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En la memoria de San Juan María Vianney, se celebró el Día del Exalumno en el Seminario platense.

Presidió la Misa el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer. Y concelebraron sus dos obispos auxiliares, Mons. Nicolás Baisi, y Mons. Alberto Bochatey; y una cincuentena de sacerdotes.

     En el Seminario Mayor San José de La Plata, tuvo lugar este jueves 4 de agosto, memoria de San Juan María Vianney (Patrono de los párrocos y de todos los sacerdotes), la tradicional celebración del Día del Exalumno. Presidió la Santa Misa el Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer; y concelebraron sus obispos auxiliares, Mons. Nicolás Baisi, y Mons. Alberto Bochatey, y una cincuentena de sacerdotes platenses, y de otras diócesis del país que se formaron en la casi centenaria casa.

Cuatro sacerdotes fueron homenajeados por sus Bodas de Diamante (sesenta años) sacerdotales. Otros tres por sus Bodas de Oro, y 18 por sus Bodas de Plata.

La nónima de quienes fueron homenajeados, y de aquellos sacerdotes que partieron a la Casa del Padre, que fueron encomendados en la Eucaristía, es la siguiente:

 

BODAS DE DIAMANTE ( 1956 – 2016)

-Pbro. Iván Bezic

-Pbro. Arturo Terenzi.

-Pbro. Rolando Camozzi Barrios.

-Pbro. Abel Aníbal Di Marco.

 

Encomendados por su partida a la Casa del Padre:

-Pbro. Leonardo Baltabur.

-Pbro. Orlando Benítez Villalba.

-Pbro. Carlos Tomás Hermann.

-Pbro. Miguel Krüger.

-Pbro. Roberto Nicolás La Rocca.

-Pbro.  Rosario Pappalardo.

-Pbro. Amilcar Pargas.

-Pbro. Saúl Omar Sáenz.

-Pbro. Domiciano Adolfo Verón Cardozo.

 

El padre Iván Bezic, de la Diócesis de Viedma (Río Colorado) fue homenajeado por sus 60 años de Sacerdocio (1956 – 2016).

 

 

BODAS DE ORO (1966 – 2016)

-Pbro. Eduardo César Benedetti.

-Pbro. Justino Fernández.

-Pbro. Mirko Grbec.

 

Encomendados por su partida a la Casa del Padre:

-Pbro. Carlos Alberto Corujo.

-Pbro. Hugo Carlos Ibañez.

-Pbro. Mario Julio Nardone.

-Pbro. Manuel Rodríguez Durán.

-Pbro. Tomás Antonio Vera.

 

El padre Mirko Grbec, de la Diócesis de Lomas de Zamora, fue homenajeado por sus 50 años de Sacerdocio (1966 – 2016).

 

 

BODAS DE PLATA (1991- 2016)

  • Pbro. Hernán David.
  • Pbro. Roberto Di Francesco.
  • Pbro. Oscar Dibot.
  • Pbro. Gabriel Favero.
  • R. P. Antonio Figueiredo.
  • Pbro.  Guillermo Daniel González.
  • R.P. Radoslaw Jaszczuk.
  • R.P. Andrzej Koselak.
  • Pbro. Daniel Navarros Correa.
  • Pbro. Oscar Daniel Ossola.
  • Pbro. Julio César Palarino Castro.
  • Pbro. Walter Pereyra.
  • Pbro. Raúl Rodríguez Rancatti.
  • R.P. Menegildo Santos.
  • Pbro. Marcos Sarmiento.
  • Pbro. José Luis Serre.
  • Pbro. Eduardo Torre.
  • Pbro. Carlos Trillo.

 

El padre Walter Pereyra (Diócesis de Mar del Plata) fue homenajeado por sus 25 años de Sacerdote (1991 – 2016).

 

Se encomendó, igualmente, al sacerdote salesiano Juan Velazco, fallecido el 3 de agosto, en Bernal; y que fuera prudente y querido Director Espiritual del Seminario y, durante años, párroco de Nuestra Señora de la Merced de Ensenada. Desde el Arzobispado se agradeció al Señor por el regalo de su Sacerdocio, «y por el luminoso paso que tuvo por nuestra Arquidiócesis».

