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Mons. Aguer ordenó tres diáconos, en camino al Sacerdocio.

 

 

Postración y canto de las Letanías.

Postración y canto de las Letanías.

 

Oración Consecratoria.

Oración Consecratoria.

 

 Mons. Aguer entrega el Evangelio al neodiácono Carlos Julián Reyes Toso.

Mons. Aguer entrega el Evangelio al neodiácono Carlos Julián Reyes Toso.

 

     El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, ordenó diáconos, en camino al Sacerdocio, a Daniel María Bonifacio Rossi, Gonzalo Huarte y Carlos Julián Reyes Toso, que concluyeron el tercer año de Teología, en el Seminario Mayor San José. La Santa Misa se celebró este viernes 9 de diciembre (feriado «puente» por la Inmaculada Concepción), en la parroquia Nuestra Señora de la Piedad (Iglesia del Seminario), calle 24 esquina 66.
     En su homilía, el prelado les aconsejó que «hurguen siempre en la Sagrada Escritura y en los monumentos de la Gran Tradición de la Iglesia, siempre atentos, reflexivos, abiertos a la vastedad y belleza de la cultura, para transmitir el conocimiento de Dios y la cosmovisión cristiana a los fieles y a los que no lo son, particularmente, a los jóvenes. La tarea implica, muchas veces, desenmascarar los errores que, hoy día, se imponen desembozadamente, con las artes refinadas que inspira el Padre de la Mentira».
     Añadió que «en este oficio apostólico por excelencia; basta leer las cartas de Pablo, que combatió con lucidez y fortaleza contra las desviaciones paganas, que penetraban en las comunidades a las cuales dirigió sus escritos. El irenismo, ese pacifismo beato que es una máscara del relativismo, ha hecho mucho mal a la Iglesia. El discurso controversial es una de las expresiones del diálogo; no tiene por qué ser agresivo, hiriente o discriminatorio. No podemos renunciar a la esperanza de una recristianización de la cultura; le debemos el intento a las próximas generaciones, y a los pobres que son las primeras víctimas del engaño, de la banalización de la mentira. Ya que hablaba del conocimiento y el amor de Jesús, les recomiendo que lean, que mediten, que aprendan Jesús de Nazaret, esa obra admirable del Doctor de la Iglesia que es el emérito Papa Ratzinger, Benedicto XVI».
     Agregó, también, que «ustedes van a abrazar libremente el celibato para seguir a Cristo célibe. Todos sabemos que mucha gente no cree en esto, y que por otra parte esta condición propia del Rito Romano ha sido objeto, en las últimas décadas, de críticas aun dentro de la Iglesia, donde algunos agitan la cuestión de los viri probati, la propuesta de ordenar sacerdotes a hombres casados. Además, cada tanto nos enteramos de que algún presbítero lleva una doble vida, y más recientemente los medios de comunicación se regodean refregándonos por las narices el caso de los depravados que abusan de menores. Sin embargo, la Iglesia de Occidente persiste en unir  la elección del celibato a la gracia de la vocación sacerdotal. El Pontifical enuncia que ustedes, que ya lo viven, se comprometerán para siempre a observarlo, por el Reino de los Cielos y para el servicio de los hombres. Por indica la causa, la razón; para destaca la finalidad».
     El próximo sábado 11 de marzo de 2017, a las 10.30, en la Catedral, Mons. Aguer, ordenará sacerdotes a los Diáconos Guillermo Encinas, Lucas Torres Lombardo, y Gastón Zaniratto; con los que llevará ordenados 46 sacerdotes, desde abril de 2000. Encinas seguirá ejerciendo su ministerio en la propia Catedral, donde se encuentra como Diácono; Torres Lombardo, actualmente en María Reina, irá destinado a la parroquia Cristo Rey; y Zaniratto continuará en San Juan Bautista.
     Este es el texto completo y oficial de la homilía de Mons. Aguer:

Diáconos destinados al sacerdocio

Homilía de la ordenación diaconal de Daniel Bonifacio, Gonzalo Huarte, y Carlos Reyes Toso.

Parroquia Nuestra Señora de la Piedad (Iglesia del Seminario)

                                        9 de diciembre de 2016.

