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La Madre María Amada de Jesús, priora del Carmelo, predicó un Retiro a las religiosas platenses.

 

En la fiesta de Santa Teresita, las religiosas platenses tuvieron Retiro en el Carmelo.

En la fiesta de Santa Teresita, las religiosas platenses tuvieron Retiro en el Carmelo.

 

     Con el marco de la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, las religiosas destinadas en la Arquidiócesis de La Plata tienen su Retiro mensual en el monasterio Regina Martyrum y San José, de las Carmelitas Descalzas, en 7 y 35. El encuentro concluirá, poco después del mediodía de este sábado 1° de Octubre, con la Misa que presidirá el Obispo auxiliar de La Plata, Mons. Nicolás Baisi.
La plática del Retiro estuvo a cargo de la propia priora del convento, Madre María Amada de Jesús, OCD, quien con el contexto del Año Jubilar tituló su meditación: Santa Teresita del Niño Jesús: el Amor Misericordioso. Destacó, en sus palabras, cuatro momentos en la vida religiosa de la santa:

 

1. EL DESEO DE AMAR: BÚSQUEDA Y LUCHA POR EL AMOR

2. CONSTATACIÓN DE LA IMPOTENCIA RADICAL PARA AMAR

3. DESCUBRIMIENTO DEL AMOR MISERICORDIOSO Y ENTREGA A ESE MISMO AMOR

4.  LA PRUEBA DE LA FE Y LA MUERTE DE AMOR

 

      Este es el texto completo y oficial de sus palabras:

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS: EL AMOR MISERICORDIOSO

 

 

A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas… Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás), me parece revestida de amor.

                                                                                                                           (Santa Teresita)

Estamos llamados a vivir de misericordia porque a nosotros, en primer lugar, se nos ha aplicado misericordia.

En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio.

                                                                                                                           (Papa Francisco)

Introducción

¿Qué puede decirnos hoy Santa Teresita a las consagradas,  en este siglo XXI, en el marco del Año de la Misericordia?

¿Qué puede decirnos una santa que vivió en el siglo XIX, encerrada en un convento de clausura desde los 15 años de edad, sin haber conocido casi el mundo, sin tener la experiencia en carne propia del pecado, de la tentación, de las dificultades de la vida, de las múltiples problemáticas y desafíos que plantea el  mundo de hoy, de las exigencias que impone una vida cristiana seriamente vivida en una sociedad secularizada y surcada de profundos y continuos cambios como la nuestra…?

En primer lugar, para poder responder a esta pregunta debemos desnudar a Santa Teresita del ropaje que le han puesto los hagiógrafos y en general la multitud de devotos que la veneran. Se la ve como la santita de las rosas, una niña que  solo supo de mimos paternos, una burguesa devenida carmelita entre sus hermanas de sangre, siempre la más pequeña, la reinecita… Que habrá hecho algunos sacrificios como religiosa,  que en el peor de los casos que tuvo que soportar a una priora intolerable o a algunas hermanas poco delicadas… etc… Y todo esto envuelto en una espiritualidad de apariencia ñoña, afectada, muy de su siglo, donde por contraposición el jansenismo hacía estragos en las almas piadosas mientras un frío racionalismo se reía de tanta superstición e intentaba reducir la fe de la Iglesia a una colección de mitos infantiles y a veces grotescos…

Teresa Martin crece en un hogar acomodado, en aquella Francia de 1873 y sólo vive 24 años, de los cuales pasa los últimos nueve en el Carmelo. Parece que aquí ya no hay más que decir, como lo manifestó una de las Hermanas de la Comunidad, ante la proximidad de su muerte:

“Yo no sé qué se puede decir de extraordinario de Sor Teresa, ha practicado la virtud, es verdad, pero no ha sido una virtud acrisolada en el sufrimiento…

Y lo mismo podríamos decir nosotros hoy. Otros santos como San Pablo, San Agustín, la Madre Teresa de Calcuta, por dar algunos ejemplos, independientemente de su fe podrían ser considerados desde el punto de vista estrictamente humano como gigantes, héroes prodigiosos en su entrega a los demás, o por su inteligencia o su capacidad…. En cambio, Teresa del Niño Jesús en su corta vida no hizo nada relevante, nada que mereciera la pena publicar. Porque en realidad Teresa sin el Evangelio no sería nadie. Toda su gloria y su grandeza está en esa identificación con el Evangelio, ella no hizo otra cosa más que buscar el reino de Dios y su justicia, por eso lo demás se le ha dado como añadidura.

Y estamos ya en los finales de este año de la Misericordia, en el que el Papa Francisco, que por otra parte es un ferviente devoto de Santa Teresita como todos saben y él mismo ha manifestado, nos ha convocado como nunca a

“tener la mirada fija en la Misericordia, para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre”.

Y al finalizar la Bula de convocatoria nos recuerda que

la Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo”.

También nos invita a invocar a los santos que de manera especial vivieron la misericordia en sus vidas. Por eso es precisamente este año el contexto en el cual puede retomar su valor el testimonio de Santa Teresa del Niño Jesús, como testigo del Amor Misericordioso de Dios.

Como nos dice el Papa:

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia.

Es fuente de alegría, de serenidad y de paz.

Es condición para nuestra salvación.

Es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.

Es el acto último y supremo con el que Dios viene a nuestro encuentro.

Es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado.

Eso fue la misericordia para Santa Teresita.  Ella, sin haber abandonado jamás su celda, totalmente llena de ese Amor en lo cotidiano de su vida, irradió en el mundo las misericordias del Corazón de Dios que supo saber encontrar en una época dominada espiritualmente en algunos campos por el sentido rigorista de la justicia divina. Sin duda su época no es la nuestra, pero hoy no menos que ayer se hace necesaria una reflexión profunda acerca de Dios, de su Amor, de su Misericordia, del Don inmenso que Él hace continuamente al hombre. Esta espiritualidad que ella bebe en las Sagradas Escrituras y que marca su breve existencia a la vez que señala un camino a recorrer, puede ser creíble para el hombre de hoy, y tan adecuado a lo que nos pidió el Concilio Vaticano II de “volver a las fuentes”.

