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Una ciudad hermosa para todos y todas

Este sábado, en la celebración del 140° aniversario de la fundación de La Plata, se realizó en la Catedral el Te Deum interreligioso, presidido por el Arzobispo Víctor Fernández.Realizó la primera lectura el pastor mayor de la Iglesia Ejército de Salvación, Owilson Fagundez, al Salmo lo proclamó su esposa, la pastora Anahí López. A la segunda lectura la hizo el pastor Carlos Amarillo de la Iglesia Metodista. Por su parte, Maximiliana Martínez, de la fe Bahai realizó la oración final. Representantes de otras confesiones religiosas también se hicieron presentes para acompañar la oración.  Después del Te Deum se realizó un homenaje al fundador de la ciudad y a su esposa en la cripta de la Catedral y se oró por su eterno descanso. Allí, el intendente Julio Garro realizó una ofrenda floral. En la homilía, el Arzobispo pronunció las siguientes palabras:  Cuando el libro del Apocalipsis habla del cielo, del mundo nuevo que un día llegará, lo describe como una hermosa ciudad, una ciudad santa y bella. Es decir, como una realidad no individual sino comunitaria. Nuestro sueño es siempre comunitario, como un banquete para todos y todas, como una gran fiesta, o como una preciosa ciudad. Pero ese sueño futuro es algo que puede ir anticipándose poco a poco con nuestra colaboración. Hoy que recordamos otro aniversario de la fundación de nuestra ciudad, nos podemos preguntar: ¿Cuánto de esta belleza se comienza a reflejar en esta ciudad que habitamos? Podríamos hacer una pregunta negativa, mirar nuestros barrios y preguntar cuánto nos falta todavía para ser esa ciudad linda, armoniosa, para todos y para todas. Pero mejor preguntemos en positivo: ¿Cuál es nuestro sueño para esta ciudad? Porque si hay un sueño común, entonces sí podremos construirla entre todos, dejará de ser un problema de ellos y pasará a ser un proyecto nuestro. Cada plaza es mi plaza, cada lugar público es mi lugar, el árbol de mi vereda es mío y es nuestro, mi balcón arreglado y con flores es también para los demás que pasan por la calle, y la ciudad entera se vuelve una casa común que cuidamos de forma colectiva. Esta es en definitiva la única manera de evitar la destrucción de los lugares públicos, el robo, el desprecio, el individualismo que sólo busca el propio beneficio.

Pero por esta misma razón, cada uno de nosotros no es sólo un constructor de esta ciudad, sino también un ladrillo, una parte de ella, un fragmento de su hermosura. La ciudad es bella no sólo por su arquitectura y sus parques, sino por el desarrollo humano, por la maduración de las personas que la habitan, por la fuerza de sus valores, por su capacidad de amar y de compartir, por su sana costumbre de dialogar, de compartir, de ayudar. Sería espantosa e inviable una ciudad bella en lo externo pero mediocre en sus habitantes. Ahora, ¿a quién le preocupa esto? A los creyentes nos preocupa especialmente, porque todas las religiones tienen un mensaje humanizador, contienen un llamado a ser mejores personas. Y todas tienen también un mensaje social, que nos convoca a construir juntos una ciudad mejor. Por eso no pueden ser relegadas al ámbito privado, tienen también un sentido público. Y por eso estamos aquí reunidos para orar por nuestra ciudad.

Venimos como creyentes y representando a todos los creyentes de distintas religiones y diversas confesiones cristianas a orar juntos, a pedirle al Señor que nos ilumine, nos guíe, nos fortalezca como miembros de una ciudad que nos acoge y nos abraza, que es nuestra, es de todos. Pedimos ciertamente por las autoridades, para que tengan la luz, la visión, la creatividad y las energías para construir una ciudad mejor para todos y para todas, donde cada uno pueda sentir que tiene un lugar un futuro. Pero también pedimos por todos los que habitamos esta ciudad, para que, madurando como personas, formemos entre todos un precioso collage que nos haga sentir orgullosos de vivir aquí.

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