 

Diácono. La palabra es de origen griego; en la lengua madre suena igual, con una ese al final. Procede del verbo diakonéo –nosotros diríamos diaconar- del que deriva toda la familia de palabras. Ya en el griego clásico, como lo atestiguan por ejemplo Esquilo, Sófocles, Platón y Aristóteles, diákonos significa sirviente, servidor. El sustantivo y el verbo son usados repetidamente en el Nuevo Testamento para designar a los que sirven a la mesa (cf. Mt. 22, 13), como ocurre en el caso de los sirvientes en las bodas de Caná (Jn. 2,5-9); también, en general, en varios pasajes evangélicos y de las cartas de San Pablo el nombre se refiere al que ayuda a alguien o presta algún servicio a la comunidad. Pero en el capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles se narra la institución de los Siete, que son los primeros antepasados de Daniel, Gonzalo y Carlos; mejor dicho, de lo que estos tres queridos muchachos llegarán a ser dentro de pocos minutos. En el lugar indicado, San Lucas, el autor del Libro de los Hechos, nos cuenta que los apóstoles encargaron a aquellos hombres presentados por la comunidad una jréia, es decir una tarea necesaria: servir las mesas de aquella primera y minúscula realización de la Iglesia, la pequeña, naciente comunidad de Jerusalén. Ellos tenían que ayudar a resolver el conflicto que había surgido entre los fieles de origen judío y los de origen griego por la distribución cotidiana de la comida a las viudas de uno y otro grupo. Los apóstoles, como explicó San Pedro, podrían entonces, libres de esa preocupación, dedicarse a la diaconía de la Palabra y a la oración. Servir las mesas: diakonêin trapédzais, en griego. Esa mesa –trápedza- será después la mesa del Señor, la mesa eucarística.

Una breve digresión. Casi sinónimo de diákonos es doúlos; este término en sentido propio, ordinario, también significa siervo, o más fuerte aún, esclavo. Asimismo en este caso, la palabra es transferida al orden de la relación con Dios; el apóstol Pablo se autodesigna así: doúlos, esclavo. Como resultado de estas volteretas etimológicas digamos que en la Iglesia, todos, ministros y fieles, somos siervos, esclavos los unos de los otros, a semejanza de Jesús, el Señor, que por nosotros se hizo tal. Morphèn doúlou lab?n, tomando la condición de esclavo, como también dice el Apóstol (Fil. 2,7).

El rito de la ordenación de diáconos establece que en este momento el obispo explique a los fieles, la mayoría de los cuales serán familiares y amigos de quienes van a ser promovidos, qué función han de desempeñar ellos en la Iglesia. La alocución propuesta en el Pontifical Romano ofrece esta síntesis: deben ayudar al obispo y a su presbiterio anunciando la Palabra de Dios, actuando como ministros del altar,  y atendiendo a las obras de caridad. Son tres dimensiones del servicio sagrado por el cual Jesucristo continúa comunicando a los hombres la gracia de la redención, que los santifica y encamina al cielo. En cuanto al ministerio de la Palabra, se dice: evangelizar a los que no creen y catequizar a los creyentes enseñándoles la sagrada doctrina. Se recuerda también que el Orden diaconal los habilita para la celebración del sacramento del Bautismo, autorizan los matrimonios (aquí los ministros son los contrayentes) y presidir las exequias. La tercera dimensión del oficio del diácono es la continuidad de aquel encargo que los apóstoles encomendaron a los Siete primeros, a los que ellos mismos eligieron y consagraron mediante el gesto de imposición de las manos; esto es: ejercer la caridad, ocuparse de los pobres, en especial de los que por el bautismo integran la comunidad cristiana, aunque ellos no lo sepan, o lo hayan olvidado, aunque no pisen la iglesia. Vale aquí también el refrán: la caridad bien entendida empieza por casa; en nuestro caso la extraña casa que son los católicos argentinos.

Ahora tengo que hablarles a ustedes, queridos hijos. En realidad, me han escuchado muchas veces, y hemos mantenido conversaciones personales, reiteradamente, durante los años de su formación. Pero en este momento sagrado, solemnísimo, en que acceden al primer grado sacramental del ministerio, deseo dejarles algunas palabras, un mensaje –digamos- y les pido que lo guarden en su corazón.