Por eso, antes de entrar en lo que Santa Teresita puede enseñarnos hoy  sería bueno señalar brevemente su itinerario de vida espiritual. Como todos los santos, no se hizo el primer día, sino que fue descubriendo poco a poco el plan de Dios en su breve existencia.

Teresa Martin vivió una infancia marcada por la presencia y el ejemplo de su padre, a quien veneraba como a un Santo  (la Iglesia misma ha confirmado su intuición canonizando a Luis Martin y a su esposa Celia). En la figura paterna aprende a conocer a Dios como Padre amoroso y tierno con sus criaturas, “lento a la cólera y rico en misericordia”. En su vida espiritual no le costó nada ver a Dios de esta manera. La idea de que Dios es su  Padre la domina hasta las lágrimas.

Dejando de lado su vida seglar, en un ambiente piadoso, profundamente impregnado de fe, (recordemos por ejemplo a sus 14 años sus oraciones fervientes para alcanzar la conversión del famoso asesino Pranzini), nos situaremos  en la corta vida religiosa de Santa Teresita. En ésta podríamos destacar cuatro momentos:

1. EL DESEO DE AMAR: BÚSQUEDA Y LUCHA POR EL AMOR

2. CONSTATACIÓN DE LA IMPOTENCIA RADICAL PARA AMAR

3. DESCUBRIMIENTO DEL AMOR MISERICORDIOSO Y ENTREGA A ESE MISMO AMOR

4.  LA PRUEBA DE LA FE Y LA MUERTE DE AMOR

1.EL DESEO DE AMAR: BÚSQUEDA Y LUCHA POR EL AMOR

El primer período de la vida carmelitana de Teresa se caracteriza por una lucha por conquistar la santidad. Lo hará a través del Amor, pero ésta es una posición de actividad e iniciativa personal. Sufrir, amar a Jesús con pasión, darle almas, todo es una actividad suya en la que Teresa se da a Jesús, le da sus sufrimientos, su aridez en la oración,  desea ser olvidada, despreciada,  escogerlo todo, todos los sacrificios, nada le parece imposible… Ha leído en la Imitación  que para el amor nada es imposible, el sufrimiento es la mina de oro para conquistar esa santidad que agradará a Jesús y sosegará su corazón sediento de grandes hazañas. A cambio vendrá la eternidad.

Estudiando este primer período de su vida la vemos exclamar:

Lo escojo todo, no quiero ser santa a medias…

Quisiera ser olvidada, quisiera ser reducida a la nada…

Hagamos de nuestra vida un sacrificio continuo, un martirio de amor para consolar a Jesús…

Quisiera amarle tanto…. Amarle como nunca lo ha amado nadie…

Su ideal es el Amor, pero para amar debe “borrarse a sí misma”, como “un grano de arena…que solo Jesús pueda verlo, que se haga cada vez más pequeño…” Siente que no se trata de ser pequeño sino de hacerse pequeño, se lamenta de no ser todavía “ni bastante pequeña ni bastante ligera”. En esta época descubre también  de un modo muy particular, la Santa Faz de Jesús, en la que encuentra la respuesta del amor que se anonada y sufre por el hombre. En este período domina el amor, que se manifiesta también en su sed de salvar almas y en sus deseos casi irrealizables de serlo todo.

Leyendo al Padre Arminjon, nos cuenta Teresa que

“deseaba amar, amar a Jesús con pasión, darle mil muestras de amor mientras tuviese todavía tiempo para hacerlo”

Quisiera amar a Dios más que santa Teresa…

QUIERO ser santa

A su hermana: Jesús te pide TODO, TODO, TODO…

“La santidad hay que conquistarla a punta de espada”, escribe a su hermana citando al Padre Pichon.  Para llegar a la santidad “hay que sufrir mucho” y Teresa se entrega con fervor al sufrimiento, hasta que se produce la enfermedad mental de su padre, con toda la carga de dolor y de humillación que le hace exclamar: “Ese día ya no dije que podía sufrir todavía más…”

Desea ser olvidada, ser tenida en nada…

Sueña con amar hasta la locura, hasta el infinito…

En una carta de 1890 expresa a su prima: “no conozco otro medio para llegar a la perfección que el amor”.

Esta es su convicción más profunda, pero será necesario que pasen algunos años para que Teresa experimente su propia impotencia y descubra  la Misericordia de Dios, con la que pueda llegar a decir: “la confianza y nada más que la confianza es la que debe conducirnos al Amor”. Como Jesús aprendió por sus padecimientos la obediencia (Heb 5, 8), Teresa va a ser madurada en el mismo crisol. El amor que ella quiere dar a Dios pasará a segundo lugar y el que Dios quiere comunicarle a ella al primero.

Notemos de paso que Teresa no pretende ser santa pensando en sí misma, es por Jesús, por amor a Él y por amor a sus hermanos, los hombres. Ella misma lo dice: “Qué feliz me sentiría si en el momento de la muerte pudiese tener un alma que ofrecer a Jesús”.

Su camino desde el inicio de su vida religiosa es el de la búsqueda de la voluntad de Dios, de la aceptación humilde de la propia nada, y del hacerse cada vez más pequeña para agradar a Jesús. Su espiritualidad es profundamente cristocéntrica, y la solidez de su amor proviene de su fe en Cristo:

No hay más que Jesús, todo lo demás no existe…No debemos buscar en la tierra apoyo alguno fuera de Jesús porque solo Él es inmutable.

Su maestro espiritual en la ciencia del amor es san Juan de la Cruz, a quien lee con avidez entre los 17 y 18 años.  De él aprende a vivir el Amor en el marco de una fe ciega, de un desprendimiento total, de él aprende también las ganancias del sufrimiento y el desear a Dios por encima de las propias fuerzas: Cuanto más quiere dar tanto más hace desear….

La entrega al querer de Dios, aún a sus silencios en la aridez de su oración es para ella también el camino hacia ese Amor que desea conquistar.

El otro día encontré el secreto para sufrir en paz, y quien dice paz no dice alegría, o al menos alegría sensible, para sufrir en paz basta con querer todo lo que Jesús quiere.

