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La catequesis: tema central en el encuentro del clero platense.

 

P. Fabián Esparafita, director nacional de Catequesis.

P. Fabián Esparafita, director nacional de Catequesis.

 

En la primera jornada del encuentro anual de formación del clero platense, el padre Fabián Esparafita, párroco de Nuestra Señora del Carmen, de la diócesis de Avellaneda – Lanús, y director nacional de Catequesis, sostuvo que «el gran desafío es reconocer qué circunstancias rodean y afectan a nuestros interlocutores en la evangelización que pretendemos. Y de qué manera, quiénes, cómo y dónde respondemos con una modalidad operativa adecuada según los interrogantes y planteos referidos en el Documento de Aparecida».

Al hacer un breve recorrido histórico, afirmó que «no siempre se desarrolló igual el tema de la iniciación cristiana… Podemos reconocer que a lo largo de la historia siempre se sigue un camino, un itinerario con etapas, para introducir en la vida cristiana. Se destaca un primer momento kerigmático, de encuentro con Jesús, que dinamiza el resto del camino… En estas etapas van siempre juntas la Palabra y los Sacramentos… Palabra anunciada, acogida (conversión), y respondida (profesión de fe oral y vivida)… Sacramentos celebrados: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, que inician un proceso y abren a la vida comunitaria discipular».

Esta es una síntesis de su exposición:

Ciertas premisas

De Ecclesiam Suam al Sínodo sobre la Nueva Evangelización: Un breve recorrido (selectivo) por el magisterio que nos permita situarnos en la problemática y desafío de la Iniciación Cristiana como momento importante en la transmisión de la fe cristiana.

La Iglesia necesita tomar conciencia de su propio Misterio… A la luz de esta conciencia necesita emprender una profunda renovación/conversión… Desde esta nueva perspectiva, va al mundo con un profundo deseo de compartir el propio Misterio, a través del diálogo:

Si verdaderamente la Iglesia, como decíamos, tiene conciencia de lo que el Señor quiere que ella sea, surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusión, con la clara advertencia de una misión que la trasciende y de un anuncio que debe difundir. Es el deber de la evangelización. […] Nosotros daremos a este impulso interior de caridad que tiende a hacerse don exterior de caridad el nombre, hoy ya común, de «diálogo»”(ES 26).

No siempre se hizo igual !!!… La Iniciación cristiana en la historia de la Iglesia:

Advierte el Catecismo de la Iglesia Católica que “desde los tiempos apostólicos para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas”. Trataremos de recorrer de qué modo la Iglesia desarrollo o asumió este desafío para reconocer diferencias e insistencias para nuestro tiempo…

«Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística»[1].

Si bien la expresión Iniciación Cristiana no es usada en todo el Nuevo Testamento, sin embargo aparece referido el proceso por el cual quienes tienen cierta inquietud por el misterio del Señor Jesús, van asumiendo para sí el proyecto de esta Vida Nueva que Él propone, se transforman interiormente por la conversión y la fe, y se incorporan y participan plenamente del misterio de Cristo y de su Iglesia.

 

Vemos como, ante la predicación de Pedro en Pentecostés, aquellos visitantes procedentes de todas partes, conmovidos por sus palabras preguntan «¿qué debemos hacer?» a lo cual Pedro respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo», y advierte quien nos predica aquel acontecimiento que «los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil» e inmediatamente después se nos relata la vida habitual de aquellos discípulos en la que «todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. […]Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse»[2].

Los Hechos de los Apóstoles recoge y nos anuncia numerosos acontecimientos en los que la Iglesia primitiva vivía, de modo implícito, este proceso de iniciación[3].

En el caso de Pablo, el concepto ????????? incluye varios ritos bautismales y todos los efectos que están involucrados en el proceso de iniciación[4].

La comprensión que la Iglesia primitiva tiene del mandato misionero de Jesús[5], la percibimos en la predicación de Pedro en Pentecostés, donde traduce aquel mandato como llamada a la conversión e invitación al bautismo para participar de la Vida Nueva que Jesús ofrece[6].

Por otra parte consideramos oportuno destacar la riqueza del concepto griego ?????????, el cual no sólo se refiere al bautismo entendido autónomamente sino a todo el proceso de iniciación globalmente entendido.

A partir del siglo II, disponemos de una información cada vez más detallada sobre el desarrollo de la iniciación cristiana y sobre su significado. La época de los Padres fue un tiempo de fecunda reflexión teológica. En este tiempo se elaborará una teología de los sacramentos de la IC que aún hoy se nos impone como referencia por su inspiración bíblica, su perspectiva histórico-salvífica y su profundidad doctrinal.

Citamos entre otras fuentes la Didajé, el testimonio de san Justino en su Apología, las referencias de Tertuliano, particularmente en su De Baptismo, los datos más exactos de Hipólito en su Tradición Apostólica[7].

El período que va desde el siglo IV al VII, a la vez que se lo considera la edad de oro de la patrística, podríamos llamarlo la edad de oro de la iniciación cristiana.

