Mons. Fernández se despidió de la arquidiócesis: «Realmente quise vivir aquí, este fue mi lugar en el mundo estos 5 años»
Este sábado 5 de agosto, Mons. Víctor Fernández celebró en la catedral su última misa como arzobispo de La Plata, en la que participó una multitud de personas que se congregaron desde diversos barrios y comunidades parroquiales, junto con todo el clero local, religiosos, religiosas, jóvenes de diferentes grupos de Scouts, seminaristas, diáconos, representantes de otros credos, laicos, obispos de otras diócesis, autoridades, y miembros de instituciones educativas.
En la homilía, el arzobispo expresó:
Amigas y amigos,
ante todo quiero dar gracias por la presencia de todos ustedes, especialmente por la gente de los barrios más alejados. He ido con tanto gusto a visitarlos y a compartir la Misa con ustedes en los distintos barrios, donde he encontrado mucha fe y mucho cariño cristiano.
Hoy quise celebrar esta Misa de despedida con ustedes, pero sobre todo por ustedes, en este último acto mío como pastor en esta Arquidiócesis, porque apenas terminada la Misa ya viajo.
Y digo por ustedes, porque son el sentido de mi sacerdocio.
Cuando en la adolescencia, en mi pueblito del interior, empezaba a brotar el sueño de ser cura, mi idea era ayudar a otros a vivir mejor. Era chico, pero ya veía que el Evangelio de Cristo puede hacer tanto bien.
Y leía en el Evangelio las palabras de Jesús: lo que hicieron a los hermanos míos más pequeños me lo hicieron a mí. Entonces empecé a buscar la forma de vivir eso y descubrí que me hacía tan feliz. Por ejemplo, iba a visitar a una anciana ciega y abandonada por todos, y le leía cuentos, historias, y podía ver en su rostro qué cosas le provocaban una sonrisa. Entonces poco a poco comencé a seleccionar mejor lo que le leía porque ya sabía lo que la haría sonreír.
Así descubrí una felicidad que no encontraba en otras cosas de este mundo. Más todavía cuando podía reconocer en ella a Jesús.
Eso mismo vivirán ciertamente los sacerdotes, los catequistas, los misioneros, los docentes, los agentes de Caritas, los que ayudan a la gente en situación de calle, todos los que hacen presente el Reino de Dios.
No siempre es idílico, porque a veces las personas están tan heridas que pueden reaccionar mal, pueden lastimar para compensar su propia angustia. Pero allí está Cristo, crucificado y traspasado en esas vidas.
A veces he recibido quejas cuando me he referido a los derechos de los más pobres. Pero para mí es inevitable hacerlo, es parte inseparable de mi sacerdocio.
Nunca me puedo olvidar, no me puedo olvidar, de una parte de la Biblia, la carta a los Gálatas, donde cuenta que San Pablo salió de Israel para ir a evangelizar otras tierras, especialmente en Grecia, territorios paganos. Los apóstoles de Jerusalén veían esto con temor, porque ellos tenían mucho sentido comunitario, y en ese mundo pagano había mucho individualismo, el ideal era una vida cómoda, y los ricos relegaban a los pobres a las periferias completamente abandonadas.
Entonces los apóstoles de Jerusalén, Santiago, Pedro, Juan, decían: cómo se va a mezclar el cristianismo con eso. Pero Pablo se animó y fue igual a anunciar el Evangelio.
Varios años después dijo: ¿me habré equivocado? Entonces pensó: me voy a Jerusalén a contarles a los apóstoles lo que hice para ver si hice lo correcto. Bueno, allí cuenta san pablo que fue, los apóstoles le estrecharon la mano y le dijeron que estaba todo bien. Y al final Pablo agrega: “Pero me pidieron una sola cosa”. Una sola cosa, ¿qué le pidieron? Pablo lo cuenta: “sólo me pidieron que no me olvidara de los pobres” (Gál 2, 10).
Yo no soy ningún modelo de compromiso, pero toda la vida me taladró eso en la mente y en el corazón: “Tucho, no te olvides de los pobres”. ¿Qué quieren que le haga?
Pero hoy quise reunirlos para orar por ustedes, porque yo vine aquí para ustedes. Quiero ofrecer esta Misa por ustedes, para bendecirlos. Y le pedí al Papa Francisco que me permita bendecirlos en su nombre, como pastor universal.
Porque la vida sigue, y ya está nombrado el nuevo pastor, para una nueva etapa de esta Arquidiócesis.