 

El sacerdote salesiano Juan Velazco dejó una importante huella en la Arquidiócesis de La Plata. En la foto se lo ve durante una reunión en los Exalumnos de Don Bosco, en Ensenada. Sus restos serán sepultados este viernes 5 de agosto, en la Casa de Ejercicios Espirituales «Ceferino Namuncurá», de Olmos.

 

Mons. Aguer: «En el ministerio, poder y compasión son inseparables»  

En su homilía, Mons. Aguer, volvió a proponer como modelos a San Juan María Vianney y al Cura Brochero, y sostuvo que «en el ministerio, poder y compasión son inseparables, aun cuando algunas veces hay que señalar a los hermanos con el rigor que el mismo Jesús usó, la senda terrible que conduce al Calvario. Podemos hacerlo si nosotros mismos no rehuimos la cruz».

Agregó que «el Papa Francisco pide a la Iglesia que se ponga ‘en salida’ y que vaya a las periferias, geográficas y existenciales. Las parroquias tienen un territorio, que en algunos casos queda inexplorado y donde habitan enfermos y dolientes, gente fatigada y abatida como ovejas que no tienen pastor (Mt. 9,36); nosotros somos ese pastor, esos pastores. La periferia existencial que aun sin saberlo reclama nuestra presencia es esa multitud de los paganos bautizados que constituye gran parte de la población argentina. Nos debemos especialmente a los pobres, los del cuerpo y los del alma. Una auténtica “salida” de la Iglesia tendría que imponerse como meta la recristianización de la sociedad de la que somos miembros, en sus múltiples ámbitos, con una serena, santa y ardiente ambición de totalidad».

Este es el texto completo y oficial del mensaje de Mons. Aguer:

 

Centinelas compasivos del pueblo de Dios

Homilía en la celebración del Exalumno en el Seminario Mayor San José
Memoria litúrgica de San Juan María Vianney
4 de agosto de 2016

En este gratísimo encuentro de todos los años se manifiesta la referencia que todos ustedes guardan, queridos hermanos presbíteros, a este histórico Seminario Mayor San José. Como sucede con todas las realidades de la vida, con el correr de los años decantan los recuerdos y aquella vinculación se torna afectuosa y un tanto nostálgica; conservamos siempre lo mejor, y lo que no lo ha sido lo observamos con objetividad y sin pena. Hablo, obviamente, de los exalumnos de esta casa; este día, esta celebración de doble mesa -la eucarística y la de amistad y homenaje- es de ellos, de ustedes. De un modo particular felicitamos a los que cumplen un aniversario especialmente significativo de la ordenación sacerdotal, de esos que son adornados con el nombre de metales preciosos o de joyas. Este recuerdo, y el festejo, son una ocasión para exaltar el don del sacerdocio católico, que los vincula a ustedes presbíteros, a través de nosotros obispos, con los apóstoles del Señor. ¡Qué misterio admirable! A la luz de la fe tenemos que asombrarnos de lo que somos, con mucha humildad y sin darnos corte, como se dice en argentino. Más todavía: si somos sinceros debemos reconocer, en la soledad y el silencio, ante Jesús que será nuestro juez, cuánto nos falta para llenar la medida de lo que requiere nuestra identidad. El ser y el hacer son inseparables. La Iglesia les propuso a los presbíteros un modelo excesivo, pero alcanzable: el Cura de Ars. En su estudio sobre el alma de Vianney, Monseñor Trochu afirma que aquel no es sólo admirable, sino también imitable, y muestra, más allá de sus luchas extraordinarias contra el demonio, las oscuridades ordinarias, las noches espirituales duraderas -compensadas, es verdad, con los gozos que recibía y experimentaba en el ejercicio del ministerio. El secreto de ese hombre, ese cristiano, ese presbítero fue la fotaleza; así lo plantea el célebre biógrafo. Tenemos un ejemplo más cercano, el criollísimo Brochero, beato que pronto será proclamado santo. Los dos de la misma estirpe, tan distintos y tan esencialmente iguales. Se me ocurre que su formación fue más o menos la misma: la que la Iglesia instrumentó después del Concilio de Trento. Ustedes cuentan con la preciosa síntesis que el Vaticano II hizo de la teología y espiritualidad del presbítero -vale sobre todo para el diocesano- en el Decreto Presbyterorum Ordinis. Vianney y Brochero, cada uno en su tiempo y lugar hicieron presente a Cristo. Se ha dicho muchas veces que el sacerdote es “otro Cristo”. Habría que entender bien esta sentencia. Benedicto XVI explicó bellamente en una homilía (3 de mayo de 2009) que el sacerdote recibe el propio “nombre”, es decir, la propia identidad, de Cristo. Todo lo que hace, lo hace en su nombre, su “yo” deviene totalmente relativo al “yo” de Jesús. Y en un discurso del año anterior el Papa se incluía en un “nosotros” común con los hermanos sacerdotes: Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, ha de ser el tema de nuestro pensar, el argumento de lo que hablamos, el motivo de nuestro vivir (15 de junio de 2008). Como se puede apreciar el “otro” en realidad es el “mismo”, porque las expresiones que he citado no se refieren a la consagración sacramental y a la potestas que ella confiere, sino a la vivencia subjetiva que corresponde a ambas, a la identificación personal con el único Sacerdote. Dicho sea de paso, esta realidad íntima e intransferible que todos estamos en trance de alcanzar plenamente, tiene que ser el gran capítulo de nuestro examen de conciencia; desde esta luz juzguemos nosotros, antes de que lo haga el Señor, nuestras innumerables miserias, las pequeñas canalladas cotidianas en las que persistimos como insensatos crónicos. Los aniversarios que cumplimos y las fiestas de los santos que celebramos son avisos, llamadas a la conversión y a una nueva aspiración a la santidad; recibamos esas voces con gratitud y alegría, no nos hagamos los distraídos.