De este modo la santidad queda definida como una voluntad decidida y amorosa de sufrir, por lo tanto en cierto modo cree que proviene de sí misma, que tiene que conquistarla, que tiene que pagarla con su propia sangre. No obstante su pequeñez ella quiere (y lo subraya) tener una corona muy bella en el cielo, y todo hacerlo con presteza. Quizás se encuentren algunos resabios de las lecturas de sus libros de historia que narraban las hazañas de los grandes héroes nacionales,  como Juana de Arco, a quien desea imitar, o de la espiritualidad exigente que vivió en su propio ambiente familiar. Ser una gran santa, labrar la gloria de su padre. Y junto a esto la preocupación por ser impecable, marcada por la influencia de la época.

De este modo Teresa desea llegar a ser una gran santa y se entrega a este ideal con entusiasmo juvenil y apasionado.

Todavía está lejos la formulación que llegará a ser la clave de su audacia.

2. CONSTATACIÓN DE LA IMPOTENCIA RADICAL PARA AMAR

El programa de santidad y de Amor que Santa Teresita se había propuesto llevar a cabo era amplio, inmenso, se diría hasta infinito: llegar a la cima del Amor, de la confianza, del abandono en Dios. Su Amor siempre tuvo la impronta filial del Hijo respecto a su Padre. Se podría decir que Santa Teresita quiere o busca repetir en su vida el modelo del Hijo de Dios hecho hombre en su relación filial con el Padre, confiada y amorosa: Yo sé que siempre me escuchas. Hay un momento en que la misma santa se siente como el hijo mayor de la parábola, el que nunca se fue de la casa de su Padre, a quien le es dicho: Todo lo mío es tuyo. Su fe en ese  amor enteramente paternal de Dios nos da la clave para entender toda su espiritualidad, más allá de las manifestaciones de devoción propias de su época y de su educación religiosa.

 Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Estas palabras que leemos en la primera Epístola de San Juan son el eco de sus más íntimos sentimientos. Con términos parecidos e igual estremecimiento de alma, la Carmelita expresa su fe en el Amor Infinito de Dios. Su santidad, su doctrina, su vida toda, son la manifestación de esa fe. La fe en el Amor, fe firme, sencilla, ingenua, es la esencia del espíritu de Teresa, su más íntimo secreto. «No he dado a Dios más que amor».

Hasta aquí podríamos decir con sencillez que su vida no desemejaría mucho de la de cualquier carmelita o cualquier alma entregada totalmente a Dios y a la búsqueda de la santidad. Pero era algo más lo que Dios quería de Teresa y para eso tendrá que pasar por la experiencia de su radical impotencia para realizar este ideal grandioso de conquistar el Amor.

Ahora tiene que convencerse que no puede alcanzar la santidad que desea porque está por encima de sus fuerzas personales, tiene que dejarse arrebatar de las manos la tarea de su santificación. A una novicia se lo dirá más tarde con claridad, cuando le diga refiriéndose a lo que le falta adquirir para llegar a la santidad: Diga más bien lo que le falta perder….

Es en este período donde Santa Teresita comprende experimentalmente que el amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó primero.

Aquí es donde aprecia de verdad su incapacidad de amar. Y la importante verdad de que la santificación no depende de la humana iniciativa: la ascética en definitiva no es más que impotencia, la santidad mirada desde lado del hombre es una disposición de la voluntad que reconociendo su impotencia radical frente a las iniciativas de Dios concibe que toda realidad es una gracia y se resuelve a dejarse modelar por Él.

Ella lo resume así:

“La santidad es una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.

¡Confiados hasta la audacia! Eso significa confiados hasta lo increíble, hasta lo inadmisible, confiados en que a pesar de nosotros mismos, de nuestras caídas, de nuestras resistencias a la gracia, a la voluntad de Dios, Él quiere obrar de todos modos y lo hará, contando apenas con nuestra debilidad y con nuestra confianza. Esta confianza hasta la audacia implica una relación de total y abierta sinceridad con Dios, la sinceridad del publicano: “Ten piedad de mí que soy un pecador…”  De la samaritana: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho…”  La sinceridad de admitir en presencia de Dios nuestro pecado, nuestras falencias, nuestra total inconsciencia frente al don de su Amor, nuestras resistencias más íntimas a arriesgar la vida entera por Él,  nuestra poca fe, nuestra pobreza radical, y en definitiva, nuestra nada…

… No me abalanzo al primer puesto, sino al último; en vez de adelantarme con el fariseo, repito llena de confianza la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío.

Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él.

Nunca se ha dado solución más precisa ni más segura  al problema que inquieta a tantas almas sinceras y deseosas de alcanzar la unión con Dios: todo es gracia, todo es don de Dios, lo que importa es comprenderlo y dejarse interpelar y arrollar por esta realidad. Esta es la noción teresiana de la santidad y el principio de la misma.

Escribe:

Abriendo el Evangelio, mis ojos se encontraron con estas palabras: «Subió Jesús a una montaña y fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él» (San Marcos, cap. II, v. 13). He ahí el misterio de mi vocación, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios que Jesús ha querido dispensar a mi alma… El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como dice san Pablo: «Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es misericordioso»

Pero para ello tuvo que conocer la impotencia y las caídas en su camino de ascensión al amor. Este es el secreto de Teresa.

Él ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios…  La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos…”

Sencillamente eso: ser lo que Él quiere que seamos, reconocer en nuestra limitación su Gloria, en nuestra nada su deseo de llenarnos plenamente de Sí, en nuestra miseria su pasión por volcar en nosotros su misericordia infinita. Este sentimiento de su miseria lejos de desanimar a Teresa o de hundirla en una situación humillante viene a ser como la consecuencia natural de experimentarse profundamente “hija”, no es una miseria que la desanime, sino una miseria gozosa y agradecida, una miseria que se identifica con pequeñez, con debilidad, con impotencia, pero es una miseria audaz que precisamente en su carencia de todo se siente con derecho a recibirlo todo de su Padre.

Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mí».

Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo antes de volar a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo.

Es entonces, en la constatación de su miseria y de su incapacidad para hacerse santa cuando cae en la cuenta que no tiene méritos, que todas sus obras no valen nada, en suma, que tiene ante Dios “las manos vacías”, como expresará más tarde en su Acto de ofrenda.

He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: «Dame de beber», lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor…

Al encontrarse con las manos completamente vacías de méritos y de virtudes para ofrecer a su Amado, las palabras de la Carmelita suenan sumamente audaces, sobre todo para su época.

