Mons. Fernández explicó las claves para interpretar Christus Vivit
Durante la mañana del jueves 9 de mayo, el clero de La Plata realizó una jornada de estudio sobre la exhortación apostólica Christus vivit. En este encuentro, el arzobispo Víctor Manuel Fernández expuso algunas grandes líneas del documento, en orden a revisar la pastoral juvenil a la luz de sus orientaciones.
Si bien Christus vivit tiene muchos párrafos que cualquier joven podría leer directamente y así sentirse interpelado, el arzobispo propuso una lectura orientada a la pastoral juvenil. Aclaró que no se trata de un mero resumen, sino de un análisis que destaca sencilla y brevemente los aspectos más originales de la propuesta práctica de Francisco.
En primer lugar, recogió el sentido de los primeros dos capítulos, que exploran algunas pistas de las Escrituras. Presentan el valor que tienen los jóvenes en la Palabra de Dios (cap. I) y explicitan la enseñanza que nos deja la juventud del propio Jesucristo, junto con María y los santos jóvenes (cap. II).
Según Francisco, los evangelios muestran que Jesús “era un muchacho más de su pueblo, que se relacionaba con toda normalidad. Nadie lo miraba como un joven raro o separado de los demás. Precisamente por esta razón, cuando Jesús salió a predicar, la gente no se explicaba de dónde sacaba esa sabiduría” (CV 28). Reconocemos a Jesús joven “en la conciencia de ser uno más de la familia y del pueblo, y en la apertura a ser colmado por el Espíritu y conducido a realizar la misión que Dios encomienda, la propia vocación. Nada de esto debería ser ignorado en la pastoral juvenil, para no crear proyectos que aíslen a los jóvenes de la familia y del mundo, o que los conviertan en una minoría selecta y preservada de todo contagio. Necesitamos más bien proyectos que los fortalezcan, los acompañen y los lancen al encuentro con los demás, al servicio generoso, a la misión” (CV 30).
En el momento de reconocer los desafíos de la realidad juvenil (cap. III), el Papa nos pide que no trabajemos “sin dejar que las preguntas de los jóvenes se planteen con su novedad y sin aceptar su provocación” (CV 65) porque “corremos el riesgo de hacer un listado de calamidades, de defectos de la juventud actual” (CV 66). En cambio “la clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continúa ardiendo… Es la capacidad de encontrar caminos donde otros ven sólo murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros” (CV 67). Es un trabajo que deberá hacerse en cada lugar, con sus características propias y más concretas.
Entre otros muchos desafíos, el documento se detiene especialmente en la cuestión de las redes sociales, y menciona que si bien “esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo y de las novedades que podemos comprar, obsesionados por el tiempo libre, encerrados en la negatividad”, también es posible que los jóvenes usen “las nuevas técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio, para comunicar valores y belleza” (CV 105).
El capítulo IV, aunque muy breve, es el central. Allí Francisco se pregunta cuál es el mensaje que hay que dirigir a los jóvenes de hoy. Fiel a lo que ya dijo insistentemente en Evangelii gaudium, y de una manera más concreta todavía, se detiene en el anuncio explícito del Kerygma en sus tres aspectos: “Más allá de cualquier circunstancia, a todos los jóvenes quiero anunciarles ahora lo más importante, lo primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (CV 111). Se trata del amor de Dios, del Cristo que nos salva en la cruz y del Cristo que vive. Dice Francisco: “Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado” (CV 112). Aquí está la iluminación fundamental de toda pastoral juvenil y su contenido más imprescindible.
El capítulo V se propone desglosar algunas características propias de esta etapa de la vida cuando es bien vivida. El Papa las resume diciendo que es un tiempo de sueños y elecciones, lleno de ganas de vivir y de experimentar, en amistad con Cristo, en constante crecimiento y maduración, vivido en fraternidad, con compromiso social y fervor misionero. Este capítulo no es tanto una descripción de lo que es la juventud, sino de cómo debería ser. Francisco intenta recoger aspectos propios de esta etapa en un sentido positivo, como valores que hay que apreciar y desarrollar. Por eso el capítulo se llama “caminos” de juventud.