En esta memoria litúrgica de San Juan María Vianney, la Iglesia nos invita a aplicarnos la palabra en la que Dios recordó al profeta Ezequiel su vocación: Yo te he puesto como centinela del pueblo de Israel, o sea, del pueblo cristiano. Como un vigía que observa alerta desde la altura, cargando sobre sí una responsabilidad tremenda, de la que depende la salvación de los otros, y la suya, porque al centinela se le pide cuentas si no da la voz de alarma. Hoy existen sistemas sofisticados de vigilancia que por supuesto no son para nuestro uso; la imagen bíblica nos retrata con exactitud. Somos como lo pinta el proverbio sobre el ama que vigila la marcha de su casa (Prov. 31, 27). Estamos encargados de educar a los cristianos en la libertad de vigilarse a sí mismos, para que resulte como fruto lo que afirma el Siracida: el alma de un hombre suele advertir a menudo mejor que siete vigías apostados sobre una altura (Sir. 37, 14). Como dije, el empleo que se nos ha concedido es muy serio. Nos lo recuerda la imprecación de Isaías: Sus guardianes son todos ciegos, ninguno de ellos sabe nada; todos ellos son perros mudos, incapaces de ladrar; desvarían acostados, les gusta dormitar (Is. 56, 10). Ocurre también esto, desgraciadamente, en la Iglesia de Dios: vigías frívolos de sonrisa complaciente que viven en la luna, sin advertir los riesgos que el mundo actual impone a los cristianos, que no los incitan a buscar la perfección de la gracia bautismal. O peor: que se permiten permitir lo que no está permitido por el Evangelio. Una observación lingüística: he compulsado una docena de pasajes; la raíz hebrea que significa centinela y vigilar es traducida en la versión griega de los Setenta por el sustantivo scopós y el verbo scopéin, de donde viene epíscopos. La partícula epí subraya la altura desde donde se abarca más, se cubre todo; ese es el encargo que recibimos los obispos, nuestro peligro y nuestra posible desgracia. Los presbíteros, sin el epí participan del scopéin; pero ¡atención!, ustedes y nosotros sin llevarnos al mundo por delante, sin convertirnos en mandones. Una vigilancia paterna y materna es la que nos compete, iluminada por la Verdad, impulsada por el Amor; Verdad y Amor con mayúsculas: la revelación divina que acogemos con fe en el sendero de la Gran Tradición eclesial, el Amor que es la gracia de la caridad.

