Recuerdo del negro Manuel en la parroquia Nuestra Señora de Luján de La Plata
En la Misa de la fiesta de la Virgen de Luján, el Arzobispo Víctor Fernández quiso recoger la figura del negro Manuel, para recoger lo que él nos muestra de María:
“El negro Manuel era nativo de África. Era muy joven cuando lo arrancaron de su familia y fue cargado en un navío con destino al Brasil, donde fue comprado.
Ya en Buenos Aires fue vendido al capitán Filiano, quien lo envió al servicio de su estancia en Luján, convirtiéndose en uno de los primeros testigos del milagro de Luján.
La señora Ana de Matos compró la Imagen de la Virgen que se había quedado allí. Cuando se produjo el solemne traslado de la Imagen a la estancia de Ana de Matos, en Luján (1671), el negro Manuel vino con ella como sacristán, dedicado al aseo y culto de la misma, oficio que desempeñó hasta su muerte, ocurrida en la Villa de Luján.
Ocurría que la Imagen desaparecía de la casa de Ana de Matos y aparecía en la anterior estancia, donde estaba el negro, e interpretaron que la Virgen quería que el negro estuviera a su lado.
Pero para que el negro pudiera irse con la Virgen tuvieron que comprarlo, y se lo compró exclusivamente para el servicio de la Virgen, que de este modo pasó a ser su verdadera dueña. Por eso, cuando la gente le preguntaba de quién era esclavo, él respondía siempre: “Soy de la Virgen nomás”. La Virgen lo había liberado de la esclavitud, como si con todo afecto de madre le dijera: Ahora nadie te puede comprar ni vender, ahora sos mío. Y él repetía con sano orgullo: “Soy de la Virgen nomás”.
Fue creciendo una relación tierna y mística entre el negro y la Virgen. De hecho se sabe que a veces la imagen amanecía con abrojos y espinas, y el negro lo interpretaba a su manera:
«Habiéndose hecho una pequeña Capilla a la Virgen en la misma casa de la dicha Doña Ana [de Matos], y estando colocada en su nicho la imagen, reparó el negro Manuel, que algunas noches faltaba del nicho y por la mañana ya la encontraba en él, pero con el manto y saya llenos de abrojos, y cardillos, y por las fimbrias [ruedo del vestido] polvo, y algún barro, y en estas ocasiones le decía: “Señora mía, ¿qué necesidad tenéis Vos de salir de casa para remediar cualquiera necesidad, siendo como sois, tan poderosa? ¿Y cómo Vos sois tan amiga de los pecadores, que salís en busca de ellos, cuando veis que os tratan tan mal?”»
La crónica cuenta que “a Manuel, fiel servidor de la Virgen, lo vieron sus contemporáneos ocupado continuamente en atender con diligencia preferentemente a los peregrinos; en enseñarles a pedir el favor de Dios con confianza y sencillez, invocando la poderosa intercesión de María; en consolar a los tristes y afligidos; en atender a los enfermos; en socorrer a pobres y menesterosos; a volver a los extraviados al perdón divino, preparándolos a la recepción de los sacramentos; a recordar y agradecer la milagrosa historia de la Virgen de Luján; y a propagar el rezo fervoroso del rosario por los vivos y difuntos”. Así vemos cómo la Virgen promovió su dignidad, y lo convirtió en alguien fecundo, capaz de sacar lo mejor de sí, porque de ser esclavo pasó a ser una persona respetada y valorada, que hacía mucho bien a todos.
Él tenía la costumbre de llenar de aceite una lámpara cerca de la imagen y muchos enfermos iban a pedirle ese aceite con el cual se produjeron numerosas curaciones. Y así la devoción a la Virgen de Luján fue creciendo gracias a él, completamente dedicado a ella.
Tenía proyectado poder edificar un templo digno para la portentosa Imagen, motivo por el cual recorre las estancias y los pagos lejanos y logra reunir una considerable suma que añade a las limosnas de los peregrinos. Con la presencia del capellán Pedro Montalvo (1684 ? 1701) ve por fin realizado uno de sus sueños dorados, y se entrega con nuevo fervor al culto de María de Luján. Este fue el primer Santuario dedicado a la Virgen de Luján en su Villa.
En la antigua crónica se cuenta que “el negro Manuel criando barba larga a manera de ermitaño, ayudó no poco a la prosecución de la obra de la capilla, y después continuó en servicio de la gran Señora, hasta la ancianidad”.
¿Por qué es tan importante esta historia? Porque la Virgen quiso manifestar su ternura, su amor, su cercanía a través de esta relación con un pobre negro esclavo, que en aquella época no valía nada, que podía ser comprado y vendido como un objeto, que no podía esperar nada de la vida. Pero a nadie le regaló la Virgen una cercanía, una amistad tan hermosa como la que le regaló al negro. Y de ese modo María mostraba cuánto vale todo ser humano.
En este día, dejémonos mirar por ella, dejémonos abrazar por María, para reconocer cuánto valemos cada uno de nosotros. No importa cómo nos miran los demás, qué dicen de nosotros, cuánto importamos para la sociedad. Si nos dejamos mirar y abrazar por María podemos sentirnos dignos, podemos reconocer cuánto valemos y caminar con la cabeza alta.
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