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Mons. Aguer advirtió sobre los males que sufren niños y adolescentes.

Capilla con las reliquias de la beata María Ludovica, en la Catedral platense.

Capilla con las reliquias de la beata María Ludovica, en la Catedral platense.

 

Al presidir en la Catedral la misa en la memoria de la Beata María Ludovica de Ángelis, el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, advirtió sobre «las llagas que afligen a los niños y adolescentes de hoy, males del cuerpo y del alma. Ludovica habrá tenido que vérselas con todos esos perjuicios, sin embargo, me atrevo a pensar que hoy día es peor. Por lo menos -para decirlo rápidamente- en aquellos años suyos no era común en las familias la descomposición que causa tales orfandades, como se pueden comprobar a diario, y el acceso, tan común, de tantos preadolescentes a las drogas».

     Al dirigirse a las Hijas de la Misericordia -que continúan en el Hospital de Niños la obra de la querida religiosa-, y a todo el personal de salud, remarcó que «no se me oculta que ustedes, queridos amigos, tienen que soportar protestas injustificadas, atropellos, violencia. Que la viejita Ludovica los ayude a afrontar todo eso con paciencia e ingenio».
     Subrayó, en ese orden, que «como es archisabido y sufrido, los servicios de salud, especialmente para los pobres, dejan mucho que desear en la Argentina de hoy. Sin embargo, estamos muy lejos de lo que ocurría en la Francia oficialmente republicana, democrática, masónica y anticatólica de comienzos del siglo XX. Leon Bloy, ese escritor genial y profeta furibundo, publicó en 1909 un libro tremendo llamado La sangre del pobre. Cito un pasaje: ‘¿Han visto alguna vez a los niños que acuden a la Asistencia pública, sentados en doble o cuádruple hilera de bancos, en una sala alargada y lúgubre, esperando no sé qué, pobres abandonados?. Caen allí a docenas, según las épocas y los días. Tienen de tres a cinco años, y están llorando… Es uno de los espectáculos más terribles y conmovedores que existen en el mundo’. La dedicatoria del libro va dirigida a su hija Verónica, y es emocionante. Le dice: ‘Al leerlo, te acordarás de la multitud infinita de corazones que sufren, de esos hijos de Dios que se ven atropellados, sin voz para quejarse’. Reconoce Bloy que su grito a favor de ellos es una especie de Miserere. Bien cuaresmal la cita, y bien propia del Año Jubilar que estamos viviendo».
Mons. Aguer rezando en la capilla de la beata María Ludovica (25-2-16).

Mons. Aguer rezando en la capilla de la beata María Ludovica (25-2-16).

El Hospital, primer apostolado de los seminaristas.
     Agregó que «el sufrimiento de los niños es siempre impresionante. El primer empeño pastoral que se encomienda a los seminaristas platenses es, precisamente, la asistencia al Hospital. Todos esos jóvenes manifiestan espontáneamente que son ellos quienes reciben los mejores frutos: de comprensión de la realidad humana y del espíritu del Evangelio. Reciben, además, de los niños, una cuota de alegría. Es admirable, así puede ocurrirle asimismo a cuantos se acerquen; las Hermanas saben discernir, acoger las colaboraciones necesarias y orientarlas».
     Destacó, asimismo, que «para la ciudad de La Plata, y para nuestra arquidiócesis, el Hospital de Niños es un lugar importante, emblemático; representa simbólicamente el sufrimiento más conmovedor, el deber primero de asistencia de una sociedad que mira hacia el futuro, y la predilección de Jesús (cf. Mt. 18, 1 – 4)… Quiero pedirles a todos, queridos hermanos, que difundamos la devoción a la Beata Ludovica.
     «Su capillita en esta Catedral -remarcó-, en la que guardamos afectuosamente sus reliquias, tiene que ser una meta de peregrinaciones. Todos conocemos, por lo menos cada tanto, algún caso grave, gravísimo, de un chico enfermo para el cual, al parecer, la medicina ya nada puede hacer. Los médicos, con su objetividad característica, saben cuándo se presenta esa dolorosa circunstancia, y aunque no sean creyentes pueden quizá pensar y decirle a la familia ‘queda un posible recurso; si usted tiene fe, vaya a la Catedral y récele a la beata Ludovica… a lo mejor…’. Todos esperamos el milagro que obre el Señor por intercesión de nuestra intercesora, a la cual indebidamente estoy convirtiendo en especialista pediátrica. Lo esperamos para poder llamarla, en adelante, Santa.
     «Entre tanto -concluyó- disfrutemos de la alegría de tenerla espiritualmente con nosotros y no dudemos de todo el bien que sigue haciendo desde el cielo. Como era su estilo en la tierra, donde no se hacía notar salvo que fuera necesario para sus niños; intercede siempre discretamente por nosotros. Yo le encomiendo con frecuencia la ciudad y la arquidiócesis; y me encomiendo a mí mismo con un beso a su reliquia, que tengo siempre cerca».
Monaguillos de la parroquia Beata María Ludovica, y de la Pastoral de Monaguillos (25-2-16).

Monaguillos de la parroquia Beata María Ludovica, y de la Pastoral de Monaguillos

 

Mons. Aguer con ingresantes al Seminario, y monaguillos.

Mons. Aguer con ingresantes al Seminario, y monaguillos (25-2-16).

 

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