el Evangelio según San Juan leemos: “En el principio existía el Lógos, y el Lógos estaba junto a Dios, y el Lógos era Dios…Y el Lógos se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Jn. 1,1.14). Las versiones españolas, tanto católicas como protestantes, solían traducir Verbo, a través del latín Verbum (palabra, término, vocablo, dicción), como la Bible de Jerusalén, que emplea Verbe. La King Version dice Word. Nuevas versiones españolas y latinoamericanas prefieren Palabra. El término griego lógos significa palabra, argumento, razón, decisión. Si buscamos una correspondencia en el hebreo, tenemos dabar: palabra (con su contenido), mandatos, cosas, asunto a tratar, realidad. Dios se dice en su Lógos, y se nos manifiesta en él hecho carne.

 

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