Se acercan en masa a la Iglesia para entrar en ella, aunque la pureza y la santidad de sus intenciones no sean muy claras. Por su parte los pastores, conscientes de su misión, sienten el deber de velar por la integridad de la fe y su expresión en la vida comunitaria, así como por el progreso en su comprensión y su ortodoxia.

Entre los testimonios patrísticos más importantes citamos, entre los padres griegos, Cirilo de Jerusalén con sus Catequesis Mistagógicas, Juan Crisóstomo con sus Catequesis Bautismales, Teodoro de Mopsuestia con sus Homilías Catequéticas, y entre los padres latinos, Ambrosio de Milán, con su De Mysteriis, y Agustín de Hipona, particularmente con sus Sermones de Pascua.

En el período que coincide prácticamente con la Edad Media, ciertas circunstancias, propias de este época, promoverán profundos cambios en la reflexión y desarrollo de la iniciación cristiana: el ambiente socio-cultural va cambiando radicalmente, las relaciones entre la Iglesia y el Estado ya no están marcadas por la hostilidad sino por el mutuo apoyo, la sociedad va encarnando valores propios de la fe cristiana, la Iglesia quiere organizarse adoptando ciertas estructuras estatales.

Se extenderá la práctica de la iniciación de los niños recién nacidos, lo que generará una búsqueda de adaptación tanto de los procesos formativos como de los ritos y el modo de celebrarlos.

Durante el período patrístico, el catecumenado estaba ordenado para los adultos, a quienes, el tiempo previo de catequesis preparaba para una mejor disposición a la gracia que se había de recibir con esclarecida conciencia y libre voluntad.

A medida que la sociedad deja de ser en su mayoría pagana, el medio ambiente en que nacen las nuevas generaciones se transforma poco a poco. Las costumbres se cristianizan y su influencia, lejos de oponer a los hombres al cristianismo, los prepara desde lejos a la vida cristiana.

La organización y definición del territorio encomendado a los obispos para su cuidado pastoral, agregará un elemento nuevo a la reflexión sobre la unidad dinámica de la iniciación ya que muchas veces la extensión territorial excede las posibilidades reales de atención, y generalmente, con dos realidades sociológicamente distintas, la comunidad circundante a la sede episcopal y las comunidades rurales.

 

El modo de enfrentar estos desafíos estará acompañado de la reflexión que permita entender las nuevas respuestas pastorales y se plasmarán en esquemas rituales que expresan la comprensión teológica y sacramental de la iniciación cristiana como tal.

Hasta aquí podríamos decir que la iniciación cristiana, si bien ha sufrido numerosas adaptaciones, sin embargo, ha conservado, tanto en la teoría como en la práctica, la comprensión inicial del proceso transformador del sujeto que acepta la Buena Noticia de la Salvación y se dispone por la inmersión en el misterio divino, fortalecido por el don del Espíritu, a hacerse uno con Cristo. Este proceso que se realiza interiormente, en el corazón del hombre, se manifiesta a través de ritos que expresan sus disposiciones o lo preparan para ello y de tres momentos sacramentales íntimamente vinculados que lo sellan con la gracia de Dios.

Sin embargo, según nuestra percepción, aquel proceso unitario enfrentó diversas contingencias que fueron derivando en una fragmentación de aquella iniciación, valorando la autonomía de cada uno de los sacramentos que la conforman, pero perdiendo o diluyendo la comprensión del proceso como tal.

En el período siguiente se nos abre una triple perspectiva: por un lado la ruptura entre Occidente y Oriente –lo que se había insinuado en el siglo XI, se cristalizará definitivamente en el siglo XIII–, a partir de lo cual la iniciación tendrá una evolución propia en la tradición de Oriente; por otro lado la Iglesia Europea de Occidente, inmersa en una serie de luchas internas, padecerá las escisiones de diversas comunidades eclesiales lideradas por los “protestantes” del siglo XVI, en cada una de ellas la iniciación en cuanto tal sufrirá transformaciones, fruto de una diversa concepción teológica, por su parte la misma Iglesia abordará su propia Reforma, respondiendo a los “protestantes” e inaugurando un nuevo período en la evolución de la iniciación cristiana; por otro, la misma Iglesia que sale de sus propios límites para llegar en pocos decenios a los confines de la tierra, debiendo en este caso enfrentar nuevos desafíos para la iniciación cristiana de los “nuevos paganos” que acogían el Evangelio de Jesucristo.

Desde la aplicación del concilio reformador hasta el decreto Quam Singulari de Pío X, se atravesará un período de disociación entre los diferentes elementos que componen la iniciación cristiana como tal.

Desde mediados del siglo XX[8] se abrirá paso un período de restauración y renovación en el campo de la iniciación cristiana que alcanzará su máxima expresión en el Concilio Vaticano II y su magisterio postconciliar.

