Misa por la fiesta del agente penitenciario
En este sentido, Mons. Fernández animó a los agentes penitenciarios a cultivar el amor al ser humano, más allá de todo, en donde justamente «el amor puede exigirnos imponer límites a una persona violenta o peligrosa, no sólo para proteger a los demás sino para evitar que él mismo se degrade más y más».
“Pero el amor también es promover, es desear que esa persona madure, crezca, no se estanque. Y esa persona, que quizás está llena de límites y heridas por la historia que le tocó vivir, puede dar todavía algún pequeño paso, un paso que quizás nadie valore, pero que en el contexto de su vida destrozada puede significar mucho. La mirada del amor sí que sabe valorar esos pasos», expresó.
A su vez, el Arzobispo reconoció que, aunque sea «una tarea difícil” y “contracultural”, “el amor implica momentos duros y un esfuerzo por comprender lo que está detrás de las reacciones del otro, sus propios sufrimientos y su historia”. Sin embargo, continuó, “el amor tiene la fuerza de unificar toda nuestra vida. El que tiene como objetivo el amor, en este intento unifica todos sus esfuerzos, tareas y preocupaciones, evita que su vida sea sólo un montón de actividades y preocupaciones sin sentido y sin rumbo».
Finalmente, Mons. Fernández remarcó que «aunque parezca ingenuo o utópico, más allá de la aspereza de la tarea de ustedes (por los penitenciarios), siempre es posible amar, hacer el bien, y en definitiva, servir».
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