Más adelante expresará

Para ser víctima de amor, cuanto más débil y miserable se es, sin deseos ni virtudes, tanto más cerca se está de las operaciones de este amor que consume y transforma.

Es la máxima expresión de la incapacidad, del vacío, de la nada ante Dios.

¡Sin deseos ni virtudes! (Esta expresión fue considerada tan audaz en su momento que la Madre Inés que corregía sus escritos, aconsejada por un teólogo la borró del manuscrito teresiano.)

En sus cartas podemos ver como la experiencia de su debilidad va apareciendo cada vez más frecuentemente, incluso reconoce ser “la debilidad misma”.

Qué gracia más grande cuando por la mañana nos encontramos sin ánimo y sin fuerzas para practicar la virtud…, que alegría inefable es llevar nuestras cruces débilmente…

Progresivamente Teresa va adquiriendo una visión cada vez más clara de la grandeza y las exigencias de este Amor infinito. La santidad se convierte para ella en una “montaña cuya cima se pierde en los cielos”. El ideal de amor empieza a presentarse cada vez más elevado, consecuencia normal en el crecimiento del amor, cuando el ser amado se hace infinitamente digno de amor. ¿Cómo podrá amarlo suficientemente.

Esta toma de conciencia es muy importante, y la llevará más tarde por el camino del abandono, hasta que experimente que no es ella quien alcanzará por fin el amor perfecto, sino que será Dios quien se lo concederá. La santidad no es el éxito o el premio de una competición, sino una gracia recibida.

3.  DESCUBRIMIENTO DEL AMOR MISERICORDIOSO Y ENTREGA A ESE MISMO AMOR

Finalmente Teresa del Niño Jesús se encontrará de cara a la misericordia de Dios. En sus inabarcables deseos de santidad y en sus luchas sostenidas se le ha revelado su profunda incapacidad, su debilidad y su impotencia. No es capaz de elevarse a Dios, puesto que Dios y su amor están muy por encima de sus fuerzas humanas. Entonces es cuando comienza a esperar mucho más en Dios mismo y ve su propia debilidad bajo otra luz. Hacemos lo que podemos, pero el Señor es suficientemente grande para reparar todas nuestras faltas, colmar nuestras lagunas y hacer triunfar su propia fuerza en nuestra fragilidad.

Escribe

Jesús me enseña a hacerlo todo por amor, pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien lo hace todo y yo no hago nada.

Su alma está preparada para el hallazgo de su camino, ese camino que ella querrá luego enseñar a las almas, el camino de la confianza y el abandono.

Ese descubrimiento será una penetración del misterio divino, será el descubrimiento de la Misericordia en su concepto estricto de Misericordia. Teresa comprendió siempre el amor de Dios hacia ella, pero lo que comprenderá ahora con luz nueva es que éste es un amor que se abaja, que desciende y busca lo que es pequeño precisamente porque es pequeño, y todo para colmarlo de dones. Dicho de otro modo, será necesario que Teresa descubra la misericordia como centro de su vida. Ya no se trata de “hacerse pequeño” sino de constatar que efectivamente lo es.

Antes de comentar este proceso es importante tener en cuenta una frase de la Santa:
Lo propio del amor es abajarse. Esta idea la repetirá una vez más en sus manuscritos.

Ahora bien, esta definición no se puede aplicar a cualquier amor. Si yo amo a un amigo no  tengo la impresión de abajarme, al contrario se dice que el amor o los hace iguales o los encuentra iguales. Igualmente el amor intratrinitario no supone una desigualdad, ni tampoco el amor de los esposos entre sí. Este amor de abajamiento que puede compararse al amor de un padre que se abaja para hablar con su pequeño hijo es el propio de Dios hacia los hombres pecadores, es el Amor de misericordia. Y para sentirse de verdad objeto de este amor hace falta que el hombre experimente en sí mismo toda la crudeza de su miseria, toda la medida de su pequeñez, de su ser creatura, de su ser “el que no es”. Solo le queda ser dócil a la manifestación de este Amor, y así toda su vida será la glorificación de Aquel que no necesita de nuestros dones, ni siquiera de nuestro pobrísimo amor, de Aquel que sólo desea, para invadirnos de Sí mismo, que le hagamos espacio y al menos abramos tímidamente la puerta de nuestro corazón.

Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero Él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina…

Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza.Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella.

Aquí cambiará la perspectiva de Santa Teresita sobre el Amor, para ella amar será de ahora en adelante dejarse amar.

Llama la atención que antes de la redacción de su Historia de un alma en 1895, la palabra misericordia solo aparece dos veces en sus escritos, no porque no la conociera, ni porque no la experimentara, ya antes de esta época ha reflexionado muchas veces sobre la bondad paternal de Dios, “que ha perdonado sus pecados de antemano” “que  marcha por delante apartando las piedras del camino”….Pero Teresa colocaba todo eso bajo la palabra amor, amor tierno, no necesariamente de misericordia aunque no ignorara su desigualdad respecto a Jesús.

Ahora su misericordia la envuelve precisamente a causa de su debilidad y de su pequeñez. El tema de la misericordia será central en su vida y en su mensaje.

Este hallazgo lo hará en la Sagrada Escritura.

Como sabemos, en aquella época no era frecuente acceder a la Escritura con la libertad y facilidad con que lo hacemos hoy. Teresita conocía muchos textos, sobre todo el Evangelio, del cual decía que era su especial alimento, pero es hacia 1894, después de la entrada en el Carmelo de su hermana Celina, que trae consigo un cuaderno en el que ha ido anotando citas y frases del Antiguo Testamento y del Nuevo, que ella lee con avidez y que adaptará a sus necesidades espirituales interpretándolos con una luz muy personal. Allí encuentra el texto de Isaías 66 y de Proverbios 9 que van a ser la clave y la confirmación de su propio camino de fe.

