Las canonizaciones y la salud del Papa de primera mano
Queridas/os hermanas/os:
Hoy en el marco del viaje a Roma, providencialmente pude asistir a la canonización de 10 beatos. Entres ellos Carlos de Foucauld y Justino María Russolillo, fundador de la Sociedad de las Divinas Vocaciones (los queridos padres vocacionistas). Fue una ceremonia impresionante, repleta de gente llegada de muchos países. Y fue una de las celebraciones de canonización más numerosas de la historia. De hecho, a causa de estas canonizaciones, estos días las calles de Roma estaban repletas, como en los mejores tiempos previos a la pandemia. Había, por ejemplo, mucha gente de la India, debido a que fue canonizado un laico de ese país. También han venido muchas personas devotas de Tito Bransma, martir del campo de concentración de Dachau, quien dijo a la enfermera que le quitaba la vida: “Rezaré por ti mi hermana”. El collage de estos 10 santos juntos es de una gran belleza universal. En esta celebración estaban los ojos puestos en el Papa, puesto que en los últimos días no se lo había visto de pie debido a consejos médicos. Hoy no solamente presidió partes de la Misa de pie, sino que al final saludó a los cardenales y recorrió la fila caminando, para luego salir a saludar a todos en el Papamovil. Me he sentido especialmente conmovido por la canonización de Carlos de Foucauld, quien me inspiró, como a muchos, desde los tiempos de seminarista. Cabe recordar su opción radical por ser solo de Dios, al decir: “Cuando supe que Dios existía, me di cuenta que sólo podía vivir para él”. O como lo expresaba en su conocida oración: “Padre, me pongo en tus manos, con una infinita confianza… No deseo nada más”. Su entrega comenzó con una ardorosa búsqueda de una vida contemplativa en la más extrema pobreza, pero terminó en un incansable servicio a los más pobres y abandonados de la tierra, en lo profundo del desierto africano. Así, como expresó Francisco en Fratelli tutti, cuando se identificó con los últimos, llegó a ser hermano de todos. Que interceda por nosotros, para que seamos capaces de entregarlo todo. En la homilía Francisco remarcó que “somos amados primero, más allá de todo y no por los resultados de nuestro esfuerzo. No se trata de un ideal de santidad demasiado fundado sobre nosotros como conquista de un premio. Así separamos la santidad del polvo de la calle y de las ollas de la cocina. Santificarse es dejarse transfigurar por el amor de Dios. Entonces, recordemos el primado de Dios sobre el yo, el primado del Espíritu sobre la carne y el primado del amor sobre las obras. Esto se traduce en servicio humilde y nos desintoxica del individualismo religioso y de la autorreferencialidad. Nos lleva a amar sin reivindicar nada para el propio yo y dar la vida sin pretender pagos o recompensas”. Mons. Victor M. Fernández Arzobispo
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