En estos 5 años hemos vivido tantas cosas, angustias y alegrías que nos han unido, y sé que a través de mí también han quedado cosas buenas, pero ahora el Espíritu Santo quiere comenzar otra etapa con ustedes y para eso envía un nuevo pastor, con sus dones, sus carismas, sus capacidades.
¿Cuál es mi gran mensaje para cada uno de ustedes? Evidentemente ya no puedo decir nada que suene a líneas pastorales, ya hay un nuevo Obispo nombrado.
Pero lo que sí tengo que recordarte es que Dios te quiere, sos único, valés tanto, tanto. Valés por el amor infinito que Dios te tiene, valés por los brazos de Cristo abiertos en la Cruz.
Nosotros podemos reconocer nuestra identidad y nuestro valor cuando nos sabemos amados. Podemos aceptarnos a nosotros mismos cuando hay otra persona que nos valora, nos respeta, nos quiere sin condiciones.
Cuando por primera vez en la vida dijimos “mamá” o “papá” expresamos nuestra identidad de hijos y nos sentimos contenidos, sostenidos. Por eso nos hace tanto bien reconocernos hijos amados ante el Señor.
Escuchamos en las lecturas bíblicas cómo el Padre Dios le dice a Jesús con un cariño infinito: “Tú eres mi hijo amado”. Lo mismo nos dice a cada uno de nosotros, que unidos a Jesús somos abrazados por el Padre de amor y de ternura.
Este amor te da una dignidad enorme. Por eso, tratá de ser quien sos, porque eso es lo que tu Padre Dios ha creado, ha soñado, ha querido.
Y sacá afuera lo mejor de vos mismo sin tener que copiar a nadie, porque eso que sos vos es un regalo de Dios para este mundo. Recuerden aquel antiguo proverbio: “La rosa es perfecta como rosa, el lirio es perfecto como lirio. Cada uno es el mejor porque es único”. Y cada uno puede ser feliz a su modo, con sus límites y sus posibilidades. Sean felices, sigan siempre adelante, no se dejen vencer, y como dice la Biblia: “Hijo, no te prives de pasar un buen día”. Por eso esta vida es un drama precioso, un misterio apasionante y una aventura siempre desafiante. No estamos aquí porque sí. Estoy vivo porque un amor infinito me quiere y me sostiene.
Ahora permítanme orar por cada uno de ustedes:
“Señor, te pido que mires con tus ojos de cariño a cada persona aquí presente. Derramá Señor toda la fuerza de tu amor y todo el poder de tu bendición. Penetrá su vida Dios mío, con tu luz y tu gracia, protejé sus días de todo mal, para que nada ni nadie le haga daño. Mirá también Señor lo que más necesita su corazón y concedéselo. Llená su corazón con tu paz inmensa, que descienda como un río la esperanza, que brote la luz en su interior. Amén. Amén”
Gracias.
Gracias a los obispos auxiliares y a los sacerdotes por su paciencia conmigo y porque cada uno se entrega a su modo, con la gratitud de haber recibido un llamado tan lindo del Señor.
Si a veces los he cansado con mis insistencias ha sido por un sincero amor a esta Arquidiócesis que ha sido mi esposa estos cinco años. Realmente quise vivir aquí, este fue mi lugar en el mundo estos 5 años, y traté de viajar lo menos posible para estar aquí.
Y gracias a las religiosas, a las laicas y laicos que tantas veces y con tanta generosidad le ponen el hombro a la Iglesia, le regalan su esfuerzo, su entrega y su amor para construir el Reino sin asco y sin miedo.
Quiero agradecer además a las autoridades provinciales y municipales por la relación cordial y de colaboración que pudimos sostener, y a las distintas instituciones de la sociedad que trabajan por el bien de todos.
Perdón sobre todo por el bien que pude hacer y no hice. Pero me alegra saber que me sucede Mons. Gabriel Mestre, un Obispo con experiencia en otra Diócesis, joven, con muchas energías y creatividad, y que seguramente podrá avanzar en todo lo que yo no alcancé a hacer en estos años.
Ahora, tengo el honor, el gran honor de ir a acompañar a Francisco en esta etapa de su vida, sabiendo que no le llego ni a la suela de los zapatos, pero cuento con su confianza y eso es lo que importa.
Los quiero mucho. Les dejo a todas y a todos un fuerte abrazo y les deseo lo mejor. Amén.
Tucho
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