Ustedes están destinados al presbiterado: han experimentado un atractivo interior para seguir a Jesús, y han aceptado y vivido el itinerario de formación académica, espiritual y pastoral que la Iglesia requiere para asegurar la idoneidad de los candidatos y comprobar su recta intención. Pero la vocación en el sentido formal es el llamamiento del obispo; este elemento se pone en el sujeto por el solo acto del obispo que llama en nombre de Dios. Pues bien, hoy los llamo al diaconado, ministerio que ejercerán durante poco tiempo, porque espero y quiero llamarlos pronto al sacerdocio presbiteral. De todas maneras, según ya lo he expresado, siempre serán diákonoi, doúloi, servidores, esclavos libérrimos, como debo serlo yo también.

¿Cuáles son las palabras que quiero dirigirles, cuál el mensaje? Es muy simple, pero su contenido empeña la duración entera de la vida: conocer y amar cada vez más a Jesús; es decir, para lograrlo, estudiar y orar. Además guardar puro el corazón. Esta es la retaguardia espiritual del ministerio, del servicio que van a prestar a los hombres, a quienes deben comunicar la verdad y la gracia de la redención: la oración, el estudio y la pureza del corazón, es decir la castidad perpetua.

Al mencionar el estudio pienso en el studium sapientiae; no sólo el estudio en su sola dimensión intelectual, para la que ustedes están bien dotados. Studium en el latín original significa, además, deseo, propensión, afición, pasión, aplicación, amor, amistad, deleite. Me refiero entonces a la búsqueda, el hallazgo que continuamente se renueva y asombra, el gozo de la sabiduría. Hurguen siempre en la Sagrada Escritura y en los monumentos de la Gran Tradición de la Iglesia, siempre atentos, reflexivos, abiertos a la vastedad y belleza de la cultura, para transmitir el conocimiento de Dios y la cosmovisión cristiana a los fieles y a los que no lo son, particularmente, a los jóvenes. La tarea implica, muchas veces, desenmascarar los errores que hoy día se imponen desembozadamente, con las artes refinadas que inspira el Padre de la Mentira. En este oficio apostólico por excelencia; basta leer las cartas de Pablo, que combatió con lucidez y fortaleza contra las desviaciones paganas que penetraban en las comunidades a las cuales dirigió sus escritos. El irenismo, ese pacifismo beato que es una máscara del relativismo, ha hecho mucho mal a la Iglesia. El discurso controversial es una de las expresiones del diálogo; no tiene por qué ser agresivo, hiriente o discriminatorio. No podemos renunciar a la esperanza de una recristianización de la cultura; le debemos el intento a las próximas generaciones, y a los pobres que son las primeras víctimas del engaño, de la banalización de la mentira. Ya que hablaba del conocimiento y el amor de Jesús, les recomiendo que lean, que mediten, que aprendan Jesús de Nazaret, esa obra admirable del Doctor de la Iglesia que es el emérito Papa Ratzinger, Benedicto XVI.