Si alguno es pequeñito que venga a mí  (Proverbios 9, 4)

Como una madre acaricia a su hijo, ¡así os consolaré yo! ¡Os llevaré en mi regazo y os meceré sobre mis rodillas! (Isaías 66, 12- 13)

Ahora sí reconocerá en Dios al Padre misericordioso, de una manera totalmente distinta, nueva, éste es de verdad el Padre del que también nos habla el Papa

…un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia…

Todos  sus deseos de santidad están allí. Pero santidad no es para Teresita del Niño Jesús sinónimo de perfección estética del alma, sino de Amor, de entrega total, de toma de conciencia de ser la pequeña hija de un Padre que a su vez nos lo da todo.  Las palabras pequeña, pequeñísima, pobre, débil, adquieren nuevo y más hondo significado en este período.

Teresa razona así:

  • siempre he deseado ser santa
  • cuando me he comparado con los santos he encontrado que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña y un grano de arena
  • Dios no puede inspirar deseos irrealizables, puedo aspirar a la santidad a pesar de mi pequeñez

Si la santidad es una cumbre inalcanzable y ella es tan pequeña, pero a pesar de ello puede aspirar a la santidad, ¿cómo hará para ser santa y alcanzar esa cima del Amor que anhela?

Le quedan tres soluciones:

  • la primera sería renunciar en absoluto a la santidad considerando que sus exigencias no son para ella;
  • la segunda la impulsaría a bajar el nivel de su aspiración y reducir la santidad a su propia medida y contentarse con el cumplimiento fiel y estricto de unas cuantas normas, con cuya exactitud podría quedarse tranquila haciendo sencillamente lo que puede;
  • la tercera finalmente consistiría en buscar el modo de escalar esa cumbre a pesar de su pequeñez y de su debilidad.

Teresa opta por la tercera, y en la expresión de Isaías descubre a Dios como el padre o más bien la madre que acaricia a su hijo y lo atrae hacia sí. Esta es la imagen del ascensor. Es la invasión de Jesús mismo en el alma, con sus ideas, sus planes, su poder, su grandeza, su amor. Es, dentro de la pequeñez siempre sentida,  confesada, amada, rescatada, la suprema grandeza: la de Dios.

Escribe:

Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre… «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».

    “…ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento y de amor… Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud”.

Siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo.

Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí.

Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré.

Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más.

Estas frases dan a Teresa la solución para el problema de su santidad.

La originalidad de santa Teresa del Niño Jesús no consiste en poner la santidad al alcance de todos sino en elevar a todas las almas al nivel de la santidad, enseñándoles a contar, no consigo mismas, sino con Jesús.

Ahora la vida de Teresa ha cambiado, ha encontrado su camino y sabe que andando por él llegará adonde Dios quiere, a la plenitud de la participación en su propia vida divina. Dios le dará el amor que no puede alcanzar por sí misma. Ahora Teresa está embebida en misericordia, y bajo esa luz comenzará sus manuscritos autobiográficos en 1895, dos años antes de su muerte.

Ahora sí está preparada para entregarse a ese Amor Misericordioso que ha descubierto por fin en la historia de su vida y de su vocación.

Ahora sí Teresa puede experimentar en su vida lo que nos dice el Papa en este Año Santo:

La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.

Y también:

…la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.

(Subrayo la palabra ternura, tan propia del Papa Francisco para referirse a Dios, y tan usada por la misma santa Teresita para hablar de su Amor).

Entrega al Amor misericordioso

Es el 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad. Santa Teresita se siente impresionada, tal vez por la narración de la vida  de una carmelita que había muerto poco antes y que se había ofrecido a la Justicia divina para reparar por las ofensas de los pecadores, según costumbre  de la época. Si bien considera esta ofrenda muy generosa, sin embargo no se siente movida a imitarla. Y la exclamación brota incontenible:

¿Sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas? ¿No tendrá necesidad de ellas tu amor misericordioso?  Las almas se vuelven hacia las criaturas  en vez de arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito…  Tu amor despreciado, ¿tendrá que quedarse encerrado en tu Corazón?

Notemos la palabra necesidad, para Teresa Dios tiene necesidad de amar, de almas que se entreguen a su Amor, necesidad de comunicar Su Amor y su misericordia a todos sus hijos, de volcar su ternura en ellos… en realidad no hace más que coincidir con lo que nos dice la teología: El Bien es difusivo, el Amor tiende a comunicarse.

Así comienza:

Dios mío, quiero amarte y hacerte amar…

Pero siento mi impotencia….

No quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar solo por tu Amor

En la tarde de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías

Te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi santidad

Por eso quiero revestirme de tu propia justicia y recibir de tu amor la posesión eterna de ti mismo

 A fin de vivir en un acto de perfecto amor me ofrezco como víctima de holocausto a tu amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar haciendo que se desborden en mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor…

Hoy la expresión “víctima de holocausto” nos resulta casi chocante y parecería que hasta nos retrae de seguirla, sin embargo pensemos que ella no conocía otra para expresar lo que en definitiva y de verdad deseaba: consumirse, dejarse invadir por el Amor, hasta que todo lo que se opone a ese Amor sea quemado totalmente en Él mismo.

Aquí cabe la pregunta: ¿a quién se ofrece Teresita? ¿A la santidad para reparar? No. ¿A la justicia para satisfacer? Tampoco. Se ofrece al Amor para que se vuelque en ella. De tal modo comprendió el corazón de Dios que tiene sed de ser amado y de comunicarse a su criatura. Pero no le ofreció su propio amor, sabiendo cuán débil, cuán inconstante era, y qué poca cosa era eso en comparación con lo que Él merece. Viéndose pobre e impotente para amar le ofreció su indigencia para que sobre ella volcara El su amor. Así se ofrece sencillamente a Dios, con las manos vacías, deseosa de que El las colme, consciente de su nada, segura que ese Amor  que es indudablemente misericordioso, está esperando sólo que ella abra de par en par las puertas de su corazón para volcarse en él con todas las oleadas de ternura que encierra su propio Corazón Divino.

El rasgo genial de Teresa ha sido inspirar a las almas pequeñas la audacia, la osadía, el deseo de amar a pesar de la propia miseria; más aún, sacando de la misma un derecho al Amor Misericordioso.

 « Lo que agrada a Dios es el amor que siento a mi pequeñez y mi pobreza; es la esperanza ciega que tengo en su Misericordia ».

¿Qué efecto producirá en un alma sincera la fe en el Amor Misericordioso de Dios? El deseo de amar.