 

Podríamos decir entonces que el hecho de la iniciación cristiana es antiguo, es de origen patrístico e incluso apostólico. Sin embargo la noción de iniciación cristiana ha vuelto a aparecer en la reflexión teológica sobre los sacramentos[9] y en los documentos del magisterio[10], particularmente desde el Concilio Vaticano II[11].

La práctica catequística vigente

Más que describir las distintas y variadas iniciativas en torno a este tema cito la conclusión a la que llegan los obispos en Aparecida…

Se impone la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así, asumiremos el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente convocados” (DA 287).

Algunas conclusiones o insistencias

  • No siempre se desarrolló igual el tema de la iniciación cristiana…
  • Podemos reconocer que a lo largo de la historia siempre se sigue un camino, un itinerario con etapas… para introducir en la vida cristiana…
  • Se destaca un primer momento kerigmático de encuentro con Jesús, que dinamiza el resto del camino…
  • En esas etapas van siempre juntas la Palabra y los Sacramentos… Palabra anunciada, acogida (conversión) y respondida (profesión de fe oral y vivida)… Sacramentos celebrados: bautismo, confirmación y eucaristía que inician un proceso y abren a la vida comunitaria discipular…
  • El gran desafío será reconocer QUE CIRCUNSTANCIAS RODEAN Y AFECTAN A NUESTROS INTERLOCUTORES EN LA EVANGELIZACION QUE PRETENDEMOS Y DE QUE MANERA, QUIÉNES, CÓMO Y DÓNDE RESPONDEMOS CON UNA MODALIDAD OPERATIVA ADECUADA SEGÚN LOS INTERROGANTES Y PLANTEOS REFERIDOS EN APARECIDA… Y A LA LUZ DEL MAGISTERIO ACTUAL Y DE LOS ECOS QUE AÚN RESUENAN DEL IIIº CONGRESO CATEQUÍSTICO NACIONAL…

[1] CCA. n.1229.

[2] Cf. Hch. 2, 5-47

[3] Entre ellos destacamos dos: a los samaritanos, bautizados por Felipe, son enviados Pedro y Juan para imponerles las manos y «confirmarlos» (Cf. Hch. 8,12.14-25); una experiencia semejante viven los doce discípulos de Juan el Bautista en Éfeso: habiendo abrazado la fe [habían sido bautizados con «el bautismo de Juan»], después de la «catequesis» de Pablo se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar (Cf. Hch. 19,1-7).

Otros acontecimientos, nos remiten a la misma «iniciación en la fe», así había sucedido con el mismo Saulo de Tarso quien será acompañado por Ananías y Bernabé (Cf. Hch. 9,10-31), como él mismo lo recuerda y predica (Cf. Hch. 22,16); el centurión Cornelio, su familia y sus amigos con la asistencia de Pedro (Cf. Hch. 10,1-48); algo similar sucede en Filipos, con Lidia y con el carcelero que custodiaba a Pablo y a Silas, quienes viven un proceso de conversión y son bautizados, en el caso del carcelero, junto con toda su familia (Cf. Hch. 16,12-15; 25-34); en Corinto, sucede un hecho de características semejantes con Crispo, el jefe de la sinagoga, quien junto con toda su familia y con “muchos habitantes” de Corinto «que habían escuchado a Pablo, abrazaron la fe y se hicieron bautizar» (Cf. Hch. 18,1-8).

[4] Cf. Ro. 6,1-23; Gá. 26-27; 1Co. 6,11; 12,13. y las de inspiración paulina: Ef. 2,12-14; Ti. 3,5. Destacamos principalmente Hb. 6,2.

[5] Cf. Mt. 28,19-20a.

[6] Cf. Hch. 2,38.

[7] Nos interesa en este apartado presentar los testimonios que mejor aluden a la iniciación cristiana como proceso total. De allí que dejemos los aportes de otros autores sensiblemente importantes (S. Ireneo de Lyon; San Cipriano; Orígenes; etc.) para el momento de la sistemática profundización teológica.

[8] Tomamos como referencia las aportaciones del movimiento litúrgico, particularmente la aparición del ritual bilingüe alemán publicado en el año 1950

[9] En la mayoría de los autores que abordan el estudio de la iniciación cristiana, sea desde la teología dogmática, litúrgica, pastoral, señalan a L. Duchesne, quien en su obra Origines du culte chrétien, editada en París en1889, utiliza este concepto poniéndolo, pues, nuevamente, en circulación [Cf. Oñatibia, I., Bautismo y confirmación. (Colección Sapientia Fidei Serie de Manuales de Teología 22), Madrid: BAC 2000; entre otros]

[10] Aparece oficialmente en el Directorio para la pastoral de los sacramentos del episcopado francés en 1951

[11] Cf. SC 65, 71; AG 14; PO 2; RICA, RBN y RC, passim; CDC cánones 788/2, 842/2, 851/1, 872, 879, 920/1; CIC nn. 695, 1211, 1229, 1230, 1232, 1233, 1285, 1289, 1322, 1420. EA 9, 34-35, 41, 66; PG 38. NMA 73, 92.

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