Estudiar y orar. Si el estudio es realmente studium sapientiae, no puede desplegarse sin el espíritu de oración, que es carácter íntimo, aliento y brío que cualifica la vida interior, la relación con Dios. Obviamente, no es posible alcanzar ese estado ni recibir las gracias que lo configuran, sin la práctica humilde, el ejercicio de la oración. Del rezo, podríamos decir, con tal que éste se entienda ante todo, aunque no de un modo exclusivo, litúrgicamente: de hecho, ustedes se comprometerán a celebrar la Liturgia de las Horas; cuando la reciten en privado, solitariamente, siempre sus voces serán la voz de la Iglesia, y en su momento han de procurar que los fieles, la comunidad que se les confíe, asuma con ustedes, se sume a ustedes en esta forma privilegiada de oración. Pero hay algo más. En los consejos finales que el apóstol Pablo dirigía a los tesalonicenses en su Primera Carta, decía: adialéipt?s proséujisthe, oren sin cesar (1 Tes. 6, 17). ¡Es esto posible, y cómo? San Agustín lo interpretaba así: por la fe, la esperanza y la caridad, con el deseo continuo, oramos siempre. El deseo, pues, santificado por la gracia, hace descender el rezo de los labios al corazón, para que permanezca allí. Aun si estamos ocupados en muchas tareas, ora nuestro deseo, ora nuestro corazón, que interiormente, continuamente, silenciosamente, repite simples plegarias que nos religan a Dios como expresión de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor. Es el espíritu de oración el valor que distingue el ministerio recibido en el sacramento del Orden de un simple cargo, un deber ejercido con esfuerzo, una función, incluso la mejor cumplida. En esta descripción se implica la necesidad del silencio, difícil de obtener y sostener en el contexto de una cultura del ruido, que intenta penetrarnos por los poros del alma. ¡Cuántos de nuestros contemporáneos se someten frívolamente a la dictadura del ruido, para escapar del vacío que los llena! En el ruido no se encuentra a Dios: non incommotione. Dominus; el Señor no estaba en el terremoto, como lo comprobó el profeta Elías en el Hareb (1 Re. 19, 11). Quiero compartir con ustedes un pasaje del reciente libro del Cardenal Robert Sarah “La fuerza del silencio”: En el cielo, las almas están unidas a los ángeles y a los santos por el Espíritu. Entonces, no hay más palabra: Es un silencio sin fin, recogido en el amor de Dios. La liturgia de la eternidad es silenciosa; las almas no tienen otra cosa que hacer más que asociarse al coro de los ángeles. Ellas están únicamente en la contemplación. Aquí abajo, contemplar es ya estar en silencio. Más adelante el texto reconoce que es difícil para nosotros comprender el silencio de la eternidad, y a continuación añade: Durante la misa y la Eucaristía, la consagración y la elevación son un pequeño anticipo del silencio eterno. Si este silencio posee una verdadera cualidad, podemos entrever el silencio del cielo.

Daniel, Gonzalo, Carlos,  enseguida, antes de recibir la imposición de mis manos, ustedes van a abrazar libremente el celibato para seguir a Cristo célibe. Todos sabemos que mucha gente no cree en esto, y que por otra parte esta condición propia del Rito Romano ha sido objeto, en las últimas décadas, de críticas aun dentro de la Iglesia, donde algunos agitan la cuestión de los viri probati, la propuesta de ordenar sacerdotes a hombres casados. Además, cada tanto nos enteramos de que algún presbítero lleva una doble vida, y más recientemente los medios de comunicación se regodean refregándonos por las narices el caso de los depravados que abusan de menores. Sin embargo, la Iglesia de Occidente persiste en unir  la elección del celibato a la gracia de la vocación sacerdotal. El Pontifical enuncia que ustedes, que ya lo viven, se comprometerán para siempre a observarlo, por el Reino de los Cielos y para el servicio de los hombres. Por indica la causa, la razón; para destaca la finalidad.

Por el Reino de los Cielos. Jesús mismo lo dice: hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos; ¡el que pueda entender, que entienda! (Mt. 19, 12). Y en otro momento, discutiendo con los saduceos: en la resurrección ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que todos serán como ángeles en el cielo (MT. 22, 30). Es indiscutible: el celibato, vivido en plenitud -aun que no falten luchas- pero no a la rastra, obligado, forzadamente, con amargura de solterón, es un anticipo del cielo y de la resurrección. Significa, además, el desposorio con la Iglesia, Esposa de Cristo, y es fuente de fecundidad pastoral. Implica, por supuesto, la convergencia de todas las fuerzas del alma y colorea de modo notorio la personalidad del sacerdote. San Simeón el Nuevo Teólogo, hace unos mil años, comentaba así la bienaventuranza de los puros de corazón: Un corazón puro no lo hace tal, por su naturaleza, una sola virtud, ni dos, ni diez, sino todas juntas, por así decir, como si fueran una sola y llevada a la perfección. Ni las virtudes pueden ellas solas hacer puro el corazón sin la operación y la presencia del Espíritu Santo. Y como el herrero ejercita su arte mediante sus instrumentos, pero sin la acción del fuego no puede realizar de hecho obra alguna, también el hombre cumple cualquier cosa sirviéndose de las virtudes como de instrumentos, pero sin la presencia del fuego espiritual, las obras quedan incompletas, inútiles, porque aquellas no destruyen la suciedad y la basura del alma. (Capítulos prácticos y teológicos, 73).

En efecto, nuestro celibato debe ser fogueado de continuo en el fuego del Espíritu Santo, por nuestra relación permanente, misteriosa, con la Tercera Persona de la Trinidad.