El capítulo VI, más filosófico y agudamente crítico de la cultura actual, invita a cada joven “a estar bien sostenido y agarrado a la tierra” (CV 179), sin abandonar las raíces propias de la historia y de la experiencia de los demás, especialmente de los ancianos. En los viejos, paradójicamente, se unen la fragilidad y la riqueza de la experiencia. Al mismo tiempo, invita a desarrollar otra mirada, evitando que “usen su juventud para fomentar una vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia. Mejor sepan descubrir que hay hermosura en el trabajador que vuelve a su casa sucio y desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y en el pan compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre” (CV 183). Francisco rechaza profundamente que se proponga a los jóvenes una utopía individualista y triunfalista que se deja engañar por falsas promesas de “un futuro paradisíaco que siempre se postergará para más adelante” (CV 184) y que se debe construir con esquemas completamente nuevos. Es más sano para los jóvenes convivir con los ancianos, con los débiles y con los abandonados de la sociedad, aprendiendo también el mensaje que Dios transmite a través de ellos.
La exposición del arzobispo se detuvo especialmente en el capítulo VII, dedicado a “la pastoral de los jóvenes”. Es el capítulo que interpela fuertemente a los agentes de pastoral juvenil y a todos los que trabajan con jóvenes en la Iglesia.
Ante todo destacó que el Papa presenta a los mismos jóvenes como los principales agentes de esta pastoral: “Se trata más bien de poner en juego la astucia, el ingenio y el conocimiento que tienen los mismos jóvenes de la sensibilidad, el lenguaje y las problemáticas de los demás jóvenes” (CV 203).
Por otra parte, las grandes líneas de acción de toda pastoral juvenil son dos: “Una es la búsqueda, la convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes a la experiencia del Señor. La otra es el crecimiento, el desarrollo de un camino de maduración de los que ya han hecho esa experiencia” (CV 209).
El arzobispo destacó que, al proponer la segunda línea, Francisco hizo un fuerte llamado de atención que no se puede disimular. Dada la intensidad del planteo, que se convierte en una clave de lectura del documento, conviene leerlo íntegramente:
“Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia. En algunos lugares ocurre que, luego de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de formación donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven tristes y negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana” (CV 212).
En este contexto, cualquier plan de formación y crecimiento debe estar “centrado en dos grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio” (CV 213).
Después de referirse a diversas estrategias y recursos que pueden utilizarse en la pastoral juvenil, y que fueron destacados en el Sínodo, Francisco se refirió a otra cuestión original y novedosa dentro de los textos magisteriales. Se trata de la “pastoral popular juvenil”. Es “una pastoral más amplia y flexible que estimule, en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes reales, esos liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado entre ellos. Se trata ante todo de no ponerles tantos obstáculos, normas, controles y marcos obligatorios a esos jóvenes creyentes que son líderes naturales en los barrios y en diversos ambientes” (CV 230). Esto implica también que los jóvenes cristianos no sean “elitistas o clausurados en pequeños grupos de selectos” (CV 231).
Citando al episcopado argentino, el Papa dice que es necesario que los líderes juveniles “aprendan a auscultar el sentir del pueblo, a constituirse en sus voceros y a trabajar por su promoción” (CV 231). Lo explicó retomando al padre Rafael Tello, quien aclaraba que “el pueblo desea que todos participen de los bienes comunes y por eso acepta adaptarse al paso de los últimos para llegar todos juntos” (CV 231). La consecuencia práctica de esta visión se traduce en una pastoral juvenil con “la capacidad de incorporar a todos, incluyendo en la marcha juvenil a los más pobres, débiles, limitados y heridos” (CV 231). De otro modo, no sería propiamente “popular” en el sentido expuesto.
Aquí aparece el otro fuerte llamado de atención del Papa, que conviene leer detenidamente por tratarse de otra clave de lectura:
“A veces, por pretender una pastoral juvenil aséptica, pura, marcada por ideas abstractas, alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el Evangelio en una oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las culturas juveniles y apta solamente para una élite juvenil cristiana que se siente diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento sin vida ni fecundidad. Así, con la cizaña que rechazamos, arrancamos o sofocamos miles de brotes que intentan crecer en medio de los límites” (CV 232).
En cambio, Francisco nos llama a aceptar que “ni siquiera hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para jóvenes… Necesitamos una pastoral popular juvenil que abra puertas y ofrezca espacio a todos y a cada uno con sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda de identidad, sus errores, su historia, sus experiencias del pecado y todas sus dificultades” (CV 234).
En estos últimos puntos, concluyó monseñor Fernández, es donde advertimos el mensaje más original y propio de Francisco para la pastoral juvenil, que fue menos desarrollado en el Sínodo pero que el Papa quiso proponer con fuerza en su exhortación. Esta propuesta tan clara y explícita, profundamente popular, exigirá repensar la pastoral juvenil y le reclama un nuevo estilo que la coloque verdaderamente en el espíritu de Evangelii gaudium.
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