Hablemos, pues, de este deseo. En el alma de Teresa del Niño Jesús, en su doctrina, es elemento tan esencial como su fe en el Amor. Cuando un alma se persuade de que Dios nuestro Señor, en su Amor Misericordioso, la ama infinitamente, a pesar, a causa de su miseria; cuando lo cree con una fe interna, inquebrantable, brota en ella un deseo: amarle, entregarse sin reserva a la acción Misericordiosa del Amor. No puede ser de otro modo; en el alma humana, hecha para amar, e impotente para hacerlo cual quisiera, el deseo precede y despierta el amor. ¿No es éste precisamente el mensaje evangélico a las almas heridas por el pecado? Si conocieras el don de Dios, serías tú quien pidieras:Señor, dame de esa agua. (Jn. 4, 10)

Así lo entendió Teresa al leer en San Juan el pasaje de Jesús y la Samaritana. Dios, que no necesita a nadie, no teme hacerse mendigo del amor de su criatura.

Escribe:

Lapalabra de Jesús moribundo, ‘¡Tengo sed!’, resonaba constantemente en mi corazón y lo encendía en un amor desconocido. Anhelaba calmar la sed de mi Amado».

Aquí se ve con la mayor evidencia la necesidad de la fe en el Amor Misericordioso. Se palpa al mismo tiempo su eficacia omnipotente que convierte en motivo de confianza la consideración de la propia miseria, causa no pocas veces de depresión o desaliento. Este no tiene lugar en el alma que cree en la incomparable bondad de Dios. Creer en su Amor y esperarlo todo de Él es tributarle la gloria que espera de nosotros.

Pablo VI lo escribió en 1973, con motivo del Centenario del nacimiento de la Santa:

Teresa sigue siendo, ante todo, aquella que ha creído apasionadamente en el amor de Dios.

A partir del día de su ofrenda, Teresa confiesa a la Madre Inés

Me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella el menor rastro de pecado.

Ella misma resumirá su camino casi al final de sus manuscritos autobiográficos, unos meses antes de morir:

Tú sabes, Dios mío, que yo nunca he deseado otra cosa que amarte. No ambiciono otra gloria. Tu amor me ha acompañado desde la infancia, ha ido creciendo conmigo, y ahora es un abismo cuyas profundidades no puedo sondear.

El amor llama al amor. Por eso, Jesús mío, mi amor se lanza hacia ti y quisiera colmar el abismo que lo atrae. Pero, ¡ay!, no es ni siquiera una gota de rocío perdida en el océano… Para amarme como tú me amas, necesito pedirte prestado tu propio amor. Sólo entonces encontraré reposo.

Finalmente, este amor misericordioso que la envuelve y la invade, no puede quedarse ocioso, y así se hace ternura misericordiosa para con sus Hermanas, para con la Iglesia, para con el mundo entero. Por eso urge aclarar que el descubrimiento del Amor misericordioso como motor y causa de su vida no lleva a Santa Teresita a un quietismo por el cual cesa toda actividad y se dedica a un descanso al que pareciera tener derecho después de tantos trabajos. Nada más lejos de su espiritualidad ni de sus deseos. Teresa comprende que el Amor impulsa a amar, porque ésa es su más propia y personal actividad. Como muy bien dice el Papa

…la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.

Ahora, frente a eso, se contempla en su historia personal, sabe que como dice muy bien Santa Teresa “Amor saca amor” y se siente impulsada a amar. En la caridad encontrará la clave para vivir de misericordia y hacerla tangible a los demás. Pero en su personal relación de amor con Dios, sabe que los simples gestos no bastan, que el abandono ha de ser total, que la entrega tiene que ser la del amor, absoluta, sin cálculo, sin medida…

Cuando el Señor mandó a su pueblo amar al prójimo como a sí mismo, todavía no había venido a la tierra. Por eso, sabiendo bien hasta qué grado se ama uno a sí mismo, no podía pedir a sus criaturas un amor mayor al prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo -su mandamiento, como lo llama más adelante-, ya no habla de amar al prójimo como a uno mismo, sino de amarle como él, Jesús, le amó y como le amará hasta la consumación de los siglos… Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo…

¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar!…

Sí, lo se: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas.

4.  LA PRUEBA DE LA FE Y LA MUERTE DE AMOR

Pero Teresa no era un alma “acabada”. Jesús mismo debía purificar su amor y su entrega a través de la dolorosa prueba de la fe. Cuando ya podía ella sentirse satisfecha o al menos serena de haber entregado todo, invaden su alma “las más densas tinieblas”, entra por una especie de “negro túnel”.

En la mañana del Viernes Santo de 1895 Teresa tiene un  vómito de sangre. Su primera reacción fue de intensa alegría ante la proximidad de la muerte:

“¡mi alma se llenó de una enorme alegría! Estaba íntimamente convencida de que Jesús, en el aniversario de su muerte, quería hacerme oír una primera llamada. Era como un tenue y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo…

Ella misma expresa la intensidad de su fe en aquel momento:

Yo gozaba por entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad. No me cabía en la cabeza que hubiese incrédulos que no tuviesen fe. Me parecía que hablaban  por hablar cuando negaban la existencia del cielo, de ese hermoso cielo donde el mismo Dios quería ser su eterna recompensa.

Pero de pronto todo eso se acaba:

Durante los días tan gozosos del tiempo pascual, Jesús me hizo conocer por experiencia que realmente hay almas que no tienen fe, y otras que, por abusar de la  gracia,  pierden  ese  precioso  tesoro,  fuente  de  las  única alegrías puras y verdaderas. Permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento… Esta prueba no debía durar sólo unos días, o unas semanas: no se extinguirá hasta la hora marcada por Dios…, y esa hora no ha sonado todavía…

Quisiera poder expresar lo que siento, pero, ¡ay!, creo que es imposible. Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad.

Es cierto que desde la niñez estoy oyendo hablar de esas maravillas. Sé que el país en el que vivo no es mi patria y que hay otro al que debo aspirar sin cesar. Esto no es una historia inventada por un habitante del triste país donde me encuentro, sino que es una verdadera realidad, porque el Rey de aquella patria del sol radiante ha venido a vivir 33 años  en el país de las tinieblas.