En el texto evangélico que ha sido proclamado, quiero subrayar la impresión de totalidad que se transmite. Jesús recorría todas las ciudades y aldeas predicando el Reino, y curaba toda enfermedad y toda dolencia (Mt. 9, 35, en griego: pásas, pásan, pásam); además es una multitud la que se encuentra ante sus ojos, no unos pocos, la mies es mucha. A Jesús le da lástima, brotó en él la compasión; habría que traducir literalmente: se conmovieron sus entrañas. Dios tiene entrañas según la Escritura, rajamim se dice en hebreo, y en griego splanjna; entrañas de misericordia, maternales, porque réjem significa el seno, el útero de la mujer. La imagen no podía ser más elocuente. El Señor transmitió a los Doce su poder, su exusía; aunque no lo dice el texto, con su ejemplo los hizo partícipes también de sus entrañas, de su compasión. En el ministerio, poder y compasión son inseparables, aun cuando algunas veces hay que señalar a los hermanos con el rigor que el mismo Jesús usó, la senda terrible que conduce al Calvario. Podemos hacerlo si nosotros mismos no rehuímos la cruz.

El Evangelio –ya lo sabemos- es siempre actual. Se me ocurre vincular el pasaje leído y comentado con la insistencia con que el Papa Francisco pide a la Iglesia que se ponga “en salida” y que vaya a las periferias, geográficas y existenciales. Las parroquias tienen un territorio, que en algunos casos queda inexplorado y donde habitan enfermos y dolientes, gente fatigada y abatida como ovejas que no tienen pastor (Mt. 9,36); nosotros somos ese pastor, esos pastores. La periferia existencial que aun sin saberlo reclama nuestra presencia es esa multitud de los paganos bautizados que constituye gran parte de la población argentina. Nos debemos especialmente a los pobres, los del cuerpo y los del alma. Una auténtica “salida” de la Iglesia tendría que imponerse como meta la recristianización de la sociedad de la que somos miembros, en sus múltiples ámbitos, con una serena, santa y ardiente ambición de totalidad.

En el párrafo mateano de distingue un contraste que nos interpela: el que se nota entre el polýs, el “mucho” de la mies y el olígoi, los “pocos” que son los obreros. Parece que ya entonces, en el comienzo, existía “el problema de las vocaciones”, que para nosotros es tema inveterado de estudios, congresos, planes, publicaciones…y lamentos. Todos estos intentos son valiosos, pero Jesús ordenó a sus discípulos rogar al dueño de la mies (Mt. 9,38). Podemos exhibir que ya lo hacemos, pero por lo visto no es suficiente; toda la comunidad cristiana, toda ella, unánime, como una sola alma, debería hacerlo siempre y fervorosamente (no basta que lo hagan las señoras de la “Obra de las vocaciones”, donde todavía existe). Nosotros, queridos hermanos, hemos de ser los primeros en buscar sucesores, y si hacemos caso al Señor, habrá que gastar las rodillas. Vale la pena recordarlo, en este lugar y en este día. El esfuerzo pastoral en este rubro implica, ante todo, ayudar a los adolescentes y jóvenes a perseverar en la vida de la fe y de la gracia superando la vergüenza y el miedo de mostrarse como cristianos entre y ante sus coetáneos, con la convicción de que por la amistad con Jesús son distintos, y que esa distinción es fuente de la verdadera alegría.

Ahora vamos a concelebrar la divina liturgia, los tremendos misterios de Cristo, como dicen los cristianos de Oriente. ¡Cuánto tendríamos que repensar nuestro modo, nuestro porte, nuestras actitudes en la ofenda del sacrificio eucarístico! No es algo que nosotros disponemos a placer, que construímos simpáticamente en círculo con los fieles. Bastaría releer la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II para comprender sin lugar a vacilaciones lo que siempre ha entendido y entiende la Iglesia. Esa ofrenda sacrificial, escatológica, es lo más serio que hacemos, porque la misa es el vínculo entre la tierra y el cielo; así aparece claro en la conclusión de todos los prefacios, que concluyen en el trisagio. O en el final de la plegaria eucarística. Toda la misa es adoración, alabanza, honor y gloria de Dios. Quizá nos vendría bien recordar lo que fue nuestra primera misa. O pensar en Vianney y Brochero, en cómo lo harían. Que ellos nos ayuden con su intercesión; añadiendo nuestro fatigoso empeño seríamos capaces, silenciosamente, de cambiar el mundo, de adelantar el Reino.

+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata

 

 

 

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