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Mons. Aguer: “El Sacerdocio no es un empleo; es dar la vida cada día»

Mons. Aguer, y sus obispos auxiliares, Mons. Baisi, y Mons. Bochatey, en Luján (4-11-15).

Mons. Aguer, y sus obispos auxiliares, Mons. Baisi, y Mons. Bochatey, en Luján (4-11-15).

Al presidir este miércoles 4 de noviembre, memoria litúrgica de San Carlos Borromeo, la peregrinación arquidiocesana del clero a Luján, el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, sostuvo que “nuestro trabajo como sacerdotes no es un empleo sino dar la vida, en el trabajo de cada día… ¡Que no se mezclen entonces con nuestra intención otras ambiciones! ¡Que el Señor nos libre de decaer ambiguamente hacia la condición del mercenario… Las circunstancias pastorales de la arquidiócesis exigen de nosotros una aplicación intensa al trabajo, inteligente y fervorosa: afición, ahínco, empeño, preocupación rebosante de amor por el crecimiento de la Iglesia, por la salvación de nuestro pueblo”.
En la homilía de la Misa que presidió en el santuario de Nuestra Señora de Luján, y en la que concelebraron sus obispos auxiliares, Mons. Nicolás Baisi, y Mons. Alberto Bochatey; y decenas de sacerdotes diocesanos y religiosos, destacó que San Carlos Borromeo “fue protagonista de una profunda renovación personal y animador intrépido de la renovación de la Iglesia, según las decisiones del Concilio de Trento. Las dos dimensiones, la personal y la eclesial son inseparables”.
Agregó que “nuestro trabajo es el ejercicio de los carismas que hemos recibido, quien más, quien menos; algunos unas dotes, otros dotes diversas y complementarias. Todas ellas son vetas y acentos del común carisma del ministerio sacerdotal que recibimos por la imposición de las manos… Es elocuente la palabra de Jesús: ‘el buen Pastor da su vida por las ovejas (Jn 10, 11). Lo dijo de sí mismo, por cierto, en contraposición a los falsos pastores de Israel, más preocupados por sí mismos que por el bienestar de su rebaño. Pero Él es nuestro modelo: nos concede el don de participar de su propia misión redentora, y a la vez nos impone su propia exigencia: dar la vida”.

El cuidado espiritual del Sacerdote

Destacó, igualmente, que “en el Oficio de Lectura leemos hoy un trozo del sermón que San Carlos Borromeo pronunció en el último sínodo realizado en su diócesis para promover la renovación auspiciada por el Concilio Tridentino. El gran Arzobispo de Milán trasmitía a sus sacerdotes normas elementales de cuidado espiritual: ayudar a la propia debilidad para practicar las virtudes, y para ello –decía- ‘ayunar, orar, evitar el trato con los malos y las familiaridades dañinas y peligrosas’. La formulación puede sonarnos un poco rara –se refiere obviamente al contexto de las costumbres de mediados del siglo XVI- pero es fácil adaptar el consejo a nuestra situación actual. Borromeo insiste en la vida interior, en la ‘oración mental’, como llama a la meditación respecto de cada una de las acciones ministeriales”.
Explicó, en tal sentido, que “el principio general reza que quien ejerce el cuidado de las almas –la tarea evangélica del Buen Pastor- no debe olvidar el cuidado de sí mismo; la armonía la establece la caridad, el amor verdadero, fuente de la eficacia de la acción sacerdotal. La cuestión es identificarnos cada vez más con el Señor, y plegarnos a la acción de su Espíritu. Concluye San Carlos su exhortación: ‘así venceremos fácilmente las innumerables dificultades que inevitablemente experimentamos cada día (ya que esto forma parte de nuestra condición); así tendremos fuerzas para dar a luz a Cristo en nosotros y en los demás’…”

Laburar en serio

Añadió que “me he referido al trabajo –a la necesidad de ‘laburar’ en serio-, y a la vida de intimidad con Cristo, fuente viva de una entrega eficaz al ministerio. Luján es para todos nosotros –como lo es para el pueblo bonaerense- la casa común. Nuestra Señora nos hermana en el seguimiento de Jesús, y en el cumplimiento de la obra que Él nos ha encomendado”.
Enfatizó, asimismo, que “en cualquier empresa el buen funcionamiento solo está asegurado si cada uno de los que trabajan en ella articula su tarea con la de los demás; las cordiales relaciones entre ellos ayudan efectivamente a lograr el objetivo. Nuestro caso, quiero decir, la tarea apostólica, por su naturaleza y por su origen, y por su fin requiere algo más, mucho más que una buena articulación operativa: reclama una unidad más profunda, una sincera unidad en el amor de cada uno a Jesucristo y en la apertura de cada corazón al Espíritu Santo, más allá de nuestras pequeñeces y miserias, que suelen dividir o acentuar las diferencias”.
Concluyó pidiéndole “a nuestra Madre de Luján que nos hermane, que nos amigue, que haga de nosotros una familia. Así seremos también ‘un ejército dispuesto para la batalla’. Esta imagen del Cantar de los Cantares no parece muy a tono con el pacifismo contemporáneo. Atenuemos un tanto su tenor militar. Pero ¡vaya si no es un combate el que se nos presenta! Como a los apóstoles, el Señor nos dice: hagan que el pueblo argentino sea discípulo mío”.

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