Las tinieblas, ¡ay!, no supieron comprender que este Rey divino era la luz del mundo… Pero tu hija, Señor, ha comprendido tu divina luz y te pide perdón para sus hermanos. Acepta comer el pan del dolor todo el tiempo que tú quieras, y no quiere levantarse de esta mesa repleta de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día que tú tienes señalado… ¿Y no podrá también decir en nombre de ellos, en nombre de sus hermanos: Ten compasión de nosotros, Señor, porque somos pecadores…? ¡Haz, Señor, que volvamos justificados…! Que todos los que no viven iluminados por la antorcha luminosa de la fe la vean, por fin, brillar…

¡Oh, Jesús!, si es necesario que un alma que te ama purifique la mesa que ellos han manchado, yo acepto comer sola en ella el pan de la tribulación hasta que tengas a bien introducirme en tu reino luminoso… La única gracia que te pido es la de no ofenderte jamás…

… las nieblas que me rodean se hacen más densas, penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte, que me es imposible descubrir en ella la imagen tan dulce de mi patria. ¡Todo ha desaparecido…! Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada».

La imagen que he querido darle de las tinieblas que oscurecen mi alma es tan imperfecta como un boceto comparado con el modelo. Sin embargo, no quiero escribir más, por temor a blasfemar… Hasta tengo miedo de haber dicho demasiado.

Así, a pesar de esta prueba que me roba todo goce, aún puedo exclamar:

«Tus acciones, Señor, son mi alegría» (Sal XCI). Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor…? Cuanto más íntimo es el sufrimiento, tanto menos aparece a los ojos de las criaturas y más te alegra a ti, Dios mío. Pero si, por un imposible, ni tú mismo llegases a conocer mi sufrimiento, yo aún me sentiría feliz de padecerlo si con él pudiese impedir o reparar un solo pecado contra la fe…

Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer.

Todas estas frases nos pueden dar una idea del tormento del alma de Teresa, que ha apostado toda su vida por la fe, y de pronto encuentra que la invaden los más extraños pensamientos en contra de ella.

En medio de estas densas tinieblas Teresa  desea comunicar a su hermana María el descubrimiento de su camino interior. La vemos aquí inscribir su camino en el corazón de la Iglesia. Esta referencia es muy importante porque constituye una de las intuiciones más originales de Teresita en un momento en el que todavía no se hablaba demasiado de la Iglesia en cuanto tal.

Hablando  de sus enormes deseos  de abarcar todas las vocaciones escribe:

Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios…

Leí en el primero que no todos pueden ser apóstoles, o profetas, o doctores, etc…; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.

… La respuesta estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz…

Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos…

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.

Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…

Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…!

Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!

¿Por qué hablar de alegría delirante? No, no es ésta la expresión justa. Es, más bien, la paz tranquila y serena del navegante al divisar el faro que ha de conducirle al puerto… ¡Oh, faro luminoso del amor, yo sé cómo llegar hasta ti! He encontrado el secreto para apropiarme tu llama.

No soy más  que  una  niña,  impotente  y  débil.  Sin  embargo,  es precisamente mi debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a tu amor, ¡oh Jesús! Antiguamente, sólo las hostias puras y sin mancha eran aceptadas por el Dios fuerte y poderoso. Para satisfacer a la justicia divina, se necesitaban víctimas perfectas. Pero a la ley del temor le ha sucedido la ley del amor, y el amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura, como holocausto… ¿No es ésta una elección digna del amor…? Sí, para que el amor quede plenamente satisfecho, es preciso que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esa nada… Lo sé, Jesús, el amor sólo con amor se paga. Por eso he buscado y hallado la forma de aliviar mi corazón devolviéndote amor por amor.

Teresa ha leído a San Juan de la Cruz y sabe que “el más pequeño movimiento de puro amor  es más útil  y más provecho hace a la Iglesia aunque parece que no hace nada que todas las demás obras  juntas”. Esto es lo más consolador en nuestro camino, cuántas veces experimentamos las falta de fuerzas para llevar a cabo una tarea que nos supera, la inutilidad de tantos esfuerzos, el aparente fracaso en una obra de apostolado, o aún la falta de tiempo material para dedicarlo a la oración y a todo lo que querríamos hacer para profundizar en nuestra vida de fe y en nuestra entrega a los demás por amor a Dios. Aquí Teresa haciéndose eco de la frase sanjuanista nos dice que no pongamos nuestro apoyo ni nuestra gloria en nada, que sólo nos dediquemos a amar… Y así lo seremos todo…

En sus últimos meses su hermana le hacía una lectura sobre la visión eterna de Dios. Teresita la interrumpe bruscamente:

No es eso lo que me atrae: el amor, ser amada y volver a la tierra…

No es que Teresita no quiera “ver” a Dios pero su amor se coloca en otra línea, no es simplemente la visión de la divinidad lo que siente que le bastará para ser feliz, sino la reciprocidad del amor que recibirá y el que dará, así como también la posibilidad más extendida de hacer el bien a mayor cantidad de almas. Por eso dirá

Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra.

Precisamente por eso la noche de la fe se establece sobre temas que son muy sensibles y particularmente importantes para la vida espiritual de Teresa:

  • La eternidad, la vida “para siempre” con Dios
  • La posibilidad de volver a la tierra a hacer el bien.
  • La confianza incondicional en Dios
  • El ser amada por Dios.

Esto último era el corazón de su mensaje, y Teresa debía creer en él sin ningún apoyo ni noticia sensible. Una  vez confiesa que se ha sentido asaltada por esa tentación, como una voz que le pregunta: ¿Estás segura de ser amada por Dios? ¿Cómo lo sabes?

La prueba de fe, lejos de atenuarse, fue haciéndose cada vez más radical, en julio de 1897 dice:

Todo carga sobre el cielo

La última comunión, el 19 de agosto, la sume en profundos sufrimientos. Ya no podrá gozar de este consuelo hasta su muerte. Teresa sin embargo combate y una y otra vez reafirma su fe. De esa manera ésta se hace más pura y está en condiciones de servir de ejemplo a tantas almas sumidas en la oscuridad de la duda y de la incertidumbre sobre su destino eterno.

