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“¡Ojo que esa mujer vale oro!”

Este lunes 29, en el Santuario de María y Todos los Santos (Basílica San Ponciano), el Arzobispo Víctor Fernández presidió la Eucaristía para recibir una imagen y las reliquias de la beata Mama Antula, que quedarán permanentemente en el Santuario. Concelebraron junto a Mons. Fernández, el párroco del Santuario, Pbro. Guillermo Oría; el Obispo Auxiliar de La Plata, Mons. Jorge E. González; el Obispo Auxiliar de Buenos Aires, Mons. Ernesto Giobando y el Padre Jorge Luis Harkhof.En la homilía, el Arzobispo recordó que un día, durante un almuerzo en la Casa Santa Marta, escuchó decir al Papa Francisco, con mucha convicción: ‘Ojo que esa mujer vale oro’.Explicó que el nombre Mama Antula expresa “su capacidad de acompañar, de consolar y de ayudar a los demás, lo que hizo que la gente la viera como una madre”. Porque, debido a la confianza que despertaba, los santiagueños le llamaban “la mama”. Y lo mismo ocurría en los distintos lugares a donde iba. Los testimonios cuentan que “todo el pueblo la consulta y la llama madre”. La expresión ‘Antula’, es un diminutivo de confianza, como si hoy dijéramos “Antonita”. Por eso pasó a la historia como ‘Mama Antula’.Luego recordó que en 1767 los padres jesuitas fueron expulsados, sintiéndose su ausencia especialmente en el norte argentino, ya que los lugares donde ellos vivían y trabajaban quedaron vacíos y dejaron de hacerse los ejercicios espirituales que cambiaban la vida a tanta gente.Entonces, María Antonia, que tenía 37 años, se sintió atormentada y desconsolada por lo sucedido, pero no le dio importancia a sus angustias y se apoderó de ella “un deseo ardiente de reparar esa pérdida”. Así, descubrió que, aunque era una débil mujer en una época donde las mujeres no contaban mucho, y aunque no se sentía muy capacitada, sin embargo ella podía trabajar para que los ejercicios espirituales no dejaran de ofrecerse a la gente. Así lo hizo en distintas poblaciones y en varias provincias (Tucumán, Salta, Jujuy, La Rioja, Córdoba, Buenos Aires).También reconoció cómo “esa seguridad que Dios le infundía le dio tanta fuerza, que inmediatamente se puso a trabajar y con la ayuda de sus compañeras inseparables, comenzó a organizar ejercicios espirituales en la ciudad de Santiago del Estero y sus alrededores. Así la Mama empezó a caminar y caminar”.Mama Antula, subrayó Mons. Fernández, estaba hecha para caminar y no tenía pereza alguna, ni tampoco un egoísmo acomodado. Andaba por todas partes “con los pies descalzos” y así caminó miles de kilómetros por nuestro país.Su preocupación por pedir limosna se entiende sobre todo porque ella quería que los más pobres también se beneficiaran de los ejercicios espirituales. Por eso salía “por las calles con un carrito para sostener a los pobres y necesitados que acudían a retirarse en su Casa”, señaló.También valoró el hecho de que “muchos admiraban cómo en los ejercicios espirituales convivían fraternalmente ricos y pobres, nobles y esclavos”. Con el alimento que sobraba de los ejercicios, Mama Antula ayudaba a los presos y a los niños abandonados.“Parecía que no tenía casa y que las calles eran su mundo, donde había tanto bien que hacer”, remarcó el arzobispo, quien aclaró que a la Mama “además de los ejercicios, le interesaba organizar misiones, como había hecho también en el interior del país, para llegar a los más alejados de Dios”.Finalmente, pidió “que esta caminante del Espíritu, de alma tan generosa, interceda por nosotros, para que seamos más capaces de salir de nosotros mismos en el servicio a Dios y a los hermanos”.Después de la Misa el Arzobispo bendijo a nuevos miembros que se agregan al servicio del “ministerio de la escucha” que se realiza en el Santuario.


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