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Mérito y meritocracia

Parece una discusión ya desgastada, pero vale la pena detenerse a hacer algunas distinciones.

Por un lado está el mérito, que es un aspecto indiscutible de la vida social. Nadie niega que haya que esforzarse para salir adelante. Si alguien puso todo de sí, podemos decir que ha merecido aprobar un examen o crecer económicamente. Por eso el Papa Francisco dijo en Laudato si’ que mejor que dar subsidios es dar trabajo, para promover a las personas.

Aun desde el punto de vista espiritual, si bien uno no puede merecer la amistad con Dios, sí puede cooperar para hacer crecer esa amistad.

Otra cosa es la meritocracia, que conecta el mérito con el poder (kratos) y tiende a entender que el mérito es el factor central de la vida social o el único factor que determina el desarrollo de las personas. Visto así, es evidentemente falso, y varios hechos muy constatables lo comprueban:

1) No todos los que han logrado un buen pasar en la vida pueden atribuirlo a sus propios méritos. En muchos casos bastan una suculenta herencia de papá o la buena suerte.

2) Las capacidades que se poseen de modo innato colocan a algunos en una posición de ventaja: un muchacho con mucha inteligencia puede dar un buen examen con poco esfuerzo. El jugador de futbol exitoso no habría logrado lo mismo, por más que se esforzara, si le hubieran cortado una pierna en la niñez.

3) Las condiciones en las que a uno le toca vivir o trabajar muchas veces condicionan los resultados del esfuerzo: el cartonero que labura hasta la noche no obtiene un premio muy apetecible. El muchacho que vive en una villa y no tiene un lugar digno y silencioso para estudiar, posiblemente logrará menos con mucho esfuerzo.

4) Cuando una madre se desarma por consolar o sostener a su hijo débil, no lo hace esperando algún premio para ella. No la mueve el deseo de méritos sino el amor. Y a dos personas realmente enamoradas nunca se les ocurriría decir que han merecido el amor de la otra persona. Saben que allí hay magia, allí reina la fascinación del amor más que el mérito.

Todo esto nos muestra que, si bien el mérito es parte de la vida social, no puede ser nunca el único factor a poner en juego. La sociedad sostiene a los discapacitados y a los débiles y trata de promoverlos más allá de la eficiencia o del resultado que se obtenga. Las relaciones humanas no se rigen por una permanente compraventa y el misterio de la vida excede todo mérito.

¿Alguien se anima a decir que el de la foto de aquí abajo lo ha merecido?

 

 

Víctor Manuel Fernández.

 

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