Las tinieblas, unidas al quebrantamiento de su salud física (la tuberculosis empieza a hacer estragos en su cuerpo), se hacen cada vez más densas. Solo un rayo de luz muy de vez en cuando viene a aliviarla, y la presencia maternal de María, de quien dice que “nunca estará escondida”, son lo único que la sostiene en esta verdadera noche. Sin embargo no capitula y todavía conserva el sueño de morir de amor. Muchas veces el cielo aparece como un lugar cerrado o inexistente, aparentemente no es la existencia de Dios lo que está en juego en la tentación de Teresa, sino su relación paternal y misericordiosa con sus criaturas, la vida eterna que Él les ofrece traspuesto el umbral misterioso y doloroso de la muerte. Justo el meollo de su espiritualidad y de su mensaje.

Extenuada por los sufrimientos físicos más atroces vive el desamparo psicológico de los ateos, la duda de los más acerbos existencialistas. Ésta es una prueba en la que tal vez Dios ha querido purificar en Teresa lo que de humano o natural tenía su fe y su deseo del cielo. En ella la ha hecho experimentar vivencialmente el drama de los que no tienen fe. Teresa conocía, aunque de lejos y sin demasiados detalles, tal vez por su tío farmacéutico, el mundo de la época, los nuevos descubrimientos, los inventos increíbles… También su tentación, como refiere a su hermana una noche en la enfermería, se basa en que

“el razonamiento de los peores materialistas se impone a mi espíritu… con incesantes y nuevos progresos un día la ciencia lo explicará todo…”.

Lo dice:

Si por un imposible no vieses mis sacrificios….

Y en una de sus más terribles crisis durante su enfermedad:

Lo sé, Dios mío, eres bueno, muy bueno….

Finalmente, y en medio de la oscuridad de su fe, Teresa aspira a morir de amor. Pero según san Juan de la Cruz las almas que mueren de amor lo hacen entre transportes, sólo les queda “romper la tela de ese dulce encuentro” y cantando como el cisne volar al seno de la Trinidad. Esta carmelita, enferma, en medio de una angustiosa agonía: “No voy a saber morir”… ¿Cómo va a cumplir ese ideal, ese sueño de juventud?

Sencillamente se volverá hacia Jesús, su modelo, su Amor, y lo ve crucificado, en su misterioso abandono de su Padre:

Nuestro Señor murió en la cruz en medio de agonías  y he aquí la más hermosa muerte de amorque nunca se haya visto… Morir de amor no es morir en medio de transportes…

Por otra parte se sabe en cierto sentido corresponsable de la salvación de sus hermanos los hombres, por quienes ha aceptado estar sentada a la mesa de los pecadores y comer el pan del dolor por el tiempo que a Dios le plazca:

No me explico tantos sufrimientos si no es por mi intenso deseo de salvar almas…

Teresa sabe y es consciente que con su dolor está ayudando en la obra de la redención al Crucificado. Ella ha visto muy de cerca lo que  viven las almas sin fe, y por su  profundo  conocimiento de Dios sabe lo que se pierden si no se acercan a su Amor.

San Juan Pablo II escribía en el centenario de su muerte:

Teresa ha conocido el sufrimiento y la prueba en su fe pero ha permanecido fiel porque en su inteligencia espiritual ha sabido que Dios es justo y misericordioso; poseída sólo del amor recibido de Dios, mucho más que cualquier criatura puede proporcionar. Hasta el fin de la noche puso su esperanza sólo en Jesús, el Siervo Sufriente que entregó su vida por los pecadores… La enseñanza de Teresa, verdadera ciencia de amor, es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio de Cristo y de su experiencia personal de la gracia; ayuda a los hombres y mujeres de hoy, y ayudará a los de mañana a percibir mejor los dones de Dios y a vivir la Buena Nueva de su Amor infinito…

Finalmente:

Dios mío, me colmáis de alegría con TODO lo que hacéis….

Es la última frase que escribe en una estampa y subraya la palabra TODO…. Este todo reviste un enorme valor teniendo en cuenta en qué estado de postración física, espiritual y moral se encuentra…

De este modo, sin negar la doctrina de San Juan de la Cruz, Teresa hace de su propia muerte su ofrenda final al Amor misericordioso. Ella ama su muerte como un don de Dios, es Dios quien la quiere para ella y ella la quiere con El. Y Dios mismo, sin salir de su misterio, le da el sentido de su muerte terrible en plena juventud.

Teresita, ¿me amas?

¿Me amas más que a ti misma? ¿Me amas más que aquellos que han tenido necesidad de ver para creer?

¿Me amas cuando destruyo tus proyectos, tus ilusiones de misionera, tus mismas expectativas espirituales, tus virtudes, tus deseos, todo aquello que has soñado y que no has podido realizar?

¿Me amas en mis hermanos tanto como para amar el sufrimiento y la muerte que los salven a ellos completando mi pasión en tu carne?

¿Me amas en el oscurecimiento de tu fe, en el estremecimiento de tu esperanza, en la destrucción lenta y dolorosa pero inexorable de tu cuerpo?

Teresita, es mi Amor quien te consume, ¿me amas en tu muerte?

Y porque Teresita respondió que  una a una a todas estas preguntas del amor, murió de amor, hizo de su muerte un martirio y el más sublime don que un alma puede entregar a Dios, cuando está segura que todo lo que de Él le viene es el mejor regalo, el más hermoso, la más bella carta de amor escrita por un Dios que es Amor misericordioso e infinito.

Ella misma lo dirá:

Sólo vale el Amor…

Y también:

No me arrepiento de haberme entregado al Amor, no, ¡no me arrepiento!

CONCLUSIÓN

Santa Teresita del Niño Jesús es, como bien dijo San Juan Pablo  II al proclamarla doctora de la Iglesia:

una Santa que permanece joven, a pesar de los años que pasen, y se propone como un modelo eminente y una guía para el camino cristiano de nuestro tiempo…

El papa Francisco nos exhorta hoy a las religiosas a ser como faros que iluminan el camino de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo

Y eso fue y es Teresita hoy para todos nosotros, especialmente en este Año dedicado a la Misericordia.

 

 

Antes del rezo de las Laudes.

Antes del rezo de las Laudes.

 

Algunas de las religiosas platenses que participaron del Retiro en el Carnelo platense (1° de Octubre de 2016).

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Antes del rezo de las Laudes.

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