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Concurrida Misa por Mons. Schoeffer, a dos años de su fallecimiento.

Cuadro de Mons. Schoeffer, en la sala del Seminario que lleva su nombre.

Cuadro de Mons. Schoeffer, en la sala del Seminario que lleva su nombre.

Mons. Schoeffer, en su encuentro con San Juan Pablo II.

Mons. Schoeffer, en su encuentro con San Juan Pablo II.

Siempre sonriente, y atento a las necesidades del prójimo.

Siempre sonriente, y atento a las necesidades del prójimo.

Placa que recuerda a Mons. Schoeffer, en una sala del seminario platense.

Placa que recuerda a Mons. Schoeffer, en una sala del seminario platense.

Numerosos fieles asistieron a la Misa que, por el eterno descanso de Mons. Jorge Schoeffer, celebró el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer. A dos años del fallecimiento de quien fuera provicario General de la Arquidiócesis, la celebración se realizó este lunes 4 de enero, en la capilla Nuestra Señora de los Dolores, de la Catedral, con entrada por Papa Francisco, ex calle 53.
Como ocurre siempre en estas circunstancias, tanto el prelado platense, como los sacerdotes, consagrados y otros fieles participantes, evocaron con emoción distintos momentos de su fecunda vida. Y, por supuesto, de su especialísimo estilo de evangelización; que lo llevaba, por ejemplo, a hacer dedo, y subirse a autos de desconocidos para anunciarles a Jesucristo.
Mons. Aguer volvió a calificar a Mons. Schoeffer «como un auténtico hombre de Dios, un Sacerdote infatigable, que cautivó con su particularísimo testimonio. No pocas veces me sacó de las casillas, por su estilo tan personal y ocurrencias irrepetibles. Era, de todos modos, su forma de hacer permanente referencia a Dios. Fue un apasionado evangelizador».
Precisamente, hace unos meses, Mons. Aguer bendijo el cuadro y la placa de homenaje que los seminaristas diseñaran para la sala que lleva su nombre, en el Seminario Mayor San José de La Plata. Y, también en 2015, al cumplirse un año de su partida a la Casa del Padre, había afirmado que «pocos como él –que yo recuerde– se han ocupado con tanta dedicación y generosidad de los seminaristas y de los sacerdotes, lo mismo que de sus familias. En realidad, hay que decir, se interesaba por cuantos se le cruzaban en el camino, ¡y en cuántos caminos!”.
Agregó que “lo he conocido desde 1964; yo era seminarista en Buenos Aires cuando él, recién ordenado, fue a celebrar una de sus primeras misas, ya que por algunos años había estudiado allí, en Villa Devoto. Pasó años en la diócesis de Goya colaborando con el primer obispo de esa diócesis, que procedía, como Jorge, del clero de San Isidro. Allá aprendió el ‘chamigo’, que usaba frecuentemente. Pude conocer también a su familia, con ocasión de las reuniones que organizaba en su casa para conmemorar la Pascua; allí comencé a tratar a Mons. Galán, de quien al cabo de muchos años sería yo sucesor en este arzobispado platense”.
Añadió que “entre los múltiples caminos en los que estuvo hay que incluir el de los taxistas. Cuando tomaba un taxi, porque su especialidad era el autostop. Esta palabra elegante figura en el diccionario de la Academia, que la define: Manera de viajar por carretera solicitando transporte gratuito a los automóviles que transitan. Nosotros decimos “hacer dedo”, y en su caso no solo en las carreteras, sino en las calles de cualquier ciudad”.
Dijo, asimismo, que “aprovechaba esos encuentros para evangelizar. Iba siempre cargado, incluyendo en una mano una torta; al principio de Steinhauser, y luego podía ser de la pizzería de la esquina. Así me lo imagino camino al cielo. A algunos les fastidiaba su estilo y se burlaban de él; no lo comprendían, no lo querían, y menos aún lo admiraban. Nosotros, en cambio, los aquí presentes, lo comprendíamos, lo queríamos y, en el fondo lo admirábamos. Será muy difícil olvidarnos de él. Más bien, no nos olvidaremos. Me atrevo a pensar que el Señor lo recibió en sus brazos con una sonrisa”.

Gratitud de la familia

Los hermanos de Mons. Schoeffer, en su hora, hicieron llegar a Mons. Aguer y, por su intermedio, a los Superiores y seminaristas, una sentida nota de agradecimiento; tras enterarse por los medios del homenaje. «Sentimos una enorme alegría -subrayaron- al saber que recuerdan a nuestro hermano con tanto cariño y admiración, por su contribución y dedicación hacia el Seminario y, en particular, su buen hacer con los seminaristas y sus familias. Jorge sentía una pasión y amor muy especial por los jóvenes y todos aquellos que desean consagrar su vida al servicio del Señor y de la Iglesia».

Con bufanda, aun con calores tropicales…

El cuadro de homenaje que le hicieron los seminaristas, lo muestra a Mons. Schoeffer sonriente, y con su infaltable bufanda; que llevaba aun con calores tropicales… «La llevaba todo el año -dijo, entre sonrisas, su hermana-. Nunca decía tener frío o calor. Lo cierto es que, como andaba de aquí para allá, jamás conocía qué temperatura lo iba a encontrar».
Un seminarista de primer año de Teología subrayó que «estamos muy contentos con este reconocimiento, en esta sala. Aquí, su conocido ¡chamigo! -que había aprendido como misionero en Corrientes- fue su invariable saludo, y carta de presentación».
Otro compañero reveló que «para nosotros fue un verdadero padre y un auténtico modelo sacerdotal. Un pastor incansable, cuyo mejor discurso fue la propia acción. No ahorraba tiempo, ni recursos, ni medios espirituales y materiales, para ayudar a todo el mundo. Y no se avergonzaba de llegar a sus múltiples destinos como fuese…».
Otro de sus admiradores, en este caso de la diócesis de Puerto Iguazú, dijo que «yo ingresé al Seminario dos meses después de su muerte. Pero pronto, al escuchar tantos y tantos elogios sobre él, me interesé por su figura. Hoy le pido al Señor que, por su intercesión me guíe en este camino, que acabo de comenzar».
Asimismo, otro joven, de tercero de Filosofía, sostuvo que «la Iglesia, como Madre y Maestra, tiene sabiamente sus tiempos, plazos y formas. Ojalá, entonces, que cuando sea factible se inicie en San Isidro (su diócesis de origen), el proceso para su eventual beatificación y canonización».

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