El presidente del Tribunal eclesiástico platense, padre Javier Fronza, sostuvo que «cuando se presentan ‘crisis matrimoniales’ o tratamos a fieles separados o divorciados, se debe tener presente que antes que el problema están las personas que lo sufren». En un artículo titulado Crisis matrimoniales, persona y pastoral familiar, afirmó igualmente que «el convencimiento de muchos Obispos acerca del elevado número de matrimonios que parecieran ser nulos, nos lleva a concluir que la preparación para la celebración válida del matrimonio debe fortalecerse y, quizás, repensarse».
Este es el texto completo y oficial de su trabajo:
Crisis matrimoniales, persona y pastoral familiar
Matrimonio y persona
Cuando se presentan “crisis matrimoniales” o tratamos a fieles separados o divorciados, se debe tener presente que antes que el problema están las personas que lo sufren. Por ello, el acompañamiento, incluso previendo una eventual introducción de la causa de nulidad matrimonial, requiere conceder un tiempo de asimilación, también psicológica, a las personas que viven tales situaciones dolorosas.
El acercamiento al Tribunal en orden al eventual inicio de una causa de nulidad matrimonial, muchas veces no interrumpe la necesaria atención pastoral del párroco. Es más, el párroco y el sacerdote del Tribunal frecuentemente deben atender pastoralmente de un modo orgánico y armónico a estos fieles, cada uno dentro de su propio ámbito.
Es principalmente el párroco quien considera cuándo es el momento oportuno para acercar a un fiel en estas situaciones a un sacerdote del Tribunal. “Los papeles” (tareas) del Tribunal, se hacen cuando las personas interesadas están preparadas, espiritual y psicológicamente, para comenzar un proceso que en la mayoría de los casos trae recuerdos y vivencias no gratas y dolorosas.
Vocación matrimonial y pastoral familiar
De un modo más claro la Iglesia ha comprobado recientemente que, a nivel mundial, la preparación para el matrimonio es un tema central dentro de la pastoral familiar general. El convencimiento de muchos Obispos acerca del elevado número de matrimonios que parecieran ser nulos, nos lleva a concluir que la preparación para la celebración válida del matrimonio debe fortalecerse y, quizás, repensarse.
Un aspecto para volver a considerar y colocarlo en la base de la preparación para el matrimonio, y también en la pastoral familiar general, es que el matrimonio es una verdadera vocación, sobre la que se asienta la familia cristiana según los designios de Dios Creador. Es deseable superar el reconocer en el matrimonio una institución social sin más o rescatar sólo la dimensión festiva de su celebración. El matrimonio es una auténtica vocación sobrenatural, que llama a los esposos a la santidad a través del camino de la vida matrimonial y familiar.
Con la recepción del sacramento, signo sagrado que santifica, Cristo mismo impregna con su gracia el alma de los contrayentes invitándoles a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un camino divino recorrido en esta tierra. Como recuerda con claridad el Magisterio del último concilio, particularmente la Constitución Lumen Gentium, las personas casadas están llamadas a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión. Se equivocarían si edificaran su vida espiritual al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, la procreación y educación de los hijos, los esfuerzos por sacar económicamente adelante a la familia, y por mejorarla, son situaciones humanas corrientes que los esposos cristianos deben procurar sobrenaturalizar.
El amor de los esposos es una realidad santa que pone en movimiento las virtudes teologales, y muchas otras virtudes, para santificar el hogar día a día, creando un auténtico ambiente de familia. Las virtudes de la fe y la esperanza se manifiestan en la serenidad con que se enfocan los problemas, grandes y pequeños, que se presentan en todo hogar, en la ilusión con que se persevera en la realización de la propia tarea. Así, la virtud de la caridad lo llena todo, y lleva a los esposos a compartir las alegrías y los naturales sinsabores, a sonreír olvidándose de las propias preocupaciones para brindarse a los demás, escuchando al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que se los quiere y comprende de verdad. La misma caridad facilita el pasar por alto los roces insignificantes, que el egoísmo podría aumentar, así como poner amor y cariño en los detalles de servicio que componen la convivencia familiar diaria.
La comprensión del matrimonio como vocación a la santidad y fundamento de la familia, ofrece horizontes atractivos para ofrecer a los jóvenes, y debe vivificar la pastoral familiar; particularmente, el acompañamiento eclesial de los novios que desean casarse en la Iglesia y según sus leyes.
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