Para el servicio de los hombres. El celibato no consagra la cerrazón sobre uno mismo, ni revela la incapacidad de amar a una mujer y fundar una familia; al contrario, expresa formas hondas, sobrenaturales, de nupcialidad y paternidad encarnadas en la psicología de un varón que por amor, por el amor de caridad, renuncia al matrimonio y se entrega a Dios para el servicio pastoral. Pero la entrega debe ser total, sin reservarse nada. Yo sé que esa es la intención que ustedes abrigan en sus corazones, y que la van a manifestar asumiendo con voz clara y potente el ¡sí quiero! Ritual. El mejor argumento en favor del celibato es la vida de los santos pastores. Nuestro Cura Brochero no hubiera podido desplegar la obra formidable de evangelización y de promoción social que conocemos si hubiese debido atender mujer e hijos; no cabían en su mula. El celibato refleja de hecho la ambición de totalidad que el Señor ha suscitado en sus corazones, queridos muchachos, un deseo de santidad que pasa por la cruz -porque nadie puede eludirla- y otorga un singularísimo cumplimiento a la vocación bautismal. Que la Madre del Señor y San José los acompañen.

+ Héctor Aguer

                                                                                Arzobispo de La Plata

Biografías de los nuevos Diáconos

     Daniel María Bonifacio Rossi nació en Adrogué el 25 de octubre de 1985, en el seno de una familia profundamente católica; de la que salieron varias vocaciones. Y fue bautizado en la parroquia Nuestra Señora de Luján, de José Mármol, pocos días después, el 11 de noviembre.

     Recibió la Confirmación y la Primera Comunión en la parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, de Adrogué; su parroquia de origen. Y realizó sus estudios secundarios en el colegio Nuestra Señora de Luján, de Adrogué.

     Ingresó al Seminario Mayor San José de La Plata, el 22 de febrero de 2010. Realizó apostolados en el Hospital de Niños «Sor María Ludovica». Y, actualmente, hace lo propio en la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús, de Berisso.

Daniel Bonifacio Rossi fue ordenado Diácono con 31 años.

Daniel Bonifacio Rossi fue ordenado Diácono con 31 años.

 

Gonzalo Huarte nació, en la Capital Federal, el 27 de septiembre de 1985. Y fue bautizado por su tío abuelo, el padre Jorge Bledel, el 20 de octubre de ese año, en la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús, de Martínez; cuando era párroco allí el recordado Monseñor Jorge Schoeffer. Recibió la Primera Comunión el 30 de septiembre de 1995, en la Catedral de San Isidro; y la Confirmación, en la misma Catedral, el 30 se septiembre de 2002.

Vivió siempre en San Fernando. Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio San Juan el Precursor. Y se recibió de profesor y licenciado en Filosofía, en la Universidad Católica Argentina (UCA), con una tesis sobre «La concepción de la religión en Max Scheler». En el Seminario realizó distintos apostolados en Pastoral Universitaria.

 

Gonzalo Huarte fue ordenado Diácono con 31 años.

Gonzalo Huarte fue ordenado Diácono con 31 años.

 

Carlos Julián Reyes Toso nació en la Capital Federal el 6 de abril de 1989, y fue bautizado el 11 de septiembre del mismo año, en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, del barrio de Palermo. Recibió la Primera Comunión en la misma parroquia, y la Confirmación en la parroquia Santa María de Betania, en Almagro, a cargo de los Legionarios de Cristo.

Cursó sus estudios primarios en el Instituto Arturo Gómez – Instituto Espíritu Santo, y los secundarios en el Instituto Corazón de María. Realizó misiones, en distintos puntos del país, junto a Juventud Misionera, de la parroquia Santa María de Betania. Dejó los estudios de Historia, que había comenzado, para ingresar en el Seminario Mayor San José de La Plata, el 22 de febrero de 2010.

En el primer año de Teología realizó apostolados en el Hospital de Niños «Sor María Ludovica». Y, desde el segundo año, hace lo propio en la parroquia Nuestra Señora de Luján, de Villa Elisa.

 

Carlos Julián Reyes Toso fue ordenado Diácono con 27 años.

Carlos Julián Reyes Toso fue ordenado Diácono con 27 años.

 

 

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