Mensaje del Papa Francisco y Santa Misa, en clausura de Exposición del Libro Católico en La Plata.
El Papa Francisco envió un cálido mensaje manuscrito a Manuel Outeda Blanco, fundador y presidente del comité ejecutivo de la Exposición del Libro Católico, con motivo de la XVII Exposición del Libro Católico en La Plata. El Santo Padre le agradeció el envío del programa de actividades, y demás información sobre la muestra. Y lo felicitó por los 39 años de trabajo ininterrumpidos, en favor del buen libro. Asimismo, le recordó emotivos momentos compartidos con Outeda Blanco y su familia, en distintas clausuras de la Exposición, en Buenos Aires.
Por su parte, el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, presidió en el auditorio del Centro Cultural Dardo Rocha, donde se desarrolló la convocatoria, la Santa Misa de clausura. El prelado platense -a quien asistieron en el servicio del altar seminaristas del Seminario Mayor San José de La Plata- sostuvo que «el libro de inspiración religiosa puede suscitar en una sociedad laicizada, deshumanizada, absorbida por el tiempo presente, una inquietud acerca del sentido de las cosas; de todo: de la tierra con sus peripecias -creación de Dios estrujada insensatamente por nosotros-; de la historia entera de la humanidad que por tramos parece incomprensible; del amor humano en el que se expresan el espíritu y la carne; de la projimidad, el trabajo y el descanso, la alegría y la muerte; sentido y valor de nuestras elecciones cotidianas y de las grandes opciones de la vida. La difusión del libro -del bueno, como se dice siempre en estas ocasiones- es un gesto de servicio pastoral y por tanto un aporte a la humanización de la sociedad».
Luego de la celebración eucarística Mons. Aguer, y su obispo auxiliar, Mons. Nicolás Baisi, entregaron los correspondientes diplomas a los colegios que participaron de la muestra estática y dinámica, convocada por la comisión organizadora de la Junta Regional de Educación Católica (JUREC). Y a los ganadores de las Olimpíadas de Doctrina Social 2015, que la Junta organizó en el marco de la exposición, con los colegios de la Arquidiócesis sobre el tema: “La fraternidad”.
Este es el texto completo y oficial de la homilía de Mons. Aguer:
El libro y el sentido de la vida
Homilía en la Misa de clausura de la XVII Exposición del Libro Católico en La Plata.
14 de noviembre de 2015.
Pertenece desde siempre al programa de la Exposición del Libro Católico que esta muestra concluya con una celebración eucarística. Durante años, en la edición porteña, esa misa estaba a cargo del entonces Cardenal Bergoglio, que es hoy el Papa Francisco, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal. Uno podría preguntarse por qué una exposición de libros, por más católicos que sean, debe cerrarse con este rito sagrado por excelencia en el que se hace presente y actual el sacrificio de nuestra redención. Y que, además, la celebración ocurra no en una iglesia cercana, sino en el mismo sitio, más o menos, en el que se exhiben, se curiosean –se leen “de ojito”–, se venden y compran los libros. Una rápida respuesta consistiría en descartar por improcedente el planteo: ça va sans dire, es obvio, perfectamente natural que ocurra así. ¿Qué mejor final podría excogitarse que ese para una iniciativa que es primordialmente pastoral, una propuesta efectiva de pastoral de la cultura? Eucaristía significa acción de gracias, y corresponde dar gracias a Dios por lo que aquí se ha realizado, por lo que se viene verificando durante diecisiete años. Solo Dios conoce el bien que se ha podido hacer en las dos semanas de presencia católica en el corazón de la ciudad, en este Pasaje Dardo Rocha cargado de múltiples simbolismos platenses.
Dije: presencia católica. Digamos más bien presencia de Cristo, sobre todo y dentro de unos minutos en el sacrificio eucarístico que estamos celebrando. El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa asumiendo palabras del Concilio de Trento: en el santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, Cristo entero (1374). También está presente Jesucristo en su palabra, ya que es él quien nos habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura (cf. Sacrosanctum Concilium, 7). En los estantes de esta exposición hay varias ediciones y numerosos ejemplares de la Biblia, que se hace palabra viva y operante cuando alguien la lee con fe y la recibe en su corazón. Por extensión y analogía es justo afirmar asimismo que en todo libro católico se transmite un mensaje, eco de la revelación bíblica, destinado a iluminar la inteligencia, a enfervorizar el corazón, a redoblar la adhesión al Señor y hacerse más discípulo suyo. En el vastísimo territorio de la cultura católica el Salvador del hombre habla a los varones y mujeres de hoy.
Las lecturas bíblicas que la Iglesia ha elegido para el domingo que iniciamos con esta celebración vespertina, se refieren al horizonte ultraterreno de la vida humana y a la frontera entre el tiempo y la eternidad. El drama apocalíptico alcanza su punto culminante en la venida del Señor Jesús, investido de autoridad divina, con gran poder y gloria, tal como lo presenta el Evangelio de Marcos (13, 24-32), en un pasaje de difícil interpretación en todos sus detalles. Nos invita el texto a poner la mirada en Cristo Resucitado, cuyo retorno es siempre inminente, aunque no sepamos el día ni la hora. El está siempre viniendo, y nosotros, cada generación, estamos yendo hacia él. El sentido de una marcha, su dirección, depende del fin; el camino de la vida cristiana, en el que no faltan a menudo zigzagueos y volteretas, está orientado, es decir, se dirige al Oriente verdadero –Anatolé– al Sol que nace y viene de lo alto (cf. Lc. 1, 78). Es él. La exhortación evangélica que hemos leído inculca la atención, el discernimiento, la espera esperanzada y segura. Es impresionante lo que el Señor nos dice: el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mc. 13, 31). La profecía de Daniel, que ha preparado la proclamación del Evangelio, promete a los que entiendan –los sabios de la verdadera sabiduría, los prudentes– el brillo, el resplandor, la vida eterna, y a los otros la vergüenza y el horror, también eternos. El libro de Daniel es tomado en cuenta en el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos que registró San Mateo y en el Apocalipsis; además sus imágenes y nociones han sugerido obras de arte y se han reflejado ampliamente en la cultura cristiana.
Volvamos a los libros. El libro de inspiración religiosa –llamémoslo así– puede suscitar en una sociedad laicizada, deshumanizada, absorbida por el tiempo presente, una inquietud acerca del sentido de las cosas; de todo: de la tierra con sus peripecias –creación de Dios estrujada insensatamente por nosotros–; de la historia entera de la humanidad que por tramos parece incomprensible; del amor humano en el que se expresan el espíritu y la carne; de la projimidad, el trabajo y el descanso, la alegría y la muerte; sentido y valor de nuestras elecciones cotidianas y de las grandes opciones de la vida. La difusión del libro –del bueno, como se dice siempre en estas ocasiones– es un gesto de servicio pastoral y por tanto un aporte a la humanización de la sociedad. Como he dicho ya, el encuentro fortuito con un libro puede llevar al conocimiento de Cristo y a la aceptación de su mensaje; por tanto a la reorientación de la vida, que en términos verdaderamente cristianos se llama conversión. La Oración Colecta de esta misa ruega vivir siempre con alegría bajo la mirada de Dios, y en el Salmo Responsorial se recita: tengo siempre presente al Señor: El está a mi lado, nunca vacilaré (Sal. 15, 5. 8-11). ¡Eso es vida!.
Una limitación de edad, de formación y quizá también la que impone la pereza me obliga a pensar y a hablar de los libros que se pueden oler y acariciar, que agradan a la vista cuando los revisten bellas ediciones. Quiero decir, al libro en papel impreso que llena bibliotecas y que cuando éstas ya están saturadas se apilan o amontonan en cualquier parte; son los libros que tengo, compro, me regalan y leo. Para mí, y para muchos de mi generación eso es el libro. Soy plenamente consciente de mi desubicación. Me asombran las inmensas posibilidades que se ofrecen hoy en un aparatito que se lleva en el bolsillo y que da acceso a todo lo que se ha escrito y se escribe. Veo a tantísima gente por la calle absorbida por la pequeña pantalla que manipulan, gente que no mira ni ve nada a su alrededor. No tengo derecho a pensar mal; quizá están consultando la Biblia griega de los Setenta o la Enciclopedia Británica. Valga esta boutade para reconocer que quizá una Exposición del Libro Católico, en un futuro próximo, no necesite de la inmensidad del Pasaje Dardo Rocha, y que la imagen de Nuestra Señora del Libro puede sorprender a la Virgen Santísima en otra pose, enseñándole a Jesús con una tablet. Pero auguro que tendremos libros –como sean– y exposiciones para rato. Hoy damos gracias al Señor por la que concluye y le pedimos que podamos encontrarnos el año próximo